SONETO XXV

Con toda la cabeza de Medusa
tiranamente trata mi firmeza;
muéstrame su rigor, y su belleza,
por quien de mil tramas armas usa.

Miro de transformados la confusa
pesadumbre que infaman su dureza;
quiero escusar mi mal, y la pereza
del encanto crüel mi intento escusa.

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A FERNANDO DE SORIA

Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos meses
estas ayer, Sorino, rubias meses,
breves manojos hoy de espigas canas.

Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar para que vieses
vencida la esmeralda en sus enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.

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SONETO III

A S. PEDRO, EN UNA BORRASCA, VINIENDO DE ROMA

Pescador soberano, en cuyas redes
los monarcas mayores han estado
dichosamente presos, y cambiado
en gloria sus prisiones y en mercedes;

tú que abrir y cerrar el çielo puedes,
con poderosa llave, a tu ganado,
y alcaçar en la tierra has alcançado
con colunas de pórfido y paredes:

los ojos vuelve al mar enfureçido,
y pues tal vez osó mojar tu planta
aun siendo ‘ollado de tu fee animosa,

su ‘inchazón rompe, acalla su rüido,
y enseñado dicípulo, levanta
mi fee y mis pies con mano poderosa.

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SONETO XXVI

A LAS RUINAS DE ITÁLICA, QUE AHORAN LLAMAN SEVILLA LA VIEJA, JUNTO DE LAS QUALES ESTÁ SU EREDAMIENTO MIRARBUENO

Estos de pan llevar campos ahora,
fueron un tiempo Itálica. Este llano
fue templo. Aquí a Teodosio, allí a Trajano
puso estatuas su patria vençedora.

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Pura, encendida rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
y no valdrán las puntas de tu rama,
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.

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Un cortesano, estando pensativo

UN CORTESANO, ESTANDO PENSATIVO, FUE PREGUNTADO
POR SU DAMA QUE EN QUÉ PENSABA, Y ÉL LE RESPONDIÓ
ESTE MOTE:

Pienso que mi pensamiento
no piensa que soy yo.

GLOSA

Si por pensar enojaros
pensase no aborreceros,
pensaría en no quereros
por no pensar desamaros;
más pensando en mi tormento,
sin pensar por dónde vo,
pienso que mi pensamiento
no piensa que pienso yo.

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La tormenta

¿Hubo n día jamás, un solo día,
cuando el amor mil dichas me brindaba,
en que la cruda mano del destino
la copa del placer no emponzoñara?
Tú lo sabes, mi bien: el mismo cielo
para amarnos formó nuestras dos almas;
mas con doble crueldad, las unió apenas,
las quiso dividir, y las desgarra.

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Reloj de arena

¡Cuán rápida desciende
la arena ante mi vista;
y cada leve grano
lleva un mísero instante de mi vida! …
Tardos los juzga el Tiempo,
y el curso precipita,
y el frágil vidrio estalla
entre las manos de la Muerte impía:
Al viento arroja el polvo
con bárbara sonrisa;
y amor, gloria, ilusiones
al borde de la tumba se disipan…
¿Dónde voló mi infancia,
mi juventud florida,
mis años más dichosos,
mis gustos, mis encantos, mis delicias?

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VERDOR QUE SALTA

Inminencia, celeste inminencia
de días que son pájaros,
de pájaros que son venas.
Frescas corolas que se imantan
más allá de mi abismo.
Un ritmo aparte que mitiga
la ausencia en que me hallo.
Algo como un dolor que acorta la distancia
del cielo.

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Explicación precisa

Mi vida son historias de pueblo trasplantado
pueblo al que le cortaron de tajo
el cordón umbilical con insolencia.

Son ficciones basadas en recortes
de cartas coloniales
y crónicas sangrientas.
Mi vida son historias
de población desarbolada
en mil e cuatro cientos noventa y dos,
año sin gracia, por lo mismo.

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Madre, nosotros también somos historia (I)

A Magdalena, mi madre

1

El aire húmedo, viejo familiar nuestro, te puso en mi memoria
con tu vida presente y anteriores vidas.
Cerré entonces el libro para acercarme al hombre
formando multitudes, dejé correr las voces,
dejé que envejeciera la tarde por ser tarde,
perdoné la flojera del bus y los enviones
y me puse a pensar copiosamente, verificando los recuerdos
en el manual de tus oficios regios.

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Madre, nosotros también somos historia (II)

No me puedo quejar de tu cariño del cual soy bien servido,
ni andarme por las ramas cuando hay que echar el hombro,
ni presentar excusas a quienes recolectan sentimientos dulces,
ni ser inexpresivo como los bustos de los parques
mientras sea tu nombre el engranaje central de mi existencia
y tu mano esté en las mías como una banderita,
mientras pases por la ventana de mi alma
invitándome a reandar tu vida más allá del tiempo
en que di con tu figura
y mi corazón realmente empezó a condescender.

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Nacimiento del sol

A Roque Dalton, cuya muerte fue doblemente injusta.

«Tengo Sol.’
Alma América

Nace enhiesto y donde le da la gana.
Si despierto a mi esposa se aparece
sembrado en sus pupilas como si fuera un aster.
Lo sabían los quechuas
y los que se mataban buscando oro en el lejano oeste,
lo han sabido los niños y también los locos.

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Oración del Todopoderoso

Todos somos hijos de Dios (de la puerta del templo para adentro.
Mientras oramos para que las cosas prosigan como están.)
creemos en su santo nombre (pues nos protege siempre, junto con la herradura
y el manojo de ajos, bendiciones todas para nuestros negocios);
lo alabamos (preferentemente al caer la tarde que es
cuando hacemos el recuento de todas las ganancias);
le damos gracias (porque podemos disponer a nuestro antojo lo concerniente
a la oferta y la demanda, y la alteración de pesos y medidas);
así mismo, le pedimos librarnos del mal (mal, a nuestro entender,
es el término justicia, si va de boca en boca de los que tienen hambre,
los pobres que pusiste, ¡oh Señor!, sobre la tierra, porque sí,
porque alguien tenía que encargarse de los trabajos rudos
para prosperidad de nuestra mesa,
ahora y siempre).

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Plural

Para escribir este poema,
pasé años buscándome las manos.
Debí quitarme telarañas de los ojos;
poner mi corazón al ritmo de las circunstancias
más que al de las novias efímeras
y, sobre todo, no olvidar que el poema
es la síntesis de toda una vida.

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Sueño imperfecto

Si en vez de ojos
me hubieran puesto piedras
de ríos cristalinos
o fragmentos volcánicos
o semillas
de ojo de venado.

Con los húmedos
ojos de un molusco
me habría conformado
para no tener nada
con las lágrimas;
quizá no contaría codazos
ni empellones
ni andaría buscándole bolsones
de luz a las ciudades.

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A filo de obsidiana

Al borde del antiguo bosque o del lago desecado,
en agosto, tanta lluvia, al atardecer.
Sombras que huyen.
El pájaro carpintero sin llegar.
La calle serpentea lentamente.
Pasé junto con la calle.
Al otro lado la tapia colorada.
Los árboles se movían como antepasados.

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Adelaide

Era tan hermosa como pude imaginármela.
Los cabellos dorados como el trigo maduro.
Los ojos más profundos que las profundidades
de las aguas tranquilas.
La vi aquella tarde de diciembre
donde son tantos y todos sin meta
los caminos brumosos de la madrugada.

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Aunque las olas del río de los sueños

Aunque las olas del río de los sueños
crezcan como un maremoto
y la espuma blanquecina
-danzando una infernal zarabanda-
se ilumine con el esperma de una ballena,
remaremos más aprisa antes de que se vaya la noche
hacia los lugares, en los eternos espacios,
donde aparecen por todos los lados
los nombres que tan bien recuerdan nuestros corazones
y la reliquia de la antigua ruina de los varios mundos.

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Caminemos entre la blanca nieve

Caminemos entre la blanca nieve
atravesando el más afilado silencio
con pasos tan suaves y tan lentos
que nunca dejaremos de caminar.
Pisemos su pecho de gaviota blanca,
de colmillo de ballena sin tallar.
Y a donde quiera que no lleguemos,
el silencio se esparcirá como el rocío
sobre el aún más blanco y blando silencio.

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Dársena

Ella pedalea al borde de una dársena seca
recordando los versos de un examen suspenso.
En este puerto, cuando yo era tan joven,
las lanchas que zarpaban y regresaban
casi se tocaban en este mismo beso.
¿De dónde partió y a dónde llegó?

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Destino

(variaciones)

I
Quien te ve se vuelve culpable.
Quien no te ve no te deseará.
Pues de todo deseo son los ojos
los culpables.

II
Puse dos yunques a tus pies.

III
Qué mortal tu arco sin flecha

IV
La luz del faro cae al alcance del ahogado
que no encuentra el camino de la oscuridad.

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Juncos

Juncos del lago Titicaca,
juncos del antiguo Nilo.
Barcos en el desierto
herrados por el óxido.
Mares de arena.
Trigo, espigas, cebada:
aramos con las anclas.

Cómo quisiera no imaginar
a aquél que desconozco.

Cada uno debajo de su duna
y el sagrado simún sellando todo.

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La soufrière

Sacudidas.
Rocas y cenizas desde la pasada madrugada.
El lodo hirviente. La caldera. El mar.
El sueño en la agonía de los espejos estrellados,
de las velas fracturadas hasta las primeras horas de la tarde.
El rumor de labios cobijados
sin saber a quién besar en este mes de despedidas.

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Las ruinas del mundo

Las ruinas del mundo no mueren,
van apareciendo nuevas, vírgenes,
cada ciertos diluvios.
Escondidas en los grandes cenotes
como luna en noche nublada apareciendo.

Las ruinas del mundo no mueren,
van desenterrándose distintas cada ciertos incendios.
Un día el rayo toca con sus cuchillos
los cuerpos del génesis:
Escarba y surgen
sexos fósiles en lechos de lava.

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Lista de espera

Deslumbrante atardecer, pausado y silencioso.
La hora está en reposo,
tranquila
como un escalador que perdió el aliento,
el cordaje,
en su suprema ascensión.

El sol va rodando apacible
sobre un filamento incandescente.
Se refleja en los fuselajes la paz del cielo.

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Lugar sin nombre

Pasadizos apoyados en las nervaduras
donde resuena la resolana de la música.
Abandonado, sumergido en el polvo y en la desgracia,
paciente como el más miserable Job
cuya pena interminable, lenta,
apenas vinimos a turbar.
Manos codiciosas la hurgaron en busca de tesoros.

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Palomar

El cielo semejante al canoso mar.
Hojas y ramas combándose al peso del fruto.
Reverdecen los árboles que jamás serán cetro.
Los cardos en luna creciente van sembrándose.
Las cepas dañadas por la azada curan.
El húmedo soplo de los vientos
trae recuerdos.

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Olvido necesario

Lugares que me guardan de un olvido necesario.
Palmeras, geranios, sauces que suspiran sobre la
Los días como el óxido que anilla rapaces sobre
Nunca estuve más unido, más próximo a aquella higuera que planté,
ahora que flota en las olas, libre de puntales.

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Vienes en la noche de Cuzco

Vienes en la noche de Cuzco con el humo fabuloso de tu cabellera

Mi mano está sobre el desnudo papel de la mesa
y yo a kilómetros de distancia
en tu túnica de tela real finísima,
transparentes ambos cuando al estar mojados
de tinta o mar se dejan ver preformes,
voluptuosos por la oblicuidad del oleaje.

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A la deriva

Flotar;
no se tiene la sensación de flotar.
Pero cuando recordamos fluidamente,
pero cuando no recordamos fluidamente;
en las horas en que dormidos;
allá, a la deriva,
allá, en la calma corriente de un río…
Nuevamente en la ribera, entre los verdes juncos descansa mi corazón.

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El mendigo

Algo se muestra claro, nítido: Pedir.
He de pedir.
Aprenderé a pedir.
Mi oración arrancará de Dios mi persona.
Mi figura será revelada por mi oración.
Sin que las figuras del retablo colaborasen para salir al alba, ¿salieron al alba?

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El paseo con mi hijo

Porque
nunca más sentiré este pasado próximo
del paseo que tú y yo, hijo, por los pinos
acabamos de dar en la tarde de marzo
hundidos en la esencia del tomillo
y en el níscalo que crecen a la sombra dae los troncos robustos
me he venido a escribir.

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El silencio

El silencio, ¿un mutismo?
¿Musita el horizonte
o tu propio interior?

Griterío ese árbol
de la caoba, ¿harina
o tu propio interior?

Lo salvaje, ¿esos tigres
en oasis? ¿dormidos?
¿o tu propio interior?

Te escuchas… ¡tan lejano!…
¿eres tú lejanía
o tu propio interior?

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Erratas fundamentales

Méquina dalicada
máquina delicada
lo infernal celestial
el arúspice el nilo

de donde viene todo
adonde corre todo
el error el milagro
la espuma esa simiente

Justamente lo justo
la poesía siembra
cien mil niños un viejo
Sal la sal esa gracia

¡Dos erratas!

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La flor de la zarza

Nadie supo cuán quise yo a este sitio
aunque este sitio sea tan extraña
nada. Le amé tan mucho y tan extraña-
mente que un día supe que este sitio

menos que pompa se venía a nada.
En el cosmos, lo sé, nada es el sitio
donde quise quedar.

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