Yo soy
mi propia secretaria
mi propia
cocinera
mi propia
modista.
Yo soy la que
escribe mis poesías
y mis relatos.
No tengo
ningún ayudante
que haga mis recados,
que ordene mis papeles
que ponga al día
mi trabajo,
que mande los
correos electrónicos,
que conteste a mis mensajes
o que hable
con quien haya que hablar.
Poemas españoles
¿Qué significa la cuestión del dispositivo?
Entonces sí que no entiendo nada.
Creo en los comienzos
de una historia.
En una mesa amarilla,
teñida para asustarme.
En cuatro rotuladores;
verde, marrón, rojo y negro.
Creo también en los papeles
esparcidos sobre mi mesa,
y en la botella semivacía
que dejé olvidada no sé
cuando.
Quería darle
una sorpresa,
así que para su
cumpleaños le
regaló un seat
850, año 73.
Mi amiga estaba
entusiasmada y
como agradecimiento
sacó el carnet de
conducir y se
volvió dócil.
Ahora se
dejaba follar por
las mañanas,
justo al
amanecer, aunque
detestaba
esas erecciones
matutinas, y
los tipos de ese
calibre que
despiertan a
las chicas en
mitad de un
sueño.
¡Qué cabrón
era Mick!
Decía que no
quería acostarse
conmigo porque
estaba gorda.
No estaba gorda,
Mick,
estaba embarazada.
Qué hubiera ocurrido
si todas esas
niñas bien
de apellidos
compuestos,
de cabellos
claros y ojos
azules
se hubieran
dado cuenta
a tiempo
de que
ningún hombre
las salvaría.
Ahora no estarían
llorando por las
esquinas,
ni sentadas en
los bancos del
parque
en mitad del
invierno
dando de
merendar
a sus hijos
con ese ridículo
corte de pelo.
Los viernes por la tarde
en la autopista de la Y griega
siempre hay colapso.
Y ahora han puesto neones
que indican el número de
muertos que hubo
tal día como hoy
hace un año.
53 MUERTOS EL 15 DE OCTUBRE
DE 2003
dice un luminoso-.
Al teclear me preparo para un nuevo dolor
mis dedos postrados en la mayólica del aire
van por la intransigente línea del tren
Mis dedos enfadados con su instinto de dominación
abiertos a los acertijos de un conductor que no soporta
la espontaneidad de los saludos del otro
sacudiéndose la arena que subrepticiamente
los pelícanos robaron de la playa
el sol que cargué en un sombrero de hojas
de plátano y lancé al otro sol que corría
en el capricho de las olas
que incontrolables los muchachos
en busca de consuelo pretenden civilizar
Saltos equinos que hipnotizadas nubes
conducen al seno denso de su epifanía
Mis dedos que no dejaría prestados a pintor alguno
a cambio de su amor apócrifo.
Antes del incendio
la ciudad quedó a oscuras.
Pocos vieron
prender la llama entre las manos
del incendiario.
Mas no les cupo duda a los conversadores
en las salas del vino
de la intención que ardía ya
en su tacto.
Pero digo que hubo sitio
para los ojos
y para las manos.
Quiero decir que fue el lugar
del tacto
y la mirada.
POEMA SIGUIENTE
Que no piensen después
los visitantes
que allí se alzaron templos, se trazaron
avenidas, se dispusieron salas
para múltiples usos sospechados:
Era un paisaje tan desnudo.
Qué se hará entonces del espacio
trazado en el silencio. Qué
si el estruendo final de los aviones
abre grietas en el asfalto altísimo,
qué si la hélice levanta
un caos de sal para apretar los párpados.
Será súbdita o reina
en la región
a solas.
(Cuando parta el pirómano
hacia nuevos imperios de ceniza.)
A qué región me llegaré a buscarte
ahora que reposas a mi lado
en forma de deseo
hombre
cuya belleza apenas
conocía. Cada día me ciñe
su cilicio de ausencia.
Me has herido de vida desde toda
tu muerte
y no hay sueño bastante a tu vacío.
Hay libros que se escriben sobre la carne misma.
Son esas cicatrices que nos hablan
y sangran
cuando el tiempo se rinde a su derrota
un puñado de signos que apenas
comprendemos
y eran el beso intacto de la vida.
La casa que abrigó tu corazón
será una ruina. Furtivos
en la noche
la habéis abandonado.
Oscura en el jardín la tierra removida.
Quise
decir traición
y dije llanto.
Sólo el ave conoce
los exactos perfiles.
De sus ojos aprendo
el universo miniado
el eterno poniente que oscurece
las islas.
Puedo ver la verdad:
el lento claudicar del horizontes
y su amarga
caída.
Te has ido como el sol.
Una boca de tierra
te había comulgado.
Luego sólo la llama enmudecida.
Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.
Quiso el amor y mi fortuna quiso
que ellos el fiel de mi esperanza sean;
si aparecen, de pronto me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.
Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
¡Es ella..! Amor sus pasos encamina…
Siento el blando rumor de su vestido…
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina.
Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.
Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu sueño, y callado apoderarme
de todos tus riquísimos despojos;
aire sutil que con tus labios rojos
tuvieras que beberme y respirarme;
quisiera ser tu alma, y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.
Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío;
mas, ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?
Penetre en ti callada mi ternura,
sin detenerse en el menor desvío,
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.
En el pico de un banco está sentada.
No quiere molestar. No mira al frente.
No la turban los ruidos ni la gente.
La tela que la cubre está gastada.
Es blanca su cabeza mal peinada.
Veo de su perfil sólo un pendiente,
y un zapato sin brillo, indiferente
a la media tupida y descolgada.
Bajo mi rostro a tu perfil yacente
que alumbra el lecho de tu alcoba oscura.
Un escarchado arroyo es tu figura,
y en ríos van mis ojos por tu frente.
Yo caliento tu helor inútilmente.
Párpados tuyos besa mi locura,
pómulos, labios de tu boca pura.
??¡Jueces, justicia!??, sin cesar repito.
Ronca, impotente, voy por los juzgados,
peores que sepulcros bien sellados
que me cortan la voz cuando les grito.
Libres, impunes de su gran delito,
una mujer y un hombre, dos malvados,
mancharon con peritos sobornados
mi limpio nombre en cada verso escrito.
Dime:
Si yo fuese a tu alcoba
en una noche clara,
desdoblado mi oloroso cabello,
y mis dientes brillaran
al borde de tus labios,
¿cómo responderías oyéndome decir: ¡Abrázame!?
¿Romperías las leyes
del gran amor que te sujeta?
Al Dr. D. Benito Rutz Quíntela, que tan
angelicalmente cura y sonríe a los niños.
¡Silencio!: Un niño va a nacer.
Que toquen campanarios. Orquestas. Catedrales.
Que se callen computadoras
yunques y turbinas,
bases de lanzamiento.
Que se olviden diplomas
pergaminos
fajines
y medallas
Un minuto de pureza en los lechos.
Levanta la tarde su espesura de silencio,
sube el mar a las últimas cornisas
con alas de graznido.
Pliega la luz su rabo inevitable,
una a una, por todas las fachadas.
Más allá de la esquina del salitre,
al viejo paredón desalojado
lanza el mar su delirio de insistencia.
Amarillas las fachadas,
amarillas las barandas,
las terrazas y las pérgolas,
las janelas amarillas.
Amarillos los toldos,
el blando acantilado,
el sol en el Algarve,
el banco en que te escribo.
Amarillo tu vestido,
los manteles y los pórticos,
los zócalos, los caminos:
amarillos, amarillos.
Latfi pregona chicles por los trenes
desde Sousse a Mahdia.
Arrastra su bastón
de primera a segunda:
en la mano una caja
de fresa y clorofila.
¡Clorofile, clorofile!
(el cuello sudoroso,
sucio el vagón,
la empuñadura sucia),
impasible repite su romanza.