Allá, cuando las lomas reverdecen,
donde hay almas que viven de esperanzas
y arreboles de fuego que florecen
en las inacabables lontananzas;
allí donde mi madre me ha llorado
con melodioso corazón de fuente,
por más que digan que los sueños mienten,
quisiera ser feliz y lo he soñado.
Y, sin embargo, hay algo que me empuja
hacia los horizontes de los tristes,
hay alguien que mis carnes arrebuja
con el mismo jirón que su ser viste.
Ir sin ellos, el sueño de mi vida;
y al ver que no lo alcanzo y que me pierdo,
mientras en ese sueño rasgo y muerdo,
me duele el corazón como una herida.
He visto al victimario de mis ansias.
Aullaba en su boca la ignorancia.
Envenenadas puntas que taladran,
las voces ancestrales cómo ladran.
Quizás si lo que llevo aquí en la frente,
que yo creo una selva, es una grieta,
y seré como el triste del poeta
que se murió de sed junto a la fuente.
El amor es grave y el amor hastía.
El ansia del beso mató mi alegría.
El beso que espero y el beso que evoco,
ambos son dos pasos hacia la agonía;
el amor es triste, desmayado y loco.
Sólo las mujeres pueden con su carga.
Yo sé de una estrella que luce remota.
Su rayo en mi noche desmayado flota.
Su rayo que finge la expresión tranquila
de una soñadora virginal pupila.
Su rayo que anima temblor de sollozo,
su rayo que es prenda de amor doloroso.
Mi vida cristalina
es azahar y mortaja.
Yo soy la inaccesible peregrina
que muere cuando baja.
Soy un silencio grave,
soy ala en agonía.
No hay quién la hiel de mi pureza lave.
Soy la melancolía.
Soy la única, la sola,
condenada a posar sobre la cumbre
cuya serenidad augusta viola,
con sutil pesadumbre,
mi beso que su flanco desmorona
y su línea pervierte,
mi beso que corona
con sudario de muerte.
La guitarra tiene el alma de una niña de ojos claros.
En su caja guarda un nido tembloroso de gorjeos.
A jardín por primavera su cordaje yo comparo:
la tonada es una fuga de nostálgicos deseos
que susurran los ensueños de la niña de ojos claros.
¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes
con las inagotables fiebres del infinito,
preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes
con su ser justifican la belleza del mito
que los ojos helenos glorificaban antes,
ebrios de agua y de sol en las playas egeas,
en los pechos heroicos los hálitos gigantes
de las vastas mareas!
Musa de juventud, que a la eterna distancia
del olvido dilatas tu perenne armonía,
el último vestigio de una ideal fragancia
hoy sube del jardín de mi melancolía.
Verdor de las praderas cuajadas de rocíos,
tu recuerdo minora la fatiga doliente
con que los corazones de ilusiones vacíos
se pierden en la noche pacífica y doliente.
(fragmento IX)
Minarete de alabastro,-
Torrecilla de alabastro cimbradora
Cual pedúnculo vibrátil, -¡es tu cuello!
Si tu cuello,
Hija mía, madre mía, novia mía,
Es la blanca columnita cimbradora
Que se yergue balancea
Que se yergue columpiando la presea
¡de tus rizos de tus ojos de tu faz encantadora!
Yo soy flor que se marchita
al sol de la adversidad,
el arbolito en mitad
de la llanura infinita.
La paloma, pobrecita
que arrastran los aquilones,
entre oscuros nubarrones
de tempestades airadas,
soy la barca abandonada
en el mar de las pasiones.
I
Quiero ser las dos niñas de tus ojos,
las metálicas cuerdas de tu voz,
el rubor de tu sien cuando meditas
y el origen tenaz de tu rubor.
Quiero ser esas manos invisibles
que manejan por si la creación,
y formar con tus sueños y los míos
otro mundo mejor para los dos.
I
Tú tienes, para mí, todo lo bello
que cielo, tierra y corazón abarcan;
la atracción estelar ¡de esas estrellas
que atraen como tus lágrimas!;
II
La sinfonía sacra de los seres,
los vientos, los bosques y las aguas,
en el lenguaje mudo de tus ojos
que, mirándome, hablan;
III
Los atrevidos rasgos de las cumbres
que la celeste inmensidad asaltan,
en las gentiles curvas de tu seno
¡oh, colina sagrada!
Transparente a pesar de la materia,
me asimilo a la red con una santidad particular;
soy una firme creyente
de que hay dos movimientos para visitar la vida,
y el trayecto a pie es lo apropiado.
Mientras verifico estas sensaciones,
me acomodo en la línea vertical
que me espera al final del túnel,
aunque el tren,
con su imagen rápida,
prohiba los pecados de la imaginación.
I
Al clásico del compás establecido
para cantar las cosas soberanas:
invocando al amor y al buen sentido,
musas que deben ser hermanas:
sin temer ni a la crítica del ruido
ni a la pereza y cobardía humanas:
voy a cantar mis versos al trabajo…
¡al sin tregua, al feroz, al a destajo!
Observando la reunión desde afuera
me recuerda el hundimiento del Titanic;
quiero decir,
lo rápido que desaparece la realidad.
Además, porque Rose dijo en la película que:
‘el corazón de una mujer contiene profundos secretos.’
Yo no sé si este juego de palabras como ‘profundo’
significa un espacio en el agua,
o la distancia que se encuentra detrás del corazón,
aunque es divertido esconder el placer de la carne
dentro de una fotografía de amor,
sin decir nada.
La ciudad está vacía.
La ciudad no dice a quien pertenece;
por lo tanto,
esperaré como Godot, por nadie.
Detras del vaso está la llave de mi salvación.
Mejor que una oración,
escapo al toque interminable de las brujas,
uniendo el sonido interior de las neuronas
que luchan contra el invasor.
Si en vez de las estúpidas panteras y los férreos estúpidos leones,
encerrasen dos flacos mocetones en esa frágil cárcel de las fieras,
no habrían de yacer noches enteras en el blando pajar de sus colchones,
sin esperanzas ya, sin reacciones,lo mismo que dos plácidos horteras.
Nadie lo notó.
Yo no contesté.
Conocer el Yo no es un oficio fácil.
Mi cara posee una pieza de mí misma,
un puente entre dos ciudades.
Flotando y flexible,
me convierto en el tema de unos ojos
que desde el futuro miran para descifrar el golpe.
Siento la verticalidad de un animal sin nombre
que cohabita dentro de mí
buscando un lugar para Ser.
Mis formas son exquisitas,
y un momento de bondad
me ha permitido reclamar el techo
para hacer lo que quiero.
Nací mujer
predestinada
al llanto
desde siempre
bebí palabras
sumergidas en sueños
en mis dos países
hubo muros que
aún quiero derribar
-botar piedras de siglos
no es fácil
para cuatro niñas
de cinco años –
en mis dos países
aprendí a amar
a las de mi piel
de mi voz
de mi cuerpo
de mis lenguas
nunca encontré
mi camino
lo sigo buscando
nací mujer
nací sola
crecí sola
sigo
sola
Te regalaría uno de esos días repletos de pereza
con olor a hierbabuena,
te regalaría un platillo de higos
con un toque de miel y canela.
Sí, me gustaría regalarte mi libro predilecto,
el que nunca se separaba de mis manos
cuando tendida en las frías baldosas del traspatio
mi infancia se llenaba de mundos por ser vistos;
también me gustaría regalarte el sentimiento
de tanto mar rodeándome el corazón
y las risas que me acompañaban
al saltar desde el muelle queriendo ser
una alga marina más entreteniendo el agua.
Se baña frente a mí caldeando los glaciales
confundiéndole al agua territorios, espejos,
sorprendiendo a las piedras su víscera de musgo
y luego se sumerge de lleno con mis ojos
fabricando sin prisa una estación de lluvia,
un lugar de monzones al Océano Índigo que habita mi deseo,
despertando las fauces de la Cobra a su fuego,
devolviendo a las cosas emplumadas su atmósfera,
el orden de sus cielos, la alegría delirante;
porque vienen al mundo destinatarios, remanente suyos,
maneras de su andar afilando el momento
destrezas milagrosas convirtiendo segundos en frutos
o acaso en novedosas semillas como perlas,
mercaderías, magias que llegan de lo súbito
para aderezar el gusto de una boca exquisita;
tributo, maravilla con que pagar a su rodilla un roce
apresando el peligro perfecto de sus dedos
la privada elocuencia donde existen países,
consonantes e cartas que esperan ser escritas o pensadas;
aturdiendo a los libros: comas, pronunciaciones, adjetivos, artículos
efervescencias únicas reorganizando pronombres al papel,
instantáneas voraces del júbilo que vive entre su puño,
lo mismo que un halcón, seguro de su presa.
A todos los niños del mundo
Estoy frente a la vida y frente a tí.
Se te ha dicho que algún día vamos a morir,
pero en realidad
así como la crisálida se convierte en mariposa
el alma se libera del cuerpo material
para seguir aprendiendo en su camino de luz.
Puedo dejarte ahí entre las cosas que se saben sentir
llenando el pecho de claridades y vicisitudes
sobre un campo de lunas abstraídas
donde el dormir sabe llamarse insomnio
y el color de la luz habla consigo.
Puedo sin duda alguna disolverte
a secretos sabores en mi boca
y sin habar de ti puedo nombrar tus consonantes,
los ligeros sudores de tu axila,
el espacio que media entre tus vértebras
cuando entonas una que otra canción detrás del aire
y las dejas caer como un descuido
sobre las piedras o acaso entre los árboles.
Porque el espejo y tú
saben la ausencia,
porque conocen bien
esos perfiles
que aún cuando
no están,
siempre penetran
en aguda ecuación
la franca zona
de voraces,
levíticos laureles:
porque al juego sutil
de los reflejos
la uña y el olor
sudan la misma
liviana comezón
sobre el espectro de las formas
que nunca se repiten,
pero que viajan
latitud al cerebro,
en un tenaz proceso
de horizontes,
para que el hueso
sin memoria exista
al borde de otra piel,
ya sin el límite:
a nadie le diré
que te he tocado
y sin saberlo
supe atravesarle
el corazón al vidrio
del silencio.
Es que hay algo mágico en las palabras.
Se me antojan redondas y suaves
equivalentes al vuelo de los sueños
cadencias voluptuosas
-como las olas del mar-
Las palabras me son cual gaviotas
deslizándose lentas
sobre mi rumor de inmensidad.
Ocúpame, temporal, al barroco de la oreja
Manta-raya de lengua déjame atravesar tus formas
redescubriendo latitudes al arrecife de tu córnea,
y júntame de lleno en apetencia marfil contra marfil,
abriendo a enamorada línea tus pezones,
desintegrando el control que reside en tus tobillos
hasta sentir como sortija la presión de tus piernas,
a punto de explosión tensar la aorta.
Escritos cualquier día
entre 1980 a 1984
¡Un día más!
¡Déjame, Señor, vivir los suficientes
para tenerlos de nuevo conmigo!
El corazón duele mucho más
de lo que el poeta puede decir.
El corazón es una congoja constante
y la ansiedad del regreso
es una golondrina tímida
asustada
por la inmensidad de las ciudades
de los mares y desiertos.
Esta mañana en fin, es diferente,
he mirado mis manos
las he visto distribuir, sin prisa,
los planetas,
transformar asteroides a una explosión de nova
y sin embargo
dóciles en su tarea de aquí,
me han acercado la taza de café,
los cigarrillos, mis espejuelos,
la pluma con que escribo,
hasta las hojas de papel me han dado
sin que por ello merme
el trabajo que tienen asignado
de crear nuevos siglos a la galaxia.