Infancia Muerta

Aquellas alas, dentro de aquellos días.
Aquel futuro en que cumplí el Estío.
Aquel pretérito en que seré un niño.

Desierto, tú quemaste la quilla de mi cuna
y detuviste a mi Angel en su Agraz.

La madre era ascendida al plenilunio encinta,
y en un suceso cóncavo
trasladaba sus hijos a sus nombres
y los dejaba solos,
atados a los postes de los campos.

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A FERNANDO DE SORIA

Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos meses
estas ayer, Sorino, rubias meses,
breves manojos hoy de espigas canas.

Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar para que vieses
vencida la esmeralda en sus enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.

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CanciÓn Para Una Muchacha De Ojos Verdes

Mujer de ojos verdes, como el recuerdo dulce de la vida campestre.
Arbolillos de leche tiemblan en tu retina
junto a islas de verde sustancia evaporada.

El más pálido aire, reverdece a tu paso;
como un libro de alfombras y nardos deshojados;
como un ángel desnudo en un claro del bosque ;
como el color muriente que atraviesan los nómades…

Tú, en las manos que imploran, al caer, con los náufragos;
en las alas que arrastran los sauces caminantes;
en el sulfato ileso del océano amargo ,
en la albúmina tierna que roen las cigarras;
en el ramo erizado que abrazan las novicias
muriendo como lirios, en soledad de sexo…

Tú en el agua viajera, redonda como el mundo,
en el éxtasis breve de la hierba naciente.

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SONETO III

A S. PEDRO, EN UNA BORRASCA, VINIENDO DE ROMA

Pescador soberano, en cuyas redes
los monarcas mayores han estado
dichosamente presos, y cambiado
en gloria sus prisiones y en mercedes;

tú que abrir y cerrar el çielo puedes,
con poderosa llave, a tu ganado,
y alcaçar en la tierra has alcançado
con colunas de pórfido y paredes:

los ojos vuelve al mar enfureçido,
y pues tal vez osó mojar tu planta
aun siendo ‘ollado de tu fee animosa,

su ‘inchazón rompe, acalla su rüido,
y enseñado dicípulo, levanta
mi fee y mis pies con mano poderosa.

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SONETO XXVI

A LAS RUINAS DE ITÁLICA, QUE AHORAN LLAMAN SEVILLA LA VIEJA, JUNTO DE LAS QUALES ESTÁ SU EREDAMIENTO MIRARBUENO

Estos de pan llevar campos ahora,
fueron un tiempo Itálica. Este llano
fue templo. Aquí a Teodosio, allí a Trajano
puso estatuas su patria vençedora.

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Variaciones Del Anhelo Infinito

Si alguna azul mañana de febrero,
tras una larga noche de tormenta,
encontraran tus manos
el cadáver de un ángel en el campo. ..

Si alguna vez, hacia la media noche,
con tu sagrado sxo en las tinieblas,
te me acercaras tanto,
que pudiera oír cómo cae de tus labios
una dulce minúscula sin letra…

Si alguna vez, después de haber leído
una carta de amor, fueras descalza
hasta el río que amaste cuando niña
y escucharas el tránsito de mi alma…

Si alguna vez variaras sin motivo
la dirección delgada de tus trenzas
y te sintieras una joven nueva
con una diadema de gavillas y heno…

Si alguna vez tus manos se elevaran
tanto hacia el aire que no fueran materia
sino un deseo de sentir el alma
celeste y silenciosa de las cosas…

Si algún día tu voz (la que conozco),
atravesara sola esas praderas,
encontrara una fuente silenciosa
y le enseñara a pronunciar tu nombre…

Y, si pasaran siglos, muchos siglos,
y nosotros no fuéramos los mismos
después de tanto sueño en otras vidas;
si, entonces, te encontrara de repente
en una ciudad que todavía no existe
y lograra acercarme y estrecharte
con este amor que ahora no es posible…

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Pura, encendida rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
y no valdrán las puntas de tu rama,
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.

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Rayendo están dos cabras

Rayendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, suave, tierno y muy sabroso.

Hallan extraño el gusto y amargoso,
no hallan ramo bueno en la ribera,
que – como su sazón pasada era –
pasó también su gusto deleitoso.

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Agua dormida

Agua dormida de aquel pilón:
agua desierta;
agua contagiada del conventual
silencio de la huerta.

Agua que no te evaporas,
que no te viola la cántara,
y que no cantas, y que no lloras.

Tu oblongo cristal
es como el vidrio de una cámara fotográfica
que retrata un idéntico paisaje
de silencio y de paz.

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Antiguallas

Casas de mi lugar que tienden a desaparecer:
raras casas que aún suelo yo encontrar.

Es de ver
la amplitud de los patios empedrados,
el brocal con arcadas de ladrillo,
los arriates adosados a los muros
(altos muros patinados y sin brillo)
y la parra que se afianza entre sus grietas,
y macetas, y macetas, y macetas…

Los equipales criollos
debajo del corredor;
cocina que es comedor;
los enormes cajones despenseros;
mesas de pino
tan blancas como el lino
que duermen en los roperos;
(lino fino de enantes;
lino de las estopillas y de los bramantes…)

Y las amplias escaleras y los breves ventanales;
y las vidrieras
de vidrio poligonales;
y los viejos cornizones de los labrados balcones
por las lluvias carcomidos,
donde por turno hacen nidos
golondrinas y gorriones.

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Despertar

Sueños de la mañana
de la alcoba en la semioscuridad.

Despertar indolente en que se siente
la necesidad
de continuar el diálogo interrumpido
con la fantasmagoría nocturnal.

Aquella semivigilia en que aún hay
la indecisión de lo que en sueños vimos;
aquella incapacidad
de descifrar lo que sentimos,
pero en que aún tiembla brumosa una nostalgia
con las fosforescencias de una tenuidad.

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Diálogo

Los mismos sitios y las mismas calles.

“Días como tirados a cordel”,
tan lisos y tan sin detalles.

Cual el tic-tac de un reloj,
isócrona la vida,
y monótono el latir del corazón.

El propio sol adormilado y yerto
echado como un perro junto al huerto;
las mismas puertas en los mismos quicios;
la campana de hoy que es la de ayer
y ha de ser la campana de mañana;
la eterna catecúmena campana
llamando a los idénticos oficios…

Senectud del monástico mutismo
de una vieja ciudad puesta en catálogo.

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Inicial

Fue mi libro de texto un amor escolar;
fue una muchacha triste, la que llegó a quererme
tan hondamente que dejó al pasar
por sobre de mi vida, todo su atardecer.

Aún de la colegiala traía la manteleta
azul de las internas, allá cuando en la escueta
sala de dibujo, en la gran sala,
fue nuestra primera, recóndita estafeta,
una violeta.

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La gotera

Llovió toda la noche.
La llovizna final aún parpadea
un húmedo rumor en la azotea;
archivo de hojas que moviera el viento.

La oscuridad del ámbito se duerme
desvelada dentro del aposento.

La lluvia ha hecho
que se filtre el agua
y se traspase el techo
destilando metódica en la estera
del piso de la pieza,
una gotera.

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Los cuartos de hora

Dos gotas de cristal que rebotaran,
y al rebotar sonaran
con timbre desigual: tín… tán… tín… tán.
Así suenan los cuartos de las horas
del reloj parroquial.

La noche es una lámina astronómica
de mármol, donde van
rebotando los cuartos de las horas:
tín… tán…
tín… tán…

Pienso en la ausencia de la vieja casa;
el amplio comedor dado de cal;
la cantera porosa en que se filtran
alternas gotas que también dirán
al caer sobre el agua de la cántara:
tín… tán…
tín… tán…

Los sueños andan por la cabecera;
la alcoba memora la vieja y casera
canción primordial:
Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?…
que es como un perfume en la oscuridad.

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Palabras sin sentido

Aunque la mañana está soleada,
tiene algo de una celda abandonada.

Habla la casa porque está callada;
y en un encogimiento del espíritu,
se me forma algo intrínseco…
…por nada.

Palabras sin sentido;
ecos de quién sabe qué ruido
se repiten las cámaras desiertas
de la desierta casa en el olvido.

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Panoramas

Panoramas de la mañana
que alcanzo desde mi ventana.

Sillares y molduras de la iglesia
que se detallan por lo tan cercana.

Mañana ventosa
que en el arbolado de la plazuela
combina en los ramajes
muecas y caras,
risas y cabeceos,
cual si fueran los de un corro
de vecinos en chismorreos.

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Romanticismos

Viejas cajitas de música,
viejas cajitas de laca,
cuya tapa en rectángulo decora
la quietud de una pérgola,
o la prez
de los cármenes de Aranjuez:
Cajas de música de las que ya no vienen ahora.

Todo un mecanismo demodado:
un peine de acero,
un cilindro que gira,
y sobre
la mecánica del cilindro,
minúsculas púas de cobre.

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Rumores

El nocturno abecedario
que nos habla en su dialecto
del insecto que en las noches
y en insomnios acompasa
sus rumores en sordina
con la ruina de la casa.

La puntual destiladera
conque ritmos de clepsidra
nos hidrata la emoción
con la nota de la gota
que al caer sobre del agua
dentro a la húmeda tinaja,
metaliza una canción.

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Soldaditos de cristal

Lluvia del aguacero,
lluvia de agujas de acero,
lluvia llena de olores y de ruidos
que me mueves el alma y los sentidos.

Qué lejana visión en ti se afina:
Cuando eras citadina…
Cuando eras pueblerina…
Cuando eras campesina…

La urbe episcopal, vieja y lontana…
mi pueblo… mi casona… mi ventana…
la granja con su olor a mejorana…
Fresca siempre al caer y siempre bella;
pero ya no eres aquella:

La que con mi devoción
rezaba su honda oración
allá dentro de aquel hueco
barítono canalón.

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De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (VII)

En la primavera conociste a la niña Clara.
Ella jugaba dentro de una jaula
con los címbalos y el armonio
que la escoltaban desde su nacimiento.
De los címbalos partía la ráfaga
que corta los glaciares.
Del armonio brotaba El Intervalo del Diablo,
que al transformarse en burbuja
iba de las guirnaldas de yeso
a los enigmas de raso
y de las margaritas enrojecidas
al temblor de tus años.

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De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (XXIX)

Dos años después de tu zambullida en el Rin, la niña Clara
llegó a visitarte por última vez al manicomio de Endenich.
El atardecer rodeaba de angustia su cabello.
El aire tenía peso de vapor subterráneo.
Creyendo que era la más reciente composición de Brahms
le tendiste los brazos y te aferraste a ella con la serenidad
de quien ya no es dueño de sí.

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Mar de fondo (II)

Cierro los ojos. Me arrastra el sopor hacia los territorios de la fiebre y, mecánicamente, limpio mis dedos pegajosos de semen en la trama del mosquitero.

Oigo a lo lejos el mundo de mi madre, su andar entre las brasas, su diálogo con el rencor que le acompaña: hablan de mi padre, de la mujer que tiene, de su risa, que suena como tromba de flores pisoteadas.

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Mar de fondo (VIII)

La primera mujer que recorrió mi cuerpo tenía labios de maga: labios verdes y azules, con sabor a fruto silvestre, con señales indescifrables como la miel o el aire.

Muchas veces incendio mis cabellos con siete granos y siete aguas, cOn ensalmos que sonaban a campanillas de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.

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Mar de fondo (X)

Paura no tiene cono: tiene un molusco arroz entre las piernas, un coral palpitante, un fruto que perfuma mis vísceras y el aliento de los tiburones.

Cuentan que fue muy bella en su primera infancia. Dicen que su pelo servía de faro en noches de tormenta y que su lengua salvó a más de una tripulación consumida por el escorbuto.

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Mar de fondo (XI)

A una mujer que va de viaje al mar es inútil llenarla de palabras.

El mar le chupa los vertederos de la sinovia, le abrillanta la voz, dibuja su abdomen en la arena, le corta la respiración con sus alfanjes herrumbrados.

A una mujer que va de viaje al mar no le hablen de la tierra firme ni de los muelles del estado de gracia.

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Mar de fondo (XIV)

Antes de que llegara el tiempo de la fiebre, un tacuazín devoró a la guacamaya que alegraba lo sórdido del patio.

Mi padre, conmovido por mi desesperación, construyó una trampa grande y resistente, con tablones del aserradero.

En su interior dispuso granos de maíz, agua bendita y huevos de gallina negra.

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Mar de fondo (XVIII)

A partir de septiembre el río no ha hecho más que crecer.

Se lleva lo que a su paso encuentra: casas, puentes, arrumbadas berlinas y muros de contención. La cola del huracán, envuelta en lluvia, llena mi espacio de pájaros sin nido que irrumpen como malas noticias.

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Mar de fondo (XX)

Sentado al borde de la cama, es decir, al borde del abismo, miro el suelo distante que me espera. Lo toco con la punta del pie como se toca el agua de un estanque: lo siento helado y ríspido, frágil y plagado de nudos, como la mano al sol de un viejo artrítico.

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Un cortesano, estando pensativo

UN CORTESANO, ESTANDO PENSATIVO, FUE PREGUNTADO
POR SU DAMA QUE EN QUÉ PENSABA, Y ÉL LE RESPONDIÓ
ESTE MOTE:

Pienso que mi pensamiento
no piensa que soy yo.

GLOSA

Si por pensar enojaros
pensase no aborreceros,
pensaría en no quereros
por no pensar desamaros;
más pensando en mi tormento,
sin pensar por dónde vo,
pienso que mi pensamiento
no piensa que pienso yo.

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