Apareció el sol
y el miedo de cegarme también
presencia descarnada
la que mira no soy yo
sino la que de noche tajea el cielo
y al amanecer anda perdida
emparchando fisuras
la que se quiebra
de tanto deseo de lo que no existe.
Apareció el sol
y el miedo de cegarme también
presencia descarnada
la que mira no soy yo
sino la que de noche tajea el cielo
y al amanecer anda perdida
emparchando fisuras
la que se quiebra
de tanto deseo de lo que no existe.
El mapa partido, el territorio es lejanía
para siempre se aparta
de dueños eventuales
Para siempre en su pasado que se me cierra
para siempre Warszawa como el marco de la puerta
después del temblor
o es el temblor mismo
y tristísimo
El nacimiento se me partió en la lejanía de un territorio
Luego
un despliegue
de sus tácticas & estrategias
para sobrevivir
Luego
vinieron Siberia & las cáscaras de papa para el
hambre
& El Líbano & Irán
& Egipto & Palestina & Londres
último
el mapa partido & este país
Igual que una vestal pisoteada,
permanece escondida y silenciosa.
Pero a veces, renace inmaculada,
y de nuevo, como una antigua diosa,
por sus secretos fieles invocada,
se yergue intacta, fatal, majestuosa,
y en el milagro súbito de un verso,
de pronto, nos descifra el universo.
Cuando en la noche surge tu ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en que tu torso cruce
los cristales y la tibia camisa
sea a la silla lanzada.
Por qué mi carne no te quiere verbo,
por qué no te conjuga, por qué no te reparte,
por qué desde las tapias no saltan buganvillas
con tus significados
y en miradas de azogue que no reverbera el sol
dando de ti noticia,
ni se destapan cajas con tu música
y su claro propósito,
y ningún diccionario ajeno te interpreta.
Y después, las arrugadas sábanas
por entre las baldosas serpentean;
los cajones volcados, vacíos los estantes
y roto el estilete tras obstinado estupro.
Mas si él tuvo la fruta del verano
y la ilusión de amor casi duró una hora,
quién fue el depredador y qué lo más valioso.
Y ese instante: la puerta traspasada
que se cierra apresando,
y el peligro contiguo y el abrazo inminente
pues la luz ha prendido por sorpresa la estancia
y una ajena presencia, radiante entre las joyas,
devuelven las vitrinas.
Y quizás la belleza sea sólo desconcierto.
Y la larga experiencia -femineidad rapaz
del ojo- ha descifrado en cierta boca triste
o impaciente ademán, o en traslúcida cera
de una carne vencida, al tasador más alto.
Lentos dedos resbalan, por la cadena, un dije,
del escote el confín, yerta gota cayendo,
amenazando al torso que se ahueca.
Y la música ardiendo, estallando,
araña es de cristal, o una bengala;
el limón sobre un vaso teñido de violeta,
vigilante; y el blanco pantalón,
que en medio de la noche resplandece,
arrogante y magnífico como un corcel de Uccello,
hasta la madrugada perseveran.
Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Hoy el mar está solo,
como un enemigo insistente,
se acerca y chupa la arena,
malvadamente.
Como un ave de presa
las mojadas olas vigilan
los bordes metálicos de
un mar desconocido.
Protegiendo su profundidad,
extendiéndose su oscuridad,
como una amenaza,
sobre la arena
en forma
de un viento invisible.
Tráeme rosas robadas de algún jardín, cualquiera,
pero que sean robadas.
Me gusta lo furtivo, lo oculto, lo callado.
Dicen que hay en la luna un rostro que no vemos.
Tráeme de allí las rosas,
allí crecen sin miedo.
Es suyo el infinito.
Frutos redondos, dulces, doloridos,
caen al huerto que habitan las futuras palomas,
los enebros de mayo.
Frutos redondos que invitan al deleite.
Sal a cogerlos y bebe su lisura.
Reconoce el sabor que nos separa.
Subió a los infiernos y está sentada
a la diestra de sí misma
tiene en la mano empuñada
una pluma
y no sonríe ni espera la resurrección de un muerto.
Antes de escribir el poema,
con el lápiz en la mano
y el silencio hecho palabra,
me pregunto a quién demonios
interesa si este mar
ya no es azul ni si mi vida
de hoy es la que antes era.
Tu mano recoge de mi piel el tiempo,
incansable borra todo viejo amor
y regresa de la caricia como una alondra
que se debate en lo oscuro
sin encontrar la luz de la mañana
Después, serena mi cabello
en algún odio enmarañado
y llama a esa niña que enciende sus ojos
con tu boca y reza silencios
cuando los labios se acercan a tu nombre.
Me gusta verte desde lejos
acecharte discretamente
provocarte
Reinventar cada encuentro
adivinarte
Sigilosa encenderte
disfrutar el placer
de enamorarte
y como leona
echada
verte llegar
a mí
muy lentamente
Tan sólo somos las mujeres;
Santas madres vírgenes
dulces comprensivas,
viscerales emocionales
brujas neuróticas histéricas
sensibileras ingenuas liberales
o putas.
Según el diccionario
de la Real Academia
de los Machos.
Pero, de humanidad
¿Qué saben los castrados?
Mañana. Dormir. Despertar.
La calle, las puertas. Unos peldaños.
Otra puerta más. Y tú.
A contraluz. Mañana.
Telefonear. Quería telefonear,
escuchar al otro lado su voz
quedamente desgranar las palabras,
un faro frente a un mar
inseguro, descubrir
en su tono una rada,
refugio contra la inquietud
o el abandono.
Mas, ¿cómo tomar el teléfono, blandirlo
ante sí mismo sin dejar
inerme en el aire
todo, definitivamente todo,
el oro vivo del día?
Carnales tras las últimas casas, ebrias
a las tres en un bar, errantes
en la marcha de un tren.
Quizá alguien busque un petirrojo
en la enramada, huellas en el barro,
lugares más allá de la distancia.
Alguien con otra forma de mirar,
otro fondo de escena y la misma sospecha
de estar equivocado mientras la noche
cae y se enciende una luz
dejándonos indeciblemente solos.
¿Quieres sondear la noche de mi espíritu?
Allá en el fondo oscuro de mi alma
hay un lugar donde jamás penetra
la clara luz del sol de la esperanza.
¡Pero no me preguntes lo que duerme
bajo el sudario de la sombra muda…;
detente allí junto al abismo y llora
como se llora al borde de las tumbas!
Llovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina en el borde su mirada.
Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Una nostalgia de islas yo tenía:
prisionera del mar
Venecia retenía mi niñez: sus canales
recordaban mis rizos
y rezos solitarios.
Toscana me esperaba
y como siempre ocurre
la vocación de amor tendió los puentes.
Y hoy aquí en la Florida me confirma
el prisionero mar:
a quien vive en Florencia con amor
le sobra isla.
Yo sólo soy el punto de partida:
el bizantino vuelo
hundido en soledades
o rescatado en beso.
El más leve matiz de una discordia
entre el agua y las islas
me sería fatal
de no existir Florencia y sus almohadas
de magnolias y mármoles.
El sueño es como el amor
un centro sin confines circulares
carente de hemisferios:
un pez inesperado en cuya boca
se esfuman las ideas:
un pez ensimismado en cuyos ojos
se resuelve el océano
Me dijo un ángel hoy:
Filo de Alejandría hace tres siglos
vio a un radiante extranjero misterioso:
sin conocerte supo que eras Tú.
Y se fugó después de regalarle
a mi Madre un ramo de cañas
y una suntuosa rama de palmera.
Quien dé nido a mi voz
sabrá de los exilios que conlleva
la lealtad sin cese a la Justicia
y la Belleza: en mí son la Verdad.
Quien a mi luz de nido,
ande peregrino por el tiempo,
las ideas, el mundo, sus pasiones,
santuario encontrará siempre en mi Amor.