Noche entre dos labios

La noche, entre dos labios distendida,
víctima iridiscente de la aurora,
con lluvia canta o gime o duda o llora
sobre la huella que dejó la herida.

Difícilmente abril lanza encendida
la corola dudosa de una hora;
clama en la lluvia el viento, el agua implora
cauce a su curso y lágrima vencida.

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Noviembre

A mi padre

Me acodé en el balcón:
las estrellas giraban,
musicales y suaves, como los crisantemos
de las huertas perdidas.
Toda la noche tiene manos inmaculadas
que pasar por las sienes que el cansancio golpea,
húmedos labios trémulos para tantas mejillas,
corazones acordes al par de sus silencios.

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Otra vida, otro mar

álzate a mí, a mi boca, galvánico Amor mío,
terriblemente impuro bajo un sol de justicia,
revolcado en la muerte, como el furioso río
empapado de rayos, de tierra de inmundicia.

Retuércete en mis ingles, provoca un desafío
entre amargo orgullo y la casta caricia,
y desata los vientos, y el témpano más frío
para asolar el único vergel de la delicia.

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Palabras en la piedra

Sunt lacrimal rerum

La morbidez de un seno
adelantado hacia la mano, toca
esta cueva de mosto, este veneno
placentero y feroz, une tu boca
a su agresiva punta, sorbe, acaba,
nos pide. Así la piedra
busca un calor de labios o de lava
y, para completar nuestro delirio,
o nos enlaza en víboras de hiedra
u obscena eleva entre su puño un lirio.

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Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida

Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida
que esta maravillosa libertad de quererte.
Ser libre en este amor más allá de la herida
que la aurora me abrió, que no cierra la muerte.

Porque mi amor no tiene ni horas ni medida,
sino una larga espera para reconocerte
sino una larga noche para volver a verte,
sino un dulce cansancio por la senda escondida.

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Poema final

A Mari Paz Muros y Juan Carlos Lazúen

«Dejó un cuadro, un puñal y un soneto.»
Manuel Machado

Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.

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Poemas de Valparaíso, XV

Vine por un camino de rosas y trigales,
mi corazón saltaba como un corzo en la aurora,
mis labios te decían desde lejos los nombres
de las más cotidianas y más sencillas cosas.

Los ecos y las huellas bajo el sol florecían,
los jilgueros cantaban por no dejarme a solas,
cuando al volver un codo del camino a mi lado
se emparejó la muerte muda silente y hosca.

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Sierpe profana

Quien tanto te adoró, muerde tu pecho
y desata torrentes carmesíes;
tiene en las sienes pulsos colibríes
y undoso el pelo como el crespo helecho.

Dardo de luz acomodé en tu lecho,
duras palpitaciones y rubíes.
¡Y qué fundirse nardos y alhelíes
culmen mi cuerpo de tu cuerpo y techo!

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Siesta en el mirador

Sólo para tus labios mi sangre está madura,
con obsesión de estío preparada a tus besos,
siempre fiel a mis brazos y llena de hermosura,
exangües cada noche, y cada aurora ilesos.

Si crepitan los bosques de caza y aventura
y los pájaros altos burlan de vernos presos,
no dejes que tus ojos dibujen la amargura
de los que no han llevado el amor en los huesos.

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Luciérnaga

Luciérnaga, luz que vaga,
en la noche que divaga,
con luna, con las estrellas,
te pareces a una de éllas.

Rayito, bicho, cocuyo,
de aquel bosque eres orgullo,
candil que bordas el cielo,
energía, límpido anhelo.

Candileja, .

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Renata

Al salir el sol,
todas las mañanas,
la gata Renata
se asoma a la ventana.

Todas las mañanas
sentadita está,
en esta ventana
dispuesta a escuchar.

Los pájaros cantan,
la gata los mira,
sus trinos escucha
sus cantos admira.

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El mandril malhumorado

En la selva hay un mandril
de nariz muy colorada,
siempre está malhumorado,
siempre por algo se enfada.

Por los bosques de papiros,
se ha acercado hasta el pantano
buscando para jugar,
a un orangután enano.

Como siempre está enfadado
no quiere jugar con él,
y al verlo llegar aprisa
corriendo se va a esconder.

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El cangrejo desconfiado

Entre la arena brillaba
el cangrejito lo vio,
un pendiente de una perla
con un precioso color.

Aunque pesaba muchísimo
lo subió al caparazón,
y de camino a su casa
una ardilla le chistó.

Shiiss, amigo cangrejito,
¿quieres que te ayude yo?

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El oso infeliz

Como era muy vergonzoso
salía de higos a brevas,
y encerrado se pasaba
el oso en aquella cueva.

Veía a los animales
en libertad paseando,
los miraba con envidia
pues lo estaba deseando.

«Yo también quiero salir»
-dijo rojo de vergüenza-,
pero nadie lo escuchó
porque no gritó con fuerza.

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Mis mascotas

Tengo un gatito
muy pequeñito,
con ojos azules,
se llama Blanquito.

Al llegar la noche,
siempre me acompaña,
se hace un ovillo,
duerme en mi cama.

Tengo un perrazo
de enorme tamaño,
con ojos marrones,
se llama Castaño.

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Aquella vez que vino tu recuerdo

La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.

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«Caperucita roja» que se nos fue

¡Ah, si volvieras!… ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos…!

El menor de los chicos, ¡pobrecito!, te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le des algo… Y a veces -¡si lo oyeras!-
para que como entonces le prepares la cama.

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Como aquella otra

Sí, vecina: te puedes dar la mano,
esa mano que un día fuera hermosa,
con aquella otra eterna silenciosa
«que se cansara de aguardar en vano».

Tú también, como ella, acaso fuiste
la bondadosa amante, la primera,
de un estudiante pobre, aquel que era
un poco chacotón y un poco triste.

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Conversando

El libro sin abrir y el vaso lleno.
-Con esto, para mí, nada hay ausente-.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida…, así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada…
Practico una virtud: la indiferencia.

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Cuando llega el viejo

Todos están callados ahora. El desaliento
que repentinamente siguiera al comentario
de esa duda, persiste como un presentimiento.
El hermano recorre las noticias del diario

que está sobre la mesa. La abuela se ha dormido
los demás aguardan con el oído alerta
a los ruidos de afuera, y apenas se oye un ruido
las miradas ansiosas se clavan en la puerta.

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Después del olvido

Porque hoy has venido, lo mismo que antes,
con tus adorables gracias exquisitas,
alguien ha llenado de rosas mi cuarto
como en los instantes de pasadas citas.

¿Te acuerdas?… Recuerdo de noches lejanas,
aun guardo, entre otras, aquella novela
con la que soñabas imitar, a ratos,
no sé si a Lucía no sé si a Graziela.

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Detrás del mostrador

Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua…
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.

Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.

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El camino de nuestra casa

Nos eres familiar como una cosa
que fuera nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean ]a acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes…

Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa!

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El clavel

Fue al surgir de una duda insinuativa
hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.

Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa…

Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos

Mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido
la guillotina de tus nobles dedos.

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El sapo verde

Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.

Porque con un beso
él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!

No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.

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En el patio

Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del mediodía,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.

Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.

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Envíos

A Doña Sylla Silva De Mas y Pi
En su álbum

Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos,
te resultasen ásperos sus rendidos saludos,
y quieres blandos ritmos de credos idealistas,
aguarda delicados poemas modernistas
que alabarán en oro tus posibles desdenes,
coronando de antorchas tan olímpicas sienes,
devotos de la blanca lis de tu aristocracia,
con que ilustro los rojos claveles de mi audacia,
o espera, seductora, decadentes orfebres
que graben tus blasones en sus creadoras fiebres:
Yo trabajo el acero de temples soberanos:
los sonantes cristales se rompen en mis manos.

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Una sorpresa

Hoy recibí tu carta. La he leído
con asombro, pues dices que regresas,
y aún de la sorpresa no he salido…
¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!

«Que por fin vas a verme…, que tan larga
fue la separación…» Te lo aconsejo,
no vengas, sufrirías una amarga
desilusión: me encontrarías viejo.

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La que hoy pasó muy agitada

¡Qué tarde regresas!… ¿Serán las benditas
locuaces amigas que te han detenido?
Vas tan agitada!… ¿Te habrán sorprendido
dejando, hace un rato, las casas de citas?

¡Adiós, morochita!… Ya verás, muchacha,
cuando andes en todas las charlas caseras:
sospecho las risas de tus compañeras
diciendo que pronto mostraste la hilacha…

Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco,
si diste el mal paso, si no me equivoco
y encontré el secreto de esa agitación…

¿Quién sabrá si llevas en este momento
una duda amarga sobre el pensamiento
y un ensueño muerto sobre el corazón?

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Sarmiento

Una luz familiar; una sencilla
bondadosa verdad en el sendero;
un estoico fervor de misionero
que traía por biblia una cartilla.

Cuando en la hora aciaga, en el oscuro
ámbito de la sangre, su mirada
de inefable visión fue vislumbrada
y levantó su voz, a su conjuro,

en medio de las trágicas derrotas
y entre un sordo rumor de lanzas rotas,
sobre las pampas, sobre el suelo herido,

se hizo cada vez menos profundo
el salvaje ulular, el alarido
de las épicas hordas de Facundo.

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En silencio

Que este verso, que has pedido,
vaya hacia ti, como enviado
de algún recuerdo volcado
en una tierra de olvido…
para insinuarte al oído
su agonía más secreta,
cuando en tus noches, inquieta
por las memorias, tal vez,
leas, siquiera una vez,
las estrofas del poeta.

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Has vuelto

Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas,
de cuando era joven… la novia… ¡quién sabe
Alegrías, penas,
vividas en horas distantes.

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Invitación

Amada, estoy alegre: ya no siento
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.

Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar las altiveces!

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La muerte del cisne

En un largo alarido de tristeza
los heraldos, sombríos, la anunciaron,
y las faunas errantes se aprontaron
a dejar el amor de la aspereza.

Con el Genio del bosque a la cabeza,
una noche y un día galoparon,
y cual corceles épicos llegaron
en un tropel de bárbara grandeza.

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La música lejana que nos llega

Accede, te lo ruego así… Dejemos
-mientras se enfría el té que has preparado-
de leer el capítulo empezado:
amada, cierra el libro y escuchemos…

Y calla, por favor…Guarda tus finas
burlas: ten la vergüenza, no imposible,
de que tu dulce voz halle insensible,
rebelde corazón que aún dominas.

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La vuelta de «Caperucita»

Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?
¡Si supieras la vida que llevamos pasada!
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto…

Los menores te extrañan todavía, y los otros
verán en ti a la hermana perdida que regresa:
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,
con el cariño de antes, un lugar en la mesa.

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Las manos

A todas las evoco. Pensativas,
cual si tuvieran alma, yo las veo
pasar, como teorías que viniesen
en las estancias líricas de un verso.

Las buenas, las cordiales, generosas
madrecitas de olvidos en los duelos,
las buenas, las cordiales, que ya nunca
las volvimos a ver, ni en el recuerdo.

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