En el fondo el olvido es un gran simulacro repleto de fantasmas
Mario Benedetti
Como un cuadro que ha sido
descolgado a destiempo
y deja una marca gris en la pared vacía,
mi cuerpo se desprende
más allá del olvido,
ocupa su lugar.
En el fondo el olvido es un gran simulacro repleto de fantasmas
Mario Benedetti
Como un cuadro que ha sido
descolgado a destiempo
y deja una marca gris en la pared vacía,
mi cuerpo se desprende
más allá del olvido,
ocupa su lugar.
En esa noche Pablo
besó aquel cuerpo muerto muchas veces,
acarició sus muslos,
los labios deshojados,
la ternura del sexo impracticable.
El vientre entumecido,
la gangrena incipiente apenas florecida,
el algodón del llanto,
la breve remembranza
de algún lunar dormido para siempre.
Hay ventanas que pueden habitarse
como se habita una ciudad, durante años.
Hay escenas que encienden una vida
y vidas
que encienden una muerte mientras duran.
Tan sólo fue un instante.
Después
aquella imagen fue quedándose atrás
y tuve la certeza
de que ella misma había consentido en su muerte.
He llegado al inicio,
como quien se extravía
bajo la rotación laberíntica
de un bosque sin raíces.
Y doy vueltas
Y vueltas
sobre mi propia herida
tras la única gasa
que macera el silencio y su drenaje,
la dársena del tiempo.
La misma incertidumbre
con la que un día preciso
que ya fuiste acordando sin saberlo,
comienza a desprenderse
la leve gasa que ocultara
la trama de tu herida,
una herida reciente que late sin hablar
y está tan dentro
que tu vida depende de mantenerla viva.
Máquina temeraria.
Yo soy la que comienza a no existir.
Mientras ella
se preña
se atraganta
con mis escritos de la tarde.
Desordena
quiebra
despedaza
se adueña
sabe
que yo la escucho desde dentro.
Me he quedado pensando
que de pronto una despedida
puede ser un comienzo.
Y he abierto mis manos
y he pensado besarte cuando ya estés dormido
inaugurar el campanario de los besos
dibujar un pañuelo
en la seda del aire
apalabrar la senda
de tus ojos cerrados
quebrantar ese sueño
que ahora habitas
en mitad de la noche
y decirte a los labios
adiós amor
hoy quiero despedirme
zozobrar para siempre en esta isla
reparar el amor.
Para Andrés Romero, cuando sea mayor
Niño sin sombra, Andrés,
desmigada sonrisa,
cuerpo de junco tierno todavía.
Que la vida te lleve por caminos agrestes
no por sendas baldías.
Que un pájaro de arena
aleje la ceniza,
el vaivén de columpios monocordes.
Sabríamos recordar cada trozo de mundo,
cada tropiezo vivido
si al abrir la mirada
recobráramos de nuevo
la luz de cada instante,
pues toda inmolación deja su propio surco,
su propia oscuridad,
y cada imagen
tiene su propia lámpara.
Tiempo de opacidad,
de desencuentro.
Hay mujeres que lloran
tras los escaparates de los supermercados,
golpeando las lunas de las lamentaciones,
en las monumentales góndolas
de los productos lácteos,
de las niños sin nombre
de las huevos de alondra lacerados,
maraña de retales.
Toda la noche he navegado bajo la lluvia desconocida,
barricada en el templo del absurdo
alguien tiembla en el pozo desde antiguo
donde crece la hierba y se amontona la noche.
En el firme del aire
tan en silencio vuela
el pájaro tambor de la madera
con su lámpara alada en la senda del bosque.
Tú no estarás. Ya no.
En la última tarde tu mirada tenía
un dolor a jardines descuidados,
una luz huidiza y astillada,
un caminar de hombre con mirada de trapo,
y un corazón tartamudo.
Llevabas un temblor de naufragio y una venda en los ojos.
Y es ahora y no nunca
precisamente siempre,
cuando el náufrago desciende sin memoria
preguntando preguntándose
refrescando el olvido
de esa herida reciente
que no sangra ni alumbra.
Manantiales de humo.
Pactemos la mentira amenazante
que mana del recuerdo.
Yo soy la que os escribe.
Mi luz es un antílope que pace
entre las ruinas del misterio.
El espino que sangra,
el surco desde dentro
que nunca cicatriza.
El manantial sonoro
que se expande en el sueño.
Llegar a ti, entonces, es buscar
la voz de un niño entre las multitud,
recoger el miedo interminable
que origina un viento nocturno,
iluminar el amor con una lámpara
de primitivo y de dulce aceite,
tocar con los dedos un pájaro de azúcar
que besa el cuello de las mujeres,
limitar la invasión de la nieve
que llega con sus armaduras de frío
y verte tranquilo y reposado
quemando el intacto silencio.
Un laurel es tu mano entre mi mano
y agua unitiva el río de tu brazo,
ansias somos unidas por un lazo
tenso de resistir y cotidiano.
El roce de tus labios no fue en vano
y para comprobarlo te doy plazo:
sobre mi pecho de hombre está tu trazo
y tu aliento a mi boca está cercano.
DON ÁLVARO: (sólo)
¿Que carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en sino terrible!
¿Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¿qué calabozo profundo,
para el hombre desdichado,
a quién mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo
afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.
Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores.
Cuando regreses
a la ciudad verás las ilusiones
que madrugan con sus acentos
incapaces de desprenderse
del pasado, que ignoran
lo mismo que nosotros.
Tú ni siquiera sabes por qué vives,
cómo es posible limitar
la realidad de varias formas,
si es tuyo este deseo
en la utopía de los débiles,
rebeldes, nunca hermosos.
Todo lo revivido se estremece.
Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.
Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Veo en el horizonte un humo verde
reptando, caprichoso,
igual que una culebra entre las rocas.
Y cerca, en el camino a mitad de este sendero,
la verja vegetal que lo recubre
lujosa, decadente,
escarchadas y lánguidas
clarean unas ramas.
La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.
Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.
Por la escalera azul de la mañana
el deshollinador.
Su piel de escamas y sus cejas
serpentinas, felices
bailan. Todo podrá cambiarse,
dice. Nada me toca.
Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta. Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses.
A Stéphanie Ameri
Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.
Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.
Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo.
Se avecinan veloces
las nubes del oeste.
¡El agua buena comprimida!
Este refugio oscuro.
Nuestro dolor.
Este mundo de enfrente se encarama
donde puede y es tuyo sin saberlo,
a tu vida traiciona sin buscarlo
y no tienes la culpa.
En el pasado
fuiste feliz con la tranquilidad
de aquellos sueños, todas las promesas:
habitaba en tu mente un bosque inmenso
y siempre te asombrabas
con el murmullo de las caracolas.
LOS TOROS
Está en la plaza Mayor
todo Madrid celebrando
con un festejo los días
de su rey Felipe cuarto.
Este ocupa, con la reina
y los jefes de palacio,
el regio balcón vestido
de tapices y brocados.