¿Cómo se llamaría en su juventud? No lo sé. Al llegar a Israel los judíos cambian nombres
y apellidos para no aparecer como Rosenthal, Weisman, Mayer, Meyer, Kohn, Suderman, etc.
Inventó poetas como aquel esclavo Abu Gosh. Tenía pocas ideas.
Alemán de hecho y derecho, peleó en las Brigadas Internacionales, en España,
internado en Francia, deportado a Alemania, fue liberado por el ejército soviético.
En 1949 emigró a Israel. Fue profesor de idiomas en Tel Aviv. Como traductor,
formó parte del Estado Mayor.
20 años, nacido en Berlín, llegado a Tel Aviv en 1952, con sus padres, tenderos
de ropa íntima de mujer; poco ortodoxos y de honradez dudosa. Infancia difícil,
inglés deficiente. Se hizo regañar no pocas veces por ello.
Nació en las laderas del monte Ararat, vivió desde muy joven en Jerusalén,
fue guardián del museo Rockefeller, donde sucedió días antes de morir a un
tío suyo, herido. Farfullaba el inglés y el francés. Murió en el jardín del museo,
el primer día.
Nació en Esmirna, emigró niño con su tío, rabino famoso, en 1949. Cleptómano de profesión
y miedoso de condición principal, se pasó la juventud huyendo de calle en calle, de pueblo en
ciudad. Se alistó. No hizo mal papel: murió el cuarto día.
Era un sabra¹ larguirucho, pálido, casi albino que cantaba con
una voz tan larga como él, bien impostada, no como su figura
que, a cada momento, parecía dispuesta a troncharse. Servía en
un restorán de los que tiene por buenos, en Jerusalén, para uso de
altos funcionarios con visitantes o diplomáticos suramericanos de
pocos quehaceres.
Nació en el ghetto de Viena en 1943 y llegó tras largas peripecias, con su madre, a un kibbutz.
Estudió, en sus horas libres, música y pintura sin gran éxito. Publicó un libro de versos en 1965,
que no pasó desapercibido: Tierra y amores.
Hizo estudios religiosos desde su infancia en las escuelas ortodoxas más severas
del ghetto de Jerusalén. Pero no se ordenó rabino sino que se fue a vivir como
pordiosero en los arrabales de Tel-Aviv. Ignoro su edad pero no debía pasar de los
treinta años al morir el tercer día.
Yo que había sido borrada por el fuego
me fui cubriendo
de verde
(qué
estación más luminosa)
Con el tiempo los animales
vinieron a habitarme,
primero uno
a uno, furtivos
(sus conocidas huellas
quemaban); y después
al haber ya trazado nuevos límites
volviendo, más
seguros, año
tras año, de dos
en dos
pero inquietos: no estaba preparada
del todo para que me habitaran
Les pudo parecer que
pesaba demasiado: pude haberme
volcado;
Me daba miedo cómo
el brillo de sus ojos (verdes o ámbar)
llegaba al exterior desde dentro de mí
No estaba terminada; de noche
no veía sin candiles.
Me estudio con cuidado
en mi menguante cuerpo
que es no obstante engañoso
como la piel de un gato:
seré, cuando me entierren,
más pequeña.
En mi piel se bifurcan las arrugas;
como el pelo o las plumas, sobresalen.
En el campo con nieve va abriendo mi marido
una X, concepto definido ante un vacío;
se aleja hasta que queda
oculto por el bosque.
Cuando ya no lo veo,
en qué se ha convertido
qué otra forma
se mezcla en la
maleza, vacila por los charcos
se esconde de la alerta
presencia de animales de la ciénaga
Volverá
al mediodía; o puede que la idea
que tengo yo de él
sea lo que me encuentre de regreso
y con él amparándose tras ella.
Fue como despertarme
después de haber dormido siete años
y encontrarme con una cinta tiesa,
de un negro riguroso
podrido por la tierra y los torrentes
pero en cambio mi piel se endureció
de corteza y raíces como cabellos blancos
Mi heredada cara traje conmigo
una aplastada cáscara de huevo
entre otros desechos:
el plato de loza hecho añicos
en el sendero del bosque, el chal
de la India destrozado, fragmentos de cartas
y el sol de aquí me ha impreso
su bárbaro color
Se me han puesto rígidas las manos, los dedos
quebradizos como ramas
y los ojos perplejos después de
siete años, y casi
ciegos/brotes, que sólo ven
el viento
la boca que se abre
y se agrieta como una roca al fuego
al intentar decir
Qué es esto
(sólo hallas
la forma que ya eres,
pero qué
si has olvidado ya en qué consistía
o descubres que
nunca lo has sabido)
(Segundo diario: 1840-1871)
Él, que llegó con éxito tras navegar el río peligroso
de su venida al mundo,
se ha vuelto a ir
a un viaje de descubridor
por este territorio en el que yo he vagado
sin llegar a tocarlo, a hacerlo mío.
La oscuridad espera aparte desde cualquier ocasión que surja;
como la pena, siempre está disponible.
Ésta es sólo un modelo,
el modelo en el que hay estrellas
sobre las hojas, brillantes como clavos de acero
e incontables y sin que se las haga caso.
Abajo. Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero
los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado
los herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.
Veo ahora veo
ahora no veo
la tierra es una ráfaga en mis ojos
ahora oigo
el crujido de la nieve
los ángeles que escuchan sobre mí
cardos resplandecientes de aguanieve
acumulada
esperan el momento
de elevarme
hasta el sol
con pilares, la última ciudad
o torres vivas
aún sin levantar
cuyas piedras latentes reposan rodeando
su fuego sagrado a mi alrededor
(pero la tierra cambia con la escarcha,
y los que se convierten
en las voces de piedra de la tierra
también cambian y dicen
dios no es
la voz del torbellino
en el juicio final
todos éramos árboles
Una de las
cosas que descubrí
en ella, y desde entonces:
que la historia (esa lista
de deseos inflados y de golpes de suerte,
contratiempos, caídas y errores que se ciñen
como paracaídas)
se te lía en la mente
por un lado, y por otro se deslía
que esta guerra estará pronto entre esas
diminutas figuras ancestrales
que se te nublan y se te diluyen
por la parte de atrás de la cabeza,
confundidas, inquietas, inseguras
de qué hacen ahí
y que de vez en cuando asoman con un rostro
idiota y unas manos de racimo de plátanos;
con banderas,
con armas, adentrándose entre árboles
trazo marrón y garabato verde
o, en el dibujo a lápiz gris intenso
de una fortaleza, se esconden disparándose
unos a otros, humo y rojo fuego
que en la mano de un niño se hacen realidad.
da el esqueleto carne que se enfrenta
al enemigo y luego
se olvida y es cosecha,
tierra agotada que se pisa
los oídos dan sonidos lo que oía
creaba. (voces
determinantes, que repiten
historias, viejas costumbres
la boca da palabras que decía que yo misma
creaba, y estas
estructuras, comas y calendarios
que me rodean
las manos dan objetos a los que el mundo hacía
realidad: era
esta taza, este pueblo
al alcance de la mano
los ojos dan la luz el cielo
me salta encima:
hágase
el ocaso
O, tumbada en la cama, eso pensé
mientras que me velaban
añadí: ¿Qué harán ahora
que yo, que todo lo que
dependía de mí desaparece?
Cuando todo se aquieta
en el silencio, vuelvo
al borde de la cuna
en que mi niño duerme
con ojos tan cerrados
que apenas si podría
entrar hasta su sueño
la moneda de un ángel.
Dejados al abrigo
de su ternura asoman
por la colcha en desorden,
muy cerca de sus manos,
los juguetes que tuvo
junto a sí todo el día,
ensayando un afecto
al que ya soy extraña.
Comienza a serme infiel
la piel de la garganta;
pero ahora que se pierden tras de mí las orillas,
tómame una vez más, mi desdeñoso amante,
mientras las algas ponen
un collar en mi cuello.
A mitad de camino entre la mar y el suelo
que hace fértil un gesto de vida proseguida,
sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo
yo misma mi balance entre fruta y olvido;
entre amor y despecho con las luces del alba,
o las yertas palabras que acoge un laberinto
de nácar y las vierte contra el rumor del puerto.
Para Sharon Keefe Ugalde
Hacer girar el corazón contra su aguja,
contra el tiempo y su sangre, contra la memoria,
desploma mi pared. ¿Seré un rechazo
de piedra más, herida en el escombro?
No crujas, por cansada, alma mía enzarzada en mi pared,
en mi rodar del tiempo.
Cada noche te espero desde antes de acostarme,
y cuando sobrevienes, agregada presencia
a mi quehacer, pareja de topacios que rompe
contra la piedra azul serena de los míos,
dócilmente interrumpo mi sueño y, pues prefieres
las sombras, me levanto y cierro las cortinas.
Por esa ley antigua que obliga a los amantes
a sucederse en otras y otras generaciones,
yo misma a un joven héroe di vida en mis entrañas.
Me doblegué a las lunas y en su espera de júbilo
los hibiscos tiñéronse.
Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.
Los sábados teníamos de par en par los ojos
enseñando las luces doradas del domingo,
mientras iban las horas resbalando su carga
de ilusión en nosotras.
Sentadas en pupitres, en filas o en recreos,
pensábamos el día perfecto cada una
con un sol, sus películas y su adiós en la calle
al niño que llevaba nuestro nombre en su frente.
Llevas un vaso lleno de transparencias
entre inquietas manos y escurridizos dedos.
Puedes cantar el cielo, el amor, las estrellas:
todo nacerá nuevo de tus labios hermosos.
Descubrirás en sueños la vida que te acosa
tan dulcemente mansa y le sonreirás.
¡Qué me intenta decir tu deterioro? Vente,
muñeca frágil y doliente y herida,
sin faldones que cubran tu cuerpo descompuesto,
sin un alma mecánica que te cubra, desastre
de los años y el trato.
No me aparté de ti; nos apartaron
convenciones y usos: no era propio quererte,
y hoy pienso que otras manos te han mecido en exceso.
Para Floreal y Pepe Bornoy
Como arreciaban más las olas, y la casa
seguía en su costumbre sin aviso,
asomé a la terraza mi aprensión, y era cierto:
ya no veía el faro y perdíamos pie
e íbamos zozobrando aguas abajo, brea
y sal abajo y por la casa adentro.
No llamaré a tus puertas, aldaba de noviembre:
el árbol de las venas bajo mi piel se pudre
y una astilla de palo el corazón me horada.
Porque tú no estás, Blanca, tu costurero antiguo
se olvida de los tules, y el Niño de Pasión
va llenando de llanto el cristal de La Granja.