VIDA

Como un andar. Tal vez
igual que un súbito y lejano
parpadeo o temblor de mies madura.
Como esta tierra puesta
al sol, al aire, a la mañana.
Es nuestra vida,
Mas, ¿quién llueve, quién es el que deshace
la esperanza de junio?

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Réplica de Adonis

He muerto. Mira mis manos malva
caer en el silencio, y mi sombra sin carne.
Mi nombre, desasido de mí, apenas levemente
se posa en vuestros labios.

No poseéis ya nombre,
leves frutos humanos: solamente la piel
teñida por el sol, el vello fino y blando,
el jugo que embriaga los muslos y los besos.

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Síndrome de abstinencia

No es tan tóxico ya: también caduca
el amor en la fecha señalada en su dorso.
Ya no es ese veneno
tan eficaz, ni acaso necesaria
la urgente sobredosis. Qué cualidad letal
la del amor filtrado en la memoria.

* * * *

Regreso a las palabras y compruebo que nunca
se contagian o enferman con las fases
de mi intoxicación o mi delirio.

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Lo dice, repite y repite una voz

Lo dice, repite y repite una voz, garganta, entrañas de mujer que dulcemente se desgranan en sílabas, dulces palabras de mujer que dicen, gustan y regustan que por siempre llevarás sabor a mí. Tus labios llevarán sabor a mí. Y la memoria va desperezándose, desenredando ovillos, dorados o azules o cordíalmente grana, ovillos de palabras ondulantes de suave caminar hasta allí (donde aún no estaba Guiomar) y allí las palabras.

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Todo amor es fantasía

Todo amor es fantasía, de sobra lo sabemos: inventa al amante, a la amada, nos inventamos con año, día, sabor, piel… Nuestros sueños separados inventan la melodía que nuestros sueños juntos descomponen, destrozan, recomponen. Que nuestros cuerpos juntos sueñan, viva, eterna.

Todo amor es asombrada fantasía, iluminada fantasía sin palabras, acaso queriéndose fijar en palabras.

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Área de prioridades

De nada vale decir
aquí estoy yo,
gobierno y mando,
si al pasar por Castilla
y ver el sol crujiendo tras
los olmos,
uno no sabe dar gracias a Machado.

De nada sirve
montar revoluciones, modernizar
las leyes,
si al entrar en Moguer y abrir sus muros
blancos,
uno no escucha, como un geranio púrpura,
la voz en los balcones de Juan Ramón
Jiménez.

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Argos

Los caseros no atienden a sus ojos,
pero detrás de sus negras pestañas
oculta una tristeza tan redonda
que apenas le permite la mirada.
Por eso algunas veces con la cola,
cuando escucha el sigilo de las vacas,
dibuja sobre el barro en que reposa
retazos de impotencia y de desgana.

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Arquitectura de las ruinas

Antigüedad
mujer hermosa
con ojos pompeyanos
que lleva cestos
de sombra
hasta las viñas
Mar
que se mira
en un espejo
y se serena
antes de que
la vean
amanecer las naves
orgullosas
Mujer
lanceolada
con los pechos
en púrpura
que visita
los templos
y pestañean
las lámparas
de aceite
Cintura de la juventud
de la columnas
melancolía
de la flor de
la manzanilla
que te hace
aniversarios
en latín
al lado
de las losas
Mujer
vestida de ceniza
y rayo de luna
que en la noche
te han visto llorar
sobre un mosaico

Pasabas
levemente
los dedos
por la desvanecida
sonrisa
de los padres
queridos.

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Baztán

Cazador entre los pinos,
al acecho de torcaces.
Otoñada.
Tus recuerdos son caminos
que regresan pertinaces
a la nada.

De mozo te conocí,
en este puesto secreto
vigilante,
como un ávido neblí,
por zarpar pugnando inquieto
desde el guante.

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De visita

Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.

No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.
Márchate silenciosa,
suavemente.

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Il compagno

(Para Antonio Martínez Sarrión)

Yo, o lo que fuera entonces, navegaba
por el plácido mar materno,
cuando, un día de agosto,
doscientos antes de mi nacimiento,
y contando la misma
edad que ahora yo tengo,
del mester de la vida dimitiste.

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Palinodia

(A Martín)

No te roce siquiera la piedad
si, al hojear el álbum de guardas desvaídas,
un colegial de floja cazadora,
cuyos ojos presagian el alcohol
de los años inhóspitos que estaban al acecho,
te mira desde el fondo del retrato
como si nunca hubiese roto un plato.

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Reloj de melancólicos

A Regaña Candina

Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.

Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.

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En Grandpoint

Alto día, en el flujo
despacioso del aire,
en el claro erigido
por el baile de aceros

de la luz, en la rama
cuya huraña negrura
fija la piel del agua,
fija la red del tiempo.

El puente nos afinca
entre riberas yermas.

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Amanecer con tejo

En sombra, este ramaje
dispone celdas, redecillas,
calladas oquedades
de una penumbra
que la escarcha humedece apenas
con lengua terca y desprendida.
A espaldas de la luz
principiante,
mientras ladran los perros a lo lejos
y el íntimo rumor del aire
aviva los matojos de las lindes,
cuánta noche se anuda aún
en su corteza atenta
como una palabra no dicha,
como una sílaba prohibida
que el alba sólo atina a remedar
con voz y cuerpo largo
de calina.

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Árbol

Abro la puerta, y el olor del agua
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:

árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.

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Blue hotel

Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.

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Cerro de Santa Catalina

¿Cómo ignorar, al fin,
los avisos del día,
el genio especular del día
al trazar nuestro fiel retrato
de nada o nadie,
si el frío de esta mar al juntar noche
tiene lugar para nosotros, viene
como mano de sombra al corazón,
atraviesa la destrucción que fuimos,
que nunca hemos dejado de ser?

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Desierto de los monegros

El coche en sombra bajo el tendejón
y flecos de maleza parda junto a las ruedas.

El sol de mediodía percute en el asfalto
y siembra el arenal de transparencias.
Dos muros desdentados,
una señal de tráfico,
restos de chapa y neumáticos rotos
son cuanto evoca
el tiempo de los hombres, su transcurso.

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Despojos

La luz de media tarde entre la hiedra,
la lumbre inextinguible de algún sueño,
el niño que se ahoga de risa en su columpio,

el temblor repentino de tus muslos,
el calor que insinúan tus mejillas
al despertarte embriagada de sueño,

respirar el vaho gris de la escarcha,
jugar al abandono en estas calles
donde la claridad nos perfila extranjeros,

el cielo como un largo balbuceo de azul,
las tormentas de julio, tan veloces,
el aroma dulzón del descampado…

Cuánto nos pertenece, sin que importe escribirlo.

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Después de la lluvia

Variedad de la vida,
en los nudos del aire, en el bullicio
febril de los insectos
que un vencejo devora
bajo el pálido azul de la mañana,
en los setos y frondas
que humedecen, abajo,
el taller de cerámica, el camino de grava
donde pastan los líquenes, los rescoldos del agua,
donde también la edad, como la lluvia,
ha posado su aliento, nublando la materia,
hurtando a la materia
su más secreto pulso,
livianamente,
al hilo de las formas
que la rueda del aire sostiene en limpias órbitas.

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Después de la tormenta

Cuelgan las nubes sobre el día
como una sucia piel curtida
o la panza de un animal
dispuesto para turbios sacrificios
ante los filos de la luz y el frío.
Aún tiemblan los vidrios
con el impacto del pedrisco
y en la aspereza del asfalto
palpita y se deshace
la mínima blancura de los hielos,
como siembra a destiempo
que ni el cuervo siquiera
codiciará.

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El esperado

El tiempo ayuda al mito de lo que no sucede.
Él vendrá o ha venido, no se sabe a fe cierta,
abundan los rumores mas no hay pruebas,
pudo ser aquel viejo de la capa raída
o el callado extranjero que no salió del cuarto
durante días, ¿quién podría asegurarlo?

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El paseo

Arrecia en mí la vida con las primeras sombras.
Al término del día, concluida la tarea,
cuando la luz se inflama, anaranjada,
en muros y parterres,
cuando el limpio negror de la pizarra
finge la transparencia de un espejo
que baña por igual a cuervos y gaviotas,
algo insiste en mi ánimo,
algo que azuza y dicta en mi silencio
con urgencia inequívoca.

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En el cerro

Se enturbia la mirada, y el aire de la tarde
humea como brasa contra un fondo
de velas sopladas y espuma rota.
El mar es la respiración, la espera.

Tomadas por el grueso sol de agosto,
las rocas se deslizan hasta el agua.

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En Kelmscott Manor

Sobre el musgo peinado,
sobre la losa negra
que confirma tus pasos,
mira el tendón del agua,
el relieve fluyente
que tira de la orilla y de los juncos
palidecidos, donde el agua
huye de sí, en el umbral
del remanso, de su negrura
tibiamente limosa.

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En la ducha

Ya el agua se despliega por tu cuerpo
con sus redes de espuma y su tenue perfume,
que es el perfume de tu piel desnuda,
de tu piel que revive con el agua
más acá de este día. Desde el vano,
a la confusa luz del despertar
(porque al sueño le cuesta irse a dormir),
te veo enjabonarte muy despacio,
con morosidad casi,
serena en el detalle y la inspección.

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En la terraza

Suspenso en el polvillo de la luz,
madura el escenario de la tarde,
su armoniosa maraña
(tejados y jardines, el curso del canal
con árboles al fondo,
el parque abandonado)
que implica al que lo mira
en un mapa de ausencias,
donde ceden las formas
al lento escamoteo de sí mismas.

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Imán

En el cuarto en penumbra, el cerco de la lámpara
arde sobre la página, en los dedos
que aferran el cuaderno, recogidos,
y trazan nuevos signos con serena mudez.

La calle es la moldura de otro silencio. Nadie
bajo los sauces, bajo la farola
tibiamente alumbrada, en el frescor
de esta noche de junio, de esta noche en que velas.

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Julio

Hay algas en la orilla, y un sol crudo, tenaz,
lame las avenidas, abre los descampados,
o se enrosca en los buenos días y los quetales
que puntean, ligeros, como insectos al vuelo
la llegada puntual de los oficinistas.
La rosa de los vientos del día, la candente
veleta del verano inicia su deriva,
se despereza y gira, gran noria bostezante,
agitando sus flecos entre sombras de asombro,
esparciendo en el aire su voz enronquecida,
y una herida de sal se insinúa en la piel
o crece hasta saciar el frescor de la noche,
como tras las pupilas un destello devuelve
otro verano antiguo, fundado en la inocencia,
más allá del recuerdo o su remedo estéril.

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Lectura de Marguerite Yourcenar

La tranquila insistencia del agua en mi ventana
es también, esta noche, la calma del lector,
la intriga del que ha entrado en el secreto.
Cartas a sus amigos: el arco de una vida
y su diana invisible, inalcanzable;
los pasos bailarines de la araña
sobre la red que teje y es el tiempo;
el debe y el haber de cada día
en un libro de cómplices y amigos
que acoge al visitante y no se cierra.

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Llamada

¿Quién llama en el silencio de la tarde?
¿Son las horas, tal vez, al deslizarse
sobre tu cuerpo como el agua,
como el agua que anhelas y te anhela
bajo el oscuro nudo de la luz?
¿O es acaso esa luz, que se debate
en el aire inflamado,
en el aire sin pulso ni reflejo que humea?

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Noche de agosto

Bajo la tela de la noche
y sus linternas diminutas.
La puerta abierta.
La remetida claridad del cuarto
tras las ventanas.
La humedad en reposo de la tierra.
Y el ruido de unos pasos en la grava
que anuncian tu llegada,
tu saludo abstraído,
tu calor.

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Otros inviernos

Huraña luz de enero, aún recuerdo
tu resplandor sin nadie,
el frío del azul en la garganta,
el aliento helador con que el silencio
salía a recibirnos,
la equívoca extensión del alba
camino de la escuela y el desmonte,
entre zanjas y charcos al azar
que contenían otro cielo
hecho de fugas, ráfagas, reflejos,
como un río se esconde bajo tierra
y la cruza o devora,
aguas de claridad tumultuosa,
secretas desazones que atraviesan los años
y bañan, emergidas, otro enero, otro invierno,
mientras vago sin rumbo
por las calles de Sheffield, y descubro,
o creo descubrir,
bajo la tela cárdena del día,
la misma luz, la misma sombra huraña,
como una geometría
de aristas y vacíos que ordenara
el ladrillo locuaz de las fachadas,
el hormigón cubierto de verdín de los muros,
el asfalto de los aparcamientos
donde pasea el niño que fui, que soy aún,
rumbo a no sé qué escuela
de la que nadie nunca me avisara.

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Palomas

Cruzan el patio las palomas.
Se cuelgan del alféizar, gorgotean,
van y vienen por la penumbra
con sus plumas raídas y su insolencia terca.
Palomas de ciudad,
vestidas del hollín que respiran,
sirvientes del tendal y la basura.
Las odio cordialmente desde mi ventana,
busco espantarlas, cuelgo plásticos,
pero es inútil.

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Para vivir

La mano escribe para no morir.
O cuenta el mundo en sílabas contadas
para decir: aquí termina el mundo,
fuera impera la noche
y el frío de la noche,
el lento gotear de las estrellas
y su terco silencio impenetrable.

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Principio del páramo

versión de un poema de Ted Hughes

Donde no había nada
alguien dispuso un lago amedrentado

Donde no había nada
hombros de piedra
se abrieron para sostenerlo

De las estrellas vino un viento
descendió al agua olió el temblor

Con ojos cerrados, con manos
enlazadas
los árboles
se ofrecieron al mundo

El brezo se encogió, asustado

Nada no hay nada
hasta que una gaviota

Rompe
escapa

De la nada a la nada:
un rasguño en la tela

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