No sé si a ustedes
Se les cae el rostro o les pica el cabello como alergia
Si es que entienden que habitan
Con tanto deprabado. Si aún tienen el cerebro bajo la voluntad
De tres candados yale golpéense la cabeza
Y ustedes
Chuchos politiqueros
Lameculos desde el siglo pasado
No jodan la paciencia
Sean breves!
Poemas cortos
Pastorcico nuevo
de color de azor,
bueno sois, vida mía,
para labrador.
Pastor de la oveja,
que buscáis perdida,
y ya reducida
viles pastos deja;
aunque vuelta abeja,
pace vuestras flores.
Si sembráis amores
y cogéis sudor;
bueno sois, vida mía,
para labrador.
Despierto:
con su anzuelo imantado
me pesca el día
desde el fondo de las corrientes
perdidas
donde estaba viviendo
(había un bosque submarino
mecido por oscuras marejadas
en su rincón más sombrío
había una gruta
en la gruta
había una mujer
en la mujer
había una gruta…)
Fluye también pero a su modo
Por un lecho obstinado
Como un tirar de cabra a un monte otro
Ese tiempo frenético en el que sostienes
Cuando algo en ti
que nunca habló tu lengua
Como en una caricia del dolor
se encoge
Al escuchar mi nombre
Que me dieron aquí para otra cosa.
La pobre carne inocente,
dulce montón de tibieza
y ciega orfandad, se siente,
tras la elástica corteza
de la piel, cómo responde
al llamado. Porque esconde
en su entraña agradecida
de construida blandura
toda la rica hermosura
de un destino de vencida.
Qué poco dura
la huella de una página
o el sabor de un verso,
o el saber de tan débil arquitectura;
poesía;
mezcla de tejidos y piel y memoria,
alquimia de fluidos y sangre y fotos y nada
sobre la palma inerte de esta hoja
que mide su tiempo
en ausencias al cuadrado.
Y aunque parezco un hombre como tantos otros
y el aire que respiro
parece ser suficiente para llenar mis pulmones
y cobrar vida,
en realidad, vida,
no soy más que un paisaje de ropas
al que le falta tu cuerpo.
El ferry zarpó rumbo a la Perdiguera.
Un grupo de niños jugaba en cubierta
a lanzarse un flotador sin mucho acierto.
Terminaba el verano. Éramos, sin saberlo,
el último grupo de turistas.
El mar menor brillaba como un desierto de plata
frente a las terrazas vacías, desencajadas
como trajes que visten esqueletos.
Uno habita una casa y está solo. Se han ido
lentamente los sonidos
como aves de otras latitudes que alzan el vuelo
y sin previo aviso
se llevan el sabor a verano, el desorden
de la risa, los verbos que otros ofrecen a nuestros labios.
Vendrán una mañana los abrazos que amagué,
los labios,
las manos que entre mis manos
fueron espuma,
las palabras de vino
matriz del polvo.
Vendrán una mañana con su vacío,
dejarán sobre mis sábanas
el hueco inútil,
la muda caligrafía de todo lo incompleto.
Esas marcas de salitre que dejan las olas
sobre la arena
son como nosotros;
restos de espuma que el mar,
impreciso,
no supo pronunciar en futuro. Y el sol las desvanece.
Hay palabras que ya no decimos,
que se quedan varadas entre el deseo
y los labios,
que se arrastran por nuestro cansancio
y son espuma.
Van cayendo los días sobre nosotros
como una tormenta de costumbres
que ha empapado de inviernos
el libro que guarda
nuestra ruta de regreso.
A veces me invade el pasado
como una enredadera que oxida mis paredes
y sangra lágrimas ocultas
que no puedes ver ni comprender ni apaciguar.
No es fácil navegar en la oscuridad,
adentrarse furtivo en el pretérito
y asesinar con rencor
la voz de lo perdido.
Tu recuerdo es
un hilo del que cuelga mi vida.
Sólo cinco dedos me sujetan.
Qué dulce y dolorosa es, amor,
la caída.
Decías unas cosas que me asustaban.
En cubierta el pelo ondeando al viento como una bandera-
camino de Turquía.
Hablabas distante de lo hermoso de lanzarse al mar,
sentir en la piel el contacto permanente, ser distancia
sin frontera.
Esas cosas decías.
En esta alargada sombra
en que deriva la vida
aún queda un trozo de mar
azul e inmenso
en el que podemos soñar
que donde se extinguió el amor
aún quedan frescos los labios,
que donde secaron los labios
aún permanece,
húmedo, fresco y rosado,
el roce de su poesía.
No hay voluntad de persistir sobre este asunto
No quiero hablar
sobre posibles razones respecto
de mi comportamiento: te acaricié
como si estuviera repasando con el dorso de una mano
las miguitas de la mesa
hasta la palma de la mano contraria y no tengo
más que amor para darte
Después anuncio: yo puedo
consolarte, dejame, hacerte creer que poseo
dedos de valor incalculable. Soy la madre
recién nacida. Soy viento
revolviendo tu cuero
cabelludo o tu cuero sintético
gran asistente de luces
para el efecto: de cuerpo entero
mi nombre.
Después de tantos años,
La lluvia te ha calado hasta los huesos
Y tú sigues en pie bajo la lluvia.
Con la esperanza, al menos
De hallar en las palabras
No tan sólo hermosura, sino ánimo,
Aunque a veces encuentres el desánimo,
Aunque a veces encuentres la tristeza.
Soy el desconocido que se aparta.
El que se queda solo y en silencio, más allá del aplauso.
El que busca en la noche
Unas pocas palabras, ajenas casi siempre.
El que quemó las naves en silencio
Y aguarda todavía.
En la noche, la música lejana,
La amistad silenciosa de los astros,
La sensación de estar en otro mundo,
El mundo del poema.
De niño ya te hablaban
De la vida y la muerte.
Qué fácil es hablar
De la vida y la muerte.
Cuándo sabremos algo
De la vida y la muerte.
Amarte no fue un ramo de rosas en la tarde.
¿Dejarte cualquier día para siempre y no verte…?
Todavía me queda otro infierno más grande.
Esperar a que vuelvas más allá de la muerte.
¡Si a víctima me alzaras
en la cruz de tus brazos…!
Pero yerras y aún vivo
y execro esa victoria
Lo que de amor yo supe
lo aprendí desamándote.
Por eso te idolatro
mejor que si te amara.
Te amé tanto que, un día, abandonó mi alma
la cárcel de su cuerpo. Errátil, y no hallándote,
regresó a la morada que yo daba por mía.
Mas no estaba mi cuerpo donde allí lo dejara,
sino el tuyo, vastísimo, como un templo de oro.
Nevó toda la noche y amanece
la tierra inmaculada.
Quién pudiera decir que bajo el manto
prepara su verdor la primavera.
Si la pureza existe,
qué semejante es a la nieve:
hoja blanca cedida por el mundo
para probar que nada permanence.
Entre las olas que se obstinan
en la arena
y los tamarindos que se mecen
en manos de la brisa
surge
súbita como un salto
de gacela
la mirada temible de una niña.
¿A qué ese vano afán? ¿Es que no sabes
el fin para el que estás determinado?:
andar, andar sin rumbo, andar en cierto
modo como si ciego, por lugares
que nunca podrás ver. Piensa un instante:
¿de qué te sirve el oro?
El paso innumerable de las olas.
La inquietante presencia del crepúsculo.
La noche en el sauzal, depositando
su voluntad de sombras.
Pero no estabas tú, y aquel instante
en vano negará
su propensión a olvido.
Ojos tristes. Azules.
No conocen, mas saben.
No miran, pero duelen.
Se derraman
gota a gota en el vaso
íntimo de algún sueño.
Fueron.
Las manos de la diosa
no prodigan
calor.
Vale mil veces
más la humilde ternura de esas otras,
comunes y encontradas
en la noche del puerto,
que toda la destreza de Praxíteles.
El instante es azul
El mar, aquella quieta
piedra verde que ocupa la mañana
Palpitante
abierta como un párpado
la tentación
me asalta
Venus
emergente en la espuma
muy joven
delgadita
y con bañador rojo.
No te engañes: no hay más que dos caminos.
Mas puedes escoger, así que deja
tu estameña y el cuenco de las gachas
y cúbrete en silencio de orgullosa
púrpura, suave lino, azul diadema,
o de húmedas guirnaldas palpitantes,
y avanza como un rey o como un toro
que inmolaran los flámines a Júpiter.
A la ausencia, al olvido, a la nostalgia
mi corazón les pone letra y música
de tango algunas noches, tú lo sabes:
veinte años no es nada. Aunque, a las claras,
bien sabe a quién engaña pretendiendo
engañar, como a un necio, a la tristeza.
He sembrado mi nombre
en la tierra dorada
donde habitan tus besos
y canta la esperanza.
Mujer de dulces frutos,
caída y levantada
una y mil veces más
por mi amor sin mañana.
He sembrado en tu vientre
mi infinita nostalgia,
y mis sueños perdidos,
para que en tus entrañas
sientas que noche y día
te canta mi esperanza.
Nadie ha tirado estas hojas,
las trae un viento maduro y macizo
de fustas y golpes categóricos.
Las hojas contradicen a la estación y al día.
Si abro la mano duerme en el fondo una moneda.
Los hombres, de corazón bicorne y suspirante,
son dueños de las contradicciones,
de las hojas y las últimas monedas.
No olvidaré tu rostro,
nunca
ni el mundo inconsistente.
Los habitantes
mezquinos; y tú pálido,
y eso es todo.
Como hoy,
así silbaban aquellos viejos usureros,
pero tu viste dos veces
la Tierra,
el sitio donde amarnos
exactos,
concluidos
como una mano abierta.
En la noche cercana alguien me espía.
En las caras una lágrima se alarga.
Voy a entrar donde no logró deslizarse el sol.
Pero no querré enseñarles a llorar
porque soy una buena niña de piedra.
Duele el poema.
Hay una paloma abriendo el pecho.
El sol salta como una llama
hasta quedar en el pavimento.
No hay regreso. Prisa es la mañana.
El perro siguió la cadena de su amo.
Hecho polvo un hueso.
El cuerpo quiere rendirse
y no sé como aguardas todavía
en vez de maldecir.
Nada pasa. Se mueven
algunos tallos; un silbido
entra por la ventana.
Tienes que aprender a alejarte
y no digas después dónde estuviste.
En esta tierra donde debemos vivir
otra alucinación vendrá después.
Falta de cobijo, nuestra vida insepulta.
Un pueblo calla sus muertos
bajo la fuerza de algún resucitado.
En está ciudad aguzada en la espera
no debemos morir, en esta ciudad de cal
nuestras manos se aferran
al sol, al sol entre los cerros.
Todo nos falta,
un cigarrillo,
tiempo para escribir,
una excusa para los acreedores.
El último fósforo está empapado.
La humedad de la casa nos hace temblar.
Llueve.
Dame un mendrugo para el alma,
para el gesto huraño,
para el hambre
y buen tiempo
para los que se marchan.
Alguna noche insomne,
sentada al borde de la cama
los pies en mullidas zapatillas
y la tristeza enroscando
como un gato su cola en mis tobillos,
contemplo su tranquilo descanso,
su confinado sueño,
como si aún flotaran
en la acuosa seguridad de mis entrañas.
Analiza tu vida
que ya está programada.
A lo mejor ya vieja, las canas te pesen
y te hagan bajar la cabeza
porque tu herencia será lastre
y tus descendientes,
indefensos insectos adheridos.
Una gota de lluvia
cuando el vientre grávido
estremeció la tierra.
A través de viejos
Sedimentos, rocas
Ignoradas, oro
Carbón, fierro y mármol
Un río cristalino
Lejano milenios
Partió frágil
Sediento de espacio
En busca de luz.
Hacia dónde me pides que marche,
hacia qué Vellocino, hacia cuál Ítaca,
si toda marcha será la de Ícaro
mirado por Narciso en una tarde de lluvia?
¿He de irme hacia dónde, cuál fue el sitio
que me vio partir huyendo de la nada?
Ferviente
en los inmensos templos de la vida,
en las calles,
bajo los techos,
por encima del sol
-entre los dedos-.
Tierno.
Sobre el alma: dulce y silencioso.
P.D. Así es mi amor.
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del
estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.
A medianoche, en Nueva York,
ella, emergiendo de los mares del sueño,
escucha esa palabra cargada de agua azul
como otro sueño: Adriático,
y sobre un ajedrez de hierro y luna
acaso ve las naves.