“La justicia no es anónima,
nombre y dirección?
—Bert Brecht
( para jorge riechmann )
Ocurre que al amor le sigue
un rubor de tierra tras tu patio.
Ocurre que existe la injusticia,
su sal en el aullido
sin más temblor que la esperanza.
“La justicia no es anónima,
nombre y dirección?
—Bert Brecht
( para jorge riechmann )
Ocurre que al amor le sigue
un rubor de tierra tras tu patio.
Ocurre que existe la injusticia,
su sal en el aullido
sin más temblor que la esperanza.
el Canal se extiende, en su parte principal,
desde la presa del Pinjab, a
lo largo de novecientos quilómetros llegan,
hasta donde desembocan Beas y Sutlej,
áridas, las matanzas negras del olivo, tú nunca llegaste,
amor, hasta las fiestas, fueron
silbo y desolación del hombre en los pastizales lentos de su boca,
a lo largo del acoso de su boca,
…y todas estes redes infinitas…?
La primera es morir por amor.
La segunda, definitivamente no hacerlo
y aparecer en tu boca como un niño muerto.
Trescientas horas bajo un sol desnudo
que se llena de algas y está próximo a existir:
un comienzo excelente para olvidar los avisos
y clavarse en el mundo
y clavarse en el mundo.
Lamento.
Lamen todas las cuchillas las bocas de la tierra: lamento.
La caída de los brazos. Lamento.
Cien mil mujeres agitándose las venas. Lamento.
Un horror que acabe el llanto
de cuevas en el ojo, en los ojos las cuevas
de los ojos, un ojo invocador
de araña, un ojo-lamento.
Esta es la comarca
donde dieron tu cuerpo a la llanura
donde tú, tus caderas
erais agua y volteo de matanzas, mano
meciendo el hambre, tú loca canción.
Dame un nombre con el que acusarte
ahora en que te tiemblo ante la tumba:
ésta, la comarca
tu furia tierna en los delirios,
mientras mojamos tres dedos en la cruz,
flor para el caído
y puerta abierta en el lamento y los disparos.
a Diana Bellessi y Eliana Ortega
las mujeres enfermas que jugaron con burros
las que cavaron tumbas en las palmas de un trueno
las sólo voz dormidas en los centros solares
las hambrientas de todo
las preñadas con todo
las hijas del golpe y de los sueños mojados
las que fijan continentes que dejaron atrás
las niñas con pimienta en sus quince traiciones
las de pan-a-diez-céntimos sin cafetería
las del turno de visita con oficios de muerte
las madres eternas de los locutorios
las arrasadas, las caratapiadas, las comepromesas
las terribles solitas en las salas de baile
las clandestinadas pariendo futuros
las oficinistas que ahogaron sus príncipes
las acorraladas
las desamparadas, las sepultureras
las del polvo sobreimpuesto y el trago a deshora
las poquito conquistadas
las niñitas vestidas con mortajas azules
las que cosen el mundo por no reventarlo
las mujeres con uñas como mapas creciendo
las hembras cabello-de-lápida
(todavía más grandes que su propio despojo)
las corresquinadas, las titiriteras,
las que tierra se trajeron atada a los bolsillos
las nunca regresadas
las nunca visibles
las del nunca es tarde
las del vis-a-vis sin un plazo de espera
las reinas en los parques y en los sumideros
todas ellas las mujeres que me llegan con todos sus cansancios,
todas, en sigilo: las amantes
y mis camaradas.
Al final de la tarde
dime tú ¿qué nos queda?
El zumo del recuerdo
y la sonrisa nueva
de algo que no fue
y hoy se nos entrega.
Al final de la tarde
las rosas siguen lentas
abriéndose y cerrándose
sin caer aún en tierra.
Amor de cada instante…
duro amor sin delicias: cadena, cruz, cilicio,
gloria ausente, esperada,
gozo y tortura a un tiempo;
realidad de los siglos, gracias por ser y estar
en el nunca y el siempre.
Pues mi ejercicio, ahora, es amarte en la ausencia
y aferrarme a esta nada porque también es tuya
y beber ese polvo de soledad y vacío
que es Tu don del momento y Tu clara promesa.
Es escribir a alguien
o lanzarse al silencio,
a nadar en lo oscuro,
a encender una llama
aunque ahoguen las dudas.
¿Carta a lo que no existe?
Hay buzones alados
que se disparan solos
y un correo sin pistas
ni trayecto seguro.
Cuando venga la noche
quiero habértelo dicho;
quiero haberlo gritado
a través de la tierra.
Hay cosas que no pueden
callarse para siempre
y júbilos secretos
que deshacen un día
los más íntimos nudos.
Cuando venga la noche
quiero haberlo cantado
para que todos sepan
y todos me pregunten.
Y estás: en el vacío
y en la ausencia presente,
en la que es y vive
sin dejar de ser única
oquedad invisible
con raíces eternas.
No hay mundo que la llene
pero sí algo vivo
que la besa y la calma.
Búscame en ti. La flecha de mi vida
ha clavado sus rumbos en tu pecho
y esquivo entre tus brazos el acecho
de las cien rutas que mi paso olvida.
Despójame del ansia desmedida
que abrasaba mi espíritu en barbecho.
¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Seré tuya sin ti el día que los sueños
alejen de mi senda tu mente creadora,
el día que tu sed
no pueda limitarse al hueco de mis manos.
¡Seré tuya aún sin ti! Dejaré de merecerte
en la cuna encendida que tejieron mis besos.
Tres palabras tres clavos
sujetándose el cuerpo;
tres alas en mi alma
sosteniéndome el vuelo.
El día se hizo luz
cuando rompí el silencio.
Después… Tú ya lo sabes.
Resucité hacia dentro.
Fui distinta y la misma.
Tú no sabes aún que he cercado tu orilla,
que sueñas por la noche el color de mis ojos,
que tus manos en sombra
dirigen su tanteo hacia mi soledad.
¡Ignóralo así siempre!
Yo agolparé tinieblas en el limpio sendero
que hollan las verdades.
Voy a a arraigar en ti. Mis fuerzas más oscuras
remueven lentamente la tierra de tu alma.
Quisiera penetrarte y enraizar mi esencia
sobre la carne viva que nutre tu fervor.
Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre
el fuego de la mía rebelde y soñadora.
Todos los amaneceres durante siete años, un dulce espectro tomaba
mi forma, mi cadencia y ocupaba el puesto mío, la labor junto al
torno.
Corría yo, con risa, hacia el hortelano y el amarillo crecer de los
guisantes.
Y nunca discerní, entre niebla, dónde era que, en verdad, me sus-
tituye.
El pueblo entero se congregó en su agonía. La vida la pasó guar-
dando secreto muy oscuro.
Sus labios se veían difíciles, hermosos para tomar agua.
No vas a tener otra heredad que la que con tu peso, desalojes.
Pronuncia lo que ocultas.
Con el agua hasta el cuello
levantarse
en el agua flotaban los restos de la cena
contener un minuto
el aliento
bajar hasta el cajón
allí duermen las tazas
un sueño blanco y cóncavo
saborear despacio el desayuno
lo ha conseguido
¡qué importa si no tienen compasión las palomas
que picotean sobre el plato!
¡Cuánto sufre el amor
en los rincones!
hay días que se oculta
igual que un perro enfermo
duerme como
un reptil
sobre el mosaico
aquel amor murmullo
que nos guiaba cierto
entre la bruma
el mismo amor que se acurruca ahora
desorientado
sobre este desaliño de hojas secas
al que acaricias
su pálido pelaje
para eso
para que no se muera
así de solo
Ellas sí que te esperan
ellas sí que regresan si las dejas volar
con tensa mansedumbre
van diciendo sus nombres
Cobijo
Lentitud
Vaivén
Entrega
Sometida Indeleble Guiadora
los pronuncian con miedo
-alguien ha maltratado
su humilde voz desnuda-
por eso les perdonas que callen tantas veces
que ninguna te diga cómo entraron en ti
por qué hueco insondable se abrió tu corazón
cómo burlan tu asedio
las cautivas
cuando husmeas a oscuras en sus nidos
En la hora desnuda
sólo eso
un segundo de luz y paraíso
de aquellos que la amaron
sabe los rostros mudos y su temblor de ala
todos
juntos
abran el cofre y vea ella
esos diamantes escondidos
libres
al fin del cepo las palabras
que mansamente caigan esos copos
de nieve
sin red
en un segundo blanco
sobre el regazo de su mirada cobijados
de par en par
las dos puertas abiertas
sólo
un paso
decir adiós así
que el saco no se cierre
sin librarle a la voz de sus cadenas
tacto
y aire
encuentre allí esa voz
sus zapatos perdidos
al fin cerrado el círculo del mundo
en la hora desnuda
sólo
eso
un segundo de luz
y paraíso
Labor atenta de hilo solo
-sigues tejiendo tu tapiz indócil-
ese que no se ve
ni engaña su hermosura
a los reyes sedientos
una puntada aquí
en el quicio oscilante
donde ayer escondías los más frescos racimos
¿qué será de tus manos
que palpan los tesoros
en los pliegues?
Nadie ha vertido
sobre su alfombra
las tinajas
ni golpea en su noche
los barrotes del sueño
ella intenta alcanzarlos
pero nadie
nadie es el que corre las opacas cortinas
el que esconde las cartas
el que no ve
a esa mujer que cruza
nadie es el que ríe
mientras hurga en la herida de su único ojo
se llama nadie
ha plantado sus tiendas
a ese lado del río
y por nadie responden todas las cosas muertas
que vigilan
¡Qué vendaval de arena!
¡Qué vendaval de arena!
cada hora
cada minuto sepultado
¿qué habrá sido
del mundo?
a la estancia vacía
sólo regresas tú
fidelidad
tú enciendes esa hoguera
que alienta a las palabras
Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
céfiro blando.
Si de mis ansias de amor supiste,
tú que las quejas de mi voz llevaste,
oye, no temas, y a mi ninfa dile,
dile que muero.
Abres la puerta
como si atrás quedara un accidente.
La calle está en orden. La bondad de las acacias
cae desde lo alto y deja las aceras sembradas.
Mujeres limpian pescado y ríen
enseñándose su presa.
Mira, aún vive.
Atardece. Noticias desmienten
la calma frente a mi casa.
Tristona y hermosa
abre su bocadillo a desgana
y parte en dos los escalones
de la entrada, los desagües tendidos
hacia el barranco, el viejo cuidado.
Se enseña con el cansancio de un largo
trayecto, la frente contra el cristal.
El tenedor en el plato cla cla cla
se cuela de todas las ventanas.
Las cosas se gastan por los cantos
y ruedan escaleras abajo. En el hueco
las niñas hacen casas y esperan.
La hora es sabida y fría, corre
por el pasamanos hasta la puerta,
la cena y el sueño.
Habrá tenido un difícil invierno,
pero al sol hoy reconoce el bienestar
como aceite sobre sí y lo agradece.
Palpa el suelo caliente.
Piensa en darse
al lomo de las cosas, a ciegas,
para ver cómo es estar con ellas
cuando nada crece ni decae.
En estos surcos, leves todavía,
que desembocan en la comisura
fresca y rosada de los labios,
¡cuánta sombra ya se anuncia!,
¡cuánta tristeza que vendrá
con su peso a cavar surcos más hondos!
No serán tan amargos como éstos
que conservan la belleza inocente.
Azul es mi color, después de todo
el rojo sólo era otro disfraz.
Pijamas, camisetas, guantes, gorros…,
si había que escoger, yo siempre rojo,
sabía que mi hermana era el azul.
¿Cuándo empecé a creer que me gustaba,
que no había una posibilidad
siquiera de cambiar esa elección?
Esta mano que hoy coge la pluma
como si fuera llave del futuro
o conociera la voz de mi pasado
ha de ser mañana hueso desnudo,
inmóvil para siempre, solitario.
Y más tarde será menos:
polvo con calcio, mudo, amarillento.
Y cuando llegue el día,
¿qué salvaré de mi cajón de tiempo?
¿Cuántos momentos
podré llamar,
sin duda ni vergüenza,
Vida?
*
Se desnudó mi árbol.
Ya no he de ver sus hojas
flotando leves.
¡Seguid, seguid ese camino,
hermanos;
y a mí dejadme aquí
gritando!
¡Dejadme aquí! Sobre esta tierra seca,
mordido por el viento áspero
-campanario de Dios
frente al derrumbe rojo del ocaso-.
¡Dejadme aquí! Quiero gritar,
tan hondo en el dolor, tan alto,
que mi voz no se oiga sino lejos, muy lejos,
¡Dejadme aquí!
País rico en sol; en sangre
vertida y seca al sol, para que adorne
(dicen ellos) la enseña; país rico
en olivos, naranjas, monjas, cobre,
panderetas y vinos; mucho espíritu
y bastante ganado.
País rico en tradiciones
sacrosantas, Historia y grandes muertos.
Arder en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.
Confianza y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viendo y contemplarme ciego;
La razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer a cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;
contrariedad que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
En los hornos del mar (tienes los ojos de hebreo)
las movedizas copas reverberan al fondo
en el camino de gravas
las gaviotas descienden sobre monstruos dormidos
montan los areneros las cabinas jergan
bebidas refrescantes
dioses perros bañistas
petrificados en la intersección única de los días
idos y por venir
arañan la fosca realidad
el hermetismo dórico del domingo
ejercitan el tacto avaricioso sobre cuerdas
de música
danzan vomitan eyaculan
a orillas del acuario
entre los dos extremos de la inmovilidad sujetas
juventud y vejez sin erosión
la imagen de la vida y la muerte
en otros silos cinerarios.
Con el pensado ardor que une
en el entresuelo de anticuario el
huidizo metal de un torso de
muchacha y los miembros atesados
de un fauno tras la urna
del ojo dos cuerpos bajo el viento
africano ocultos yacen tallados sobre
mutables lecturas de arenas soleadas
entre maleza de lenguajes.
La hoja (o la que crea el pensamiento)
en la mágica
plenitud de la siesta.
Cuerpos
y estatuas
en uno y otro mar
como en las páginas de una edición bilingüe
confrontados
en esa luz no interrumpida en el papel,
el gótico arañar de suspendidos
y mutables signos entre anchas resacas
del lenguaje.
Todo comienza como comienza una tormenta:
con la suave caricia del vientecillo fresco
con el lejano murmullo de una caracola
con el lento desmayo del abrazo y los besos.
Luego viene la ansiedad de las bocas
la suspensión del rayo con su zarpazo eléctrico
el jadeo del alma la avaricia de la piel
el trueno del corazón por los campos del pecho
La ceguera de la luz el olvido del mundo
la exigencia del sudor los empujes del viento
la tensión de los muslos el furor de los cielos…
Todo termina como termina una tormenta:
con el sedante aroma del mojado barbecho
con gotas muy pálidas sobre la rosa trémula
con la casta finura de la piel…Y el silencio.
En caballos de noche
la sombra del mar
abandona su lecho.
Va hacia el desierto de sal,
ojos brillantes,
caudal de risa en cascada,
manos llenas de hojas
como árbol de lluvia.
Corre,
se precipita
sobre las formaciones
del cerebro terrestre.
Vimos el cometa
que pasa cada seis mil años.
Las palabras despertaron.
Los oídos se embriagaron
con su clamor sigiloso.
Los ojos fueron cautivos
de su incesante manar,
que entretegía coronas en el aire
con las hebras del misterio.
Se arranca el perro asirio de las sombras
y, a su primer aullido,
luna y estrellas hacia el sueño ascienden
mientras el sol,
aún desde su negra efigie,
inicia el gesto.
Tu viaje nocturno es ya metáfora.
Se pone en pie
la salvaje frescura de la aurora.
Llegarán los almendros en flor a tu ventana
huídos de mi pensamiento,
y el temblor del olivo
que se estremece al paso de la noche.
Pero yo, cada vez más perdida en tus palabras,
no tendré fuerza para llegar hasta tu puerta,
me quedaré vagando por las calles,
desgranando temores por la tierra de Kampa,
dialogando confusa con el aire,
bailando cortesmente con el río la danza de la muerte,
con delicados arabesques
y oscuras reverencias.
El ojo de la noche
descubre el pálido abandono
y absorbe hasta el negro su blancura.
He aquí un espejo vacío
que alcanza
la otra cara del vacío.
He aquí una apertura sin fin
y sin confín.
¡Mira como el amante huido
se borra para sí
y es una gota de dolor
que el veneno
alimenta de vana blandura!
Te brillaban dos lágrimas
por fin nos despedimos
sin poder compartir el aluvión de noche
pero tú me sabías
rompiéndome en aceras
recorriendo senderos sin gravedad deshechos
alejándome progresivamente
por el vasto universo de veloces esferas
desde aquel chorro negro en cuyo centro
el yo
se quedaba en la ráfaga
el punto
donde nada ni nadie
sólo el deseo con su vientre de lava
la muerte por los brazos cargando pesadez
cargando frío
dejándolos colgar desasiéndose aplastándose
la cabeza también como un cometa dormido rodando
a miles de kilómetros ya la vez
en tus pupilas húmedas
brillantes como estrellas en el agua de la noche
de esa noche
cuando abierto y desnudo el corazón
como las rosas que desnudan su cráter
y el cuerpo les da vueltas
como fuego en racimos
devorador de órbitas elípticas que ensanchan el espacio infinito
dejaba sólo sólo sólo
ese punto
lejano y arraigado
negro insaciable pozo de tortura y destello
que reclama violento
más viento entre los sauces que lloran
más delirio en las cascadas irisadas
más cobijo en las manos de la lluvia
más temblor en el beso de la tierra
y agónico
encuentra nada más el pánico
de miembros desarmados
y se entrega fieramente
al sueño extraño
en la ebriedad y veneno
de un instante de amor
propio
inasible
incomprensible
inexpresable
intransmisible
incomunicable
incompartible
a penas
un ahogo
perecer
y todo
en tu pupila
impregnada de infancia.
Capaz de reverbero
el vacío musita
e incisiva se inicia la vibración
como grieta en la nada.
En su alear asciende,
para a la llama, el verbo,
y fluye virginal lo tangible.
Oh forma que detiene sucesiones
mas incesante mana.
Nunca sabré de ti,
y eso lo supe
desde el primer encuentro.
Esta certeza tiene tanta fuerza
que es
como si tuviera noticias tuyas
a cada momento.