Si fueras un crisantemo
-flor del amor en Japón-
trasplantado entre mis brazos,
te habría quemado mi amor.
Si fueras una azucena
-flor del amor en San Juan-
trasplantada entre mis brazos,
qué lento y dulce espirar.
Si fueras un crisantemo
-flor del amor en Japón-
trasplantado entre mis brazos,
te habría quemado mi amor.
Si fueras una azucena
-flor del amor en San Juan-
trasplantada entre mis brazos,
qué lento y dulce espirar.
Quien tanto te adoró, muerde tu pecho
y desata torrentes carmesíes;
tiene en las sienes pulsos colibríes
y undoso el pelo como el crespo helecho.
Dardo de luz acomodé en tu lecho,
duras palpitaciones y rubíes.
¡Y qué fundirse nardos y alhelíes
culmen mi cuerpo de tu cuerpo y techo!
Sólo para tus labios mi sangre está madura,
con obsesión de estío preparada a tus besos,
siempre fiel a mis brazos y llena de hermosura,
exangües cada noche, y cada aurora ilesos.
Si crepitan los bosques de caza y aventura
y los pájaros altos burlan de vernos presos,
no dejes que tus ojos dibujen la amargura
de los que no han llevado el amor en los huesos.
Luciérnaga, luz que vaga,
en la noche que divaga,
con luna, con las estrellas,
te pareces a una de éllas.
Rayito, bicho, cocuyo,
de aquel bosque eres orgullo,
candil que bordas el cielo,
energía, límpido anhelo.
Candileja, .
Al salir el sol,
todas las mañanas,
la gata Renata
se asoma a la ventana.
Todas las mañanas
sentadita está,
en esta ventana
dispuesta a escuchar.
Los pájaros cantan,
la gata los mira,
sus trinos escucha
sus cantos admira.
En la selva hay un mandril
de nariz muy colorada,
siempre está malhumorado,
siempre por algo se enfada.
Por los bosques de papiros,
se ha acercado hasta el pantano
buscando para jugar,
a un orangután enano.
Como siempre está enfadado
no quiere jugar con él,
y al verlo llegar aprisa
corriendo se va a esconder.
Una avispa despistada,
cayó en una regadera,
pero su sombra más lista,
mirando se quedó fuera.
La sombra muy decidida,
sola quiso ir a volar,
pero no encontró las alas
y no se pudo marchar.
Y la avispa calentita
no salió hasta primavera,
mientras la sombra en invierno
estuvo esperando fuera.
Entre la arena brillaba
el cangrejito lo vio,
un pendiente de una perla
con un precioso color.
Aunque pesaba muchísimo
lo subió al caparazón,
y de camino a su casa
una ardilla le chistó.
Shiiss, amigo cangrejito,
¿quieres que te ayude yo?
Por un agujero
se ve su rabito,
cree que está escondido
este ratoncito.
Un perro lo mira
¡Qué inocente es!
esconde su cara
y cree que no lo ven.
Despacio se acerca
y le pisa el rabo,
el ratón dormido
buen susto se ha dado.
Como era muy vergonzoso
salía de higos a brevas,
y encerrado se pasaba
el oso en aquella cueva.
Veía a los animales
en libertad paseando,
los miraba con envidia
pues lo estaba deseando.
«Yo también quiero salir»
-dijo rojo de vergüenza-,
pero nadie lo escuchó
porque no gritó con fuerza.
Tengo un gatito
muy pequeñito,
con ojos azules,
se llama Blanquito.
Al llegar la noche,
siempre me acompaña,
se hace un ovillo,
duerme en mi cama.
Tengo un perrazo
de enorme tamaño,
con ojos marrones,
se llama Castaño.
Luz de la mañana y verde mansedumbre en todo el campo.
Suelta va la vieja copla sobre los lentos rebaños.
¡Ay, la vaquita de ordeño, tan mansa, tan silenciosa!
¡Cómo lame al becerrito y cómo mueve la cola!
Panzuda y con esos ojos claros que el cielo retratan,
¡Ay, cómo todas las tardes vuelve del campo a la casa!
¡Ay mi lorito
lorito real!
¡Ay mi lorito!
vamos a hablar
mas no de España
ni de Portugal.
¡Cuántas palabras
repites ya
con increíble
facilidad!
El vecindario
quiere escuchar
tu repertorio
de no acabar.
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
¡Ah, si volvieras!… ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos…!
El menor de los chicos, ¡pobrecito!, te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le des algo… Y a veces -¡si lo oyeras!-
para que como entonces le prepares la cama.
La pata desplumada, cua, cua, cua,
como es patosa, cua, cua, cua,
ha metido la pata, cua, cua, cua,
en una poza. ¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!
En la poza había un cerdito vivito y guarreando,
con el barro de la poza, el cerdito jugando.
Sí, vecina: te puedes dar la mano,
esa mano que un día fuera hermosa,
con aquella otra eterna silenciosa
«que se cansara de aguardar en vano».
Tú también, como ella, acaso fuiste
la bondadosa amante, la primera,
de un estudiante pobre, aquel que era
un poco chacotón y un poco triste.
Como un deslumbramiento de rubias primaveras
irradian y perfuman las dichas prisioneras
de todos tus encantos ¡Oh, poemas paganos!
Heroína y señora de rondeles galanos:
Para que siempre puedas orquestar tus mañanas
calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas
te ofrecen en mis trovas.
El libro sin abrir y el vaso lleno.
-Con esto, para mí, nada hay ausente-.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.
Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida…, así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada…
Practico una virtud: la indiferencia.
Todos están callados ahora. El desaliento
que repentinamente siguiera al comentario
de esa duda, persiste como un presentimiento.
El hermano recorre las noticias del diario
que está sobre la mesa. La abuela se ha dormido
los demás aguardan con el oído alerta
a los ruidos de afuera, y apenas se oye un ruido
las miradas ansiosas se clavan en la puerta.
Porque hoy has venido, lo mismo que antes,
con tus adorables gracias exquisitas,
alguien ha llenado de rosas mi cuarto
como en los instantes de pasadas citas.
¿Te acuerdas?… Recuerdo de noches lejanas,
aun guardo, entre otras, aquella novela
con la que soñabas imitar, a ratos,
no sé si a Lucía no sé si a Graziela.
Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua…
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.
Nos eres familiar como una cosa
que fuera nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean ]a acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes…
Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa!
Fue al surgir de una duda insinuativa
hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.
Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa…
Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos
Mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido
la guillotina de tus nobles dedos.
Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.
Porque con un beso
él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!
No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.
Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del mediodía,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.
Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.
A Doña Sylla Silva De Mas y Pi
En su álbum
Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos,
te resultasen ásperos sus rendidos saludos,
y quieres blandos ritmos de credos idealistas,
aguarda delicados poemas modernistas
que alabarán en oro tus posibles desdenes,
coronando de antorchas tan olímpicas sienes,
devotos de la blanca lis de tu aristocracia,
con que ilustro los rojos claveles de mi audacia,
o espera, seductora, decadentes orfebres
que graben tus blasones en sus creadoras fiebres:
Yo trabajo el acero de temples soberanos:
los sonantes cristales se rompen en mis manos.
Iba una tortuga
por la capital.
Iba despistada
con tanto autocar.
Buscaba una tienda
quería comprar
un sombrero nuevo
y medias un par.
Se compró un sombrero
y tan elegante
salió de la tienda.
Hoy recibí tu carta. La he leído
con asombro, pues dices que regresas,
y aún de la sorpresa no he salido…
¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!
«Que por fin vas a verme…, que tan larga
fue la separación…» Te lo aconsejo,
no vengas, sufrirías una amarga
desilusión: me encontrarías viejo.
¡Qué tarde regresas!… ¿Serán las benditas
locuaces amigas que te han detenido?
Vas tan agitada!… ¿Te habrán sorprendido
dejando, hace un rato, las casas de citas?
¡Adiós, morochita!… Ya verás, muchacha,
cuando andes en todas las charlas caseras:
sospecho las risas de tus compañeras
diciendo que pronto mostraste la hilacha…
Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco,
si diste el mal paso, si no me equivoco
y encontré el secreto de esa agitación…
¿Quién sabrá si llevas en este momento
una duda amarga sobre el pensamiento
y un ensueño muerto sobre el corazón?