Dejando de amar

Ya no le digo te quiero a nadie,
he perdido el sur del vestido y las
costuras se abren, parezco una tela
inflexionada, una rota lana.
Me río de tanta lluvia, a veces
el aliento es iracundo y lunático,
la frescura y el atrevimiento
se han hecho detritus, pondero
por eso todo amor deshilachado,
me aceito de madrugadas pasivas
y al mirar por la ventana se va
aquel dramatismo de antaño,
aquella ira romántica que
ponía un precio a la aventura.

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El efecto de un paisaje

Es la una y treinta
medio cuerpo asomado
a la vida entera. Desapercibo
un raro calambreo que nace
en las piernas. Brilla lo que
queda de luna. Mis oquedades
buscan ritos, mis soledades
están sobre los zapatos
que he deshebillado
porque me ladeaba su presión.

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Empezar

Todavía no he bebido lo suficiente.
No digo mucho, digo lo suficiente.
Así que ahórrate la otra vez
y próximas. Nunca dije: atada soy.
Ni me horroricé por un beso
en cualquier parte. Adoro
sólo lo adorable. Un día, u otro
siempre puede asomarse una
a la ventana y ver tejados.

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Esto está muerto

Ha sonado alrededor de los aconteceres
una silueta que no estaba prevista
pero que existía. Tiene sombra.
Se cubre de tus órganos principales
y elabora un porvenir onírico
forjado en el centro de tu alma.
Pero a eso que tú llamas alma,
llámalo fumar un poco más, detenerse
en más bares.

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Extraña tristeza

Silenciosa, más que el polvo de la botica,
enmadejando hacia atrás con insolencia
varias disipaciones, busca el hito de su putaísmo
maltrecho y no goza con el pensamiento
sino que, al quedarse puntuando las gracias
que le dieron, se le ocurre mirar la gamuza,
y la mira, y la vuelve a mirar.

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Heladas por el presente

Soy una mujer que se alejó del mar.
El pequeño fin, como dije.
Ponerse la toalla, el pequeño
trozo de pared, pon la mano
y échate sobre mí, un poco lejos,
el pecho es piedra. Sobre mí
deja la cal un rastro de tres dedos,
debió apretar más con el pulgar
que con el índice.

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La valía de un olvido

Ese vicio solitario la va a perder,
va a partir los entremeses equivocadamente
para que en la boca naden solos,
y entretendrá su cutis con varias cremas
mientras pasa el tiempo, y caerá
en la cuenta de su gran error
mordiéndose al buscar la tarjeta
del autobús que se le olvidó en
la mesita de noche aquélla, maldita
sea.

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Lo que se sabe

Toda mi vida la pasión soterrada
en el bajo fondo de la placidez.
La idea de la pericia escapa. Un lento
proceso al amanecer. La quinta vez
que reescribo. Te lo dije. No creo.
La fe ha resbalado como la resina joven,
como el trazo de una oruga,
la fe se ha derretido en la baba
de varios caracoles.

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Retrato fingido

Algo de gozo, nunca un latido constante
y la forma de cerrar las ventanas
en un corredor resentido. Parece liviana.
Cuando surge de broches y maquetas es aún
silenciosa, turulata y cambiante
en recorridos viscosos. Parece loable:
sacrifica partículas con un tenaz
balbuceo entre toallas y peines.

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Te lo ruego

Me encontré tan menuda, tan
encogida, ovillada en eso
que la taquicardia auguró.
Doce o trece horas de amor desmedido
maldita sea hoy, cómo avanzaba
la sabandija entre mi letargo
haciéndome diminuta
el tiempo crecía. Me puso las manos
encima y me queda
ese temblor.

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Testamento

Amor mío dos puntos, se cayó
la voluntad de seguir siendo, salgo
enhebrada de tu saliva aún y me
aturde dejar de perseguirte, tú que fuiste
llama en la ojera y calidez de un dedo
locura de apuñalamiento certero, ensayo
noble que se caracterizaba por la insistencia
del tema con un fondo alegórico,
certerísima me quedo donde estoy, ¿qué
está más lejos?

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Ayer y hoy

-¿Qué es la existencia, y qué es un juramento?
-te dije ayer, y respondiste tú-:
-un juramento es dar la fe de un alma,
y la vida es amor, amor y luz.

Hoy, lo mismo que ayer, yo te pregunto
y sonriendo me respondes ya:
-Un juramento, un eco que se pierde;
la vida, horas que llegan… y se van.

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Enigma

Con todos los rumores que, mezclados,
suben a lo infinito,
ha querido formar el hombre, ansioso,
de libertad el sacrosanto himno.

Notas, murmullos, huracanes, risas,
palabras y suspiros,
nada es bastante; el himno deseado
siempre incompleto resonó en mi oído.

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Luchas

En derredor del sol gira la tierra,
haciéndose, al girar, sombra a sí misma,
y en redor de mis propios sentimientos,
hallando sombra y luz, mi mente gira.
Yo no sé qué pensar; me alejo mucho
y otra vez vuelvo al punto de partida;
la luz de mi esperanza nunca muere,
y a impulsos del dolor siempre vacila.

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Los dos caballos

Cuidaba mucho un francés
Dos caballos por su mano;
Era el uno jerezano
Y era el otro cordobés.

Ambos de ardiente mirada,
Ambos de fuerte resuello,
Grueso y encorvado el cuello,
La cabeza descarnada.

Era tanta su apostura
Que yo afirmo sin recelo
Pudieran ser el modelo
De Pablo en la fiel pintura.

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El espejo y la verdad

En uno de los viajes
Que tuvo la mala idea
De hacer no sé con qué objeto
La Verdad sobre la tierra,
Oyó de un espejo amigo
Sentidas y amargas quejas.

«¿De qué me sirve decía
Que, fiel a tus advertencias,
Repita forma y colores
Con semejanza perfecta,

Lo mismo al pobre mendigo
Y al que nada en la opulencia,
Al labrador y al herrero
Como a los reyes y reinas,
Y diga la verdad pura
Sin rodeos ni cautelas?

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El rÍo y el arroyo

Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar.

En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo.

Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre.

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El mastÍn y el gallo

Sabido es de cada cual
Que aún mucho más que el caballo.
Entre los vanos, el gallo
Es vanidoso animal.

Había en cierto lugar
Uno que el cuello inclinaba
Cuando la puerta pasaba
Por temor de tropezar;

Y era risible el temor,
Que en un portón como aquel
No llegaría al dintel
Siendo cien veces mayor.

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El oso y el lobo

En la cristalina fuente
Que tan pura el agua lleva
En su rápida corriente,
Y se llama río Deva
Cuando llega al mar potente.

Y de Julio caluroso
Como a las doce del día,
Llegó a beber presuroso
De un lobo en la compañía
Grande y corpulento un oso.

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El perro y el gato

Si no hubo malicia o yerro
De la historia en el relato,
Estábase cierto gato
Mano a mano con un perro.

Ponderaba entusiasmado
De su maña en recompensa,
Sus asaltos de despensa
Sus victorias de tejado:

«Ya descuelgo una morcilla
Aunque esté lejos del suelo,
Ya en el sótano me cuelo,
Ya sorprendo una guardilla.

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El aturdido

De química un profesor,
Porque a su intento convino,
Con espíritu de vino
La humedece, y sin temor

A su mano aplica fuego,
Que ardía sin propio daño.
Y del fenómeno extraño
La explicación daba luego.

Violo un mozo casquivano
Que la explicación no oyó,
Y lo propio ejecutó
Mojando en agua la mano.

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El testamento del leÓn

Cerca se hallaba un león
De sus dolores postreros,
Y tigres, panteras, lobos,
Todos amigos o deudos,

Dábanle muy compungidos
Mil inútiles consejos,
Meditando cada cual
Por qué industria o por qué medio
Pescará la mayor parte
De los bienes del enfermo,

Que se murió hasta la cola
Sin hacer el menor gesto,
Sin decir una palabra
Ni otorgar su testamento.

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El leÓn enfermo

Enfermo y gravemente
De los bosques hallóse el soberano
LEON, como decimos vulgarmente.

Su estómago, hasta allí cual pocos sano,
Ni el más leve sustento digería
Sin dolor infinito,
Aunque su majestad sólo comía
Lechón, tierno cordero, algún cabrito.

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Te rescribo

Te rescribo: «La historia de la carta anterior tiene algún viso
de verdad tan sólo,
la certidumbre de que pueda ser así,
o que se entienda así con ser de otra manera.»

Aquí nada resulta imperceptible: la palabra es una estrategia.

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Léxico amoroso

Todo en ti es palabra.
Y tu palabra
tiene la forma del deseo.
A veces, es rima que me derramas
con infinita destreza,
promesa, a veces, que me ahondas
con la suave magia de tu verbo.
Urgencia siempre en ti
por las húmedas cavidades de mi morada,
léxico amoroso
que halaga mi desnudez entera,
recital profundo que me mueve,
me conturba y me desarma.

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Soy yo

Amor,
soy yo quien maduró tu piel
y robó guirnaldas
para trenzar con ellas
tu cabello;
quien dibujó abiertas rosas
en tus alongadas mejillas
y arrancó trémulos gorjeos
en tu asentado silencio.

Soy yo quien, con andariegas manos,
aprendió la suavísima geografía
de tu costado;
quien inundó tu boca
con la húmeda caricia,
y el vino de la tarde
escanció en tus aposentos;
y te habitó de alondras.

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El nombre

Clementina soy,
Clementina era.

Otro tiempo estuve
de temores llena:
mi nombre era largo
igual que una queja
y me hería el alma
si mis compañeras,
queriendo enojarme,
lanzaban sus flechas:
–¡Qué bonito nombre!–
-decía una de ellas-,
–mas no es para ti:
nombre es de princesa–.

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La casa vacía

Abre la puerta y da la luz.
Es ya muy tarde,
y sabe que en su casa nadie lo espera.
Todo
sigue en su sitio y el silencio pesa
sobre las mudas cosas que le ignoran.
Va de aquí para allá, por el pasillo, por las vacías
habitaciones, y no sabe qué hacer, por qué esta noche
está tan lejos todo.

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Canción de la hermosa confianza

A mi amado entregué
todas las llaves;
tengo a cambio las suyas,
y hechas las paces.

Pero queda una estancia,
en lo profundo,
donde entrar no podríamos
ni unos segundos.

¡Tantas fuerzas ocultas
y pensamientos,
libres a todas horas
hay allí dentro!

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Noche de luna

Luna llena que observas
desde fuera del tiempo mi vivir en el tiempo:
viste morir entonces al niño que habitaba,
confiado, en mi ser; luego, al adolescente
que se rindió al hechizo de tu luz misteriosa;
viste morir en mí también al joven
que quería ser tuyo y que te celebraba
con fervor en sus versos.

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A MI ROPA TENDIDA

(El alma)

Me la están refregando, alguien la aclara.
¡Yo que desde aquel día
la eché a lo sucio para siempre, para
ya no lavarla más, y me servía!
¡Si hasta me está más justa¡ No la he puesto
pero ahí la veis todos, ahí, tendida,
ropa tendida al sol.

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