Tríbada falsaria

Que torpemente, Lesbia,
ofenderme procuras.

Considera, por caso, el venenoso infundio
que sobre mí propala tu tierna sobrinilla,
esa nauseabunda literata en vernáculo
que languidece -es obvio- por mi eterno desdén.

Sé que de ti procede, pero no ha de ayudarte
mi inmerecida fama de catador de virgos,
pues desoíste antes el consejo del Griego.

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Última erectio

(Oración gnóstica para las postrimerías)

Sólo roza mis labios el extremo del ala
de aquél ángel terrible que fue mi compañero.
Privilegio del légamo: ahora sé lo que espero
de la rosa que muere, de la sal que desala.

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Vers l’ennui

but who is that on the other side of you?

Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.

Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el oro de junio.

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Sátira primera a Arnesto

Quis tam patiens ut teneat se?
Juvenal

Déjame, Arnesto, déjame que llore
los fieros males de mi patria, deja
que su ruïna y perdición lamente;
y si no quieres que en el centro obscuro
de esta prisión la pena me consuma,
déjame al menos que levante el grito
contra el desorden; deja que a la tinta
mezclando hiel y acíbar, siga indócil
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.

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Sátira segunda a Arnesto

Perit omnis in illo nobilitas, cujus laus est in origine sola.
Lucano

¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud?
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha
con aire sesgo y baladí?

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Soneto a Clori

Sentir de una pasión viva ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;

amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;

luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,

víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.

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Ángeles barrocos

Bajo la nervaduras y los arcos
ángeles puros en racimos ebrios
con sus risas de lirios nos deslumbran.
Sobre su piel la pátina del tiempo
difumina los ópalos dormidos
prolongando los oros en su hondura.
En las columnas dóricas se apoyan,
roban sus alas las policromías
para fraguar azahares en el aire.

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Cita con mis poetas

Oblicuamente noche llegas
a sacudir la fiebre que recorre
el azulado horóscopo que anudo.
Abro las manos torpe
y cuento mis diez dedos
que como diez cuchillos afilados
apuñalan lo oscuro.
Y yo,
y tú,
nosotros y vosotros,
los que amamos la voz y la palabra
al margen del insomnio,
descifraremos el ajedrez de espejos
para después, a plena luz, reconocernos.

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Convalecencia

Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.
¡Qué de cosas que fueron
se van… más lejos todavía!
Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.

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Ello

Existe; ¡yo lo he visto,
(y ello a mí)!
Su esbeltez negra y honda
surjía y resurjía
en la verdura blanca del relámpago,
como un árbol nocturno de ojos bellos,
fondo tras fondo de los fondos májicos.
Lo sentí en mí, lo mismo, vez tras vez,
que si el rayo me helara los sentidos
con su instantaneidad.

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Iba tocando mi flauta

Iba tocando mi flauta
a lo largo de la orilla;
y la orilla era un reguero
de amarillas margaritas.

El campo cristaleaba
tras el temblor de la brisa;
para escucharme mejor
el agua se detenía.

Notas van y notas vienen,
la tarde fragante y lírica
iba, a compás de mi música,
dorando sus fantasías,
y a mi alrededor volaba,
en el agua y en la brisa,
un enjambre doble de
mariposas amarillas.

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La más mía

Yo no sé decirme
por qué me retienes.
yo no sé qué tienes.

Tienes dulces años,
mas no son tus años;
tienes gran blancura,
mas no es tu blancura;
tienes alta frente,
pero no es tu frente;
tienes verde pelo,
pero no es tu pelo;
tienes áureos ojos,
tienes vivos labios,
mas no son tus ojos,
mas no son tus labios;
tienes armonía,
no es tu melodía;
tienes condición,
no es tu corazón…

Yo no sé decirte
por qué me retienes.

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Rosa íntima

Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
y todo queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor!, la única rosa.

Rosa, la rosa… Pero aquella rosa…
La primavera vuelve
con la rosa
grana, rosa amarilla, blanca, grana;
y todos se embriagan con la rosa,
la rosa igual a la otra rosa.

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Volcán errante

Volcán que pasas traslaticio,
como un total cometa,
prendiendo con la llama
de tu abismo dinámico la vida
(las piedras están grises y mojadas,
pero están granas, vivamente granas)
resplandor hondo y alto de otro estraño día
dentro del laminado día
¿qué inminente ser eres?

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Voz nueva

¿De quién es esta voz? ¿Por dónde suena
la voz esta, celeste y argentina,
que transe, leve, con su hoja fina
el silencio de hierro de mi pena?

Dime, blancura azul de la azucena,
dime, luz de la estrella matutina,
dime frescor del agua vespertina:
¿conocéis esta voz sencilla y buena?

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Aquella tarde, al decirle

Aquella tarde, al decirle
que me alejaba del pueblo,
me miró triste, muy triste,
vagamente sonriendo.

Me dijo: ¿Por qué te vas?
Le dije: Porque el silencio
de estos valles me amortaja
como si estuviera muerto.

-¿Por qué te vas?- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
voy a gritar y no puedo.

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Cállate, por Dios, que tú

¡Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo!
¡Deja: que abran todos mis
sueños y todos mis lirios!

Mi corazón oye bien
la letra de tu cariño…
El agua lo va temblando,
entre las flores del río;
lo va soñando la niebla,
lo están cantando los pinos
-y la luna rosa- y el
corazón de tu molino…

¡No apagues, por Dios, la llama
que arde dentro de mí mismo!

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Cuando, dormida tú, me echo en tu alma

Cuando, dormida tú, me echo en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del centro
del mundo. Me parece
que legiones de ángeles,
en caballos celestes
-como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca-,
que legiones de ángeles,
vienen por ti, de lejos
-como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor-,
vienen por ti, de lejos,
a traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.

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De tu lecho alumbrado de luna me venían

De tu lecho alumbrado de luna me venían
no sé qué olores tristes de deshojadas flores;
heridas por la luna, las arañas reían
ligeras sonatinas de lívidos colores…

Se iba por los espejos la hora amarillenta…
frente al balcón abierto, entre la madrugada,
tras la suave colina verdosa y soñolienta,
se ponía la luna, grande, triste, dorada…

La brisa era infinita.

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El amor

El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama,
que el mundo entero tiene rumor de primavera.
Las hojas secas tornan y las ramas con nieve,
y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.

Por todas partes abre guirnaldas invisibles,
todos sus fondos son líricos -risa o pena-,
la mujer a su beso cobra un sentido mágico
que, como en los senderos, sin cesar se renueva…

Vienen al alma música de ideales conciertos,
palabras de una brisa liviana entre arboledas;
se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto
dejan como un romántico frescor de madreselvas…

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En el sopor azul e hirviente de la siesta

En el sopor azul e hirviente de la siesta,
el jardín arde al sol. Huele a rosas quemadas.
La mar mece, entre inmóviles guirnaldas de floresta,
una diamantería de olas soleadas.

Cúpulas amarillas encienden a lo lejos,
en la ciudad atlántica, veladas fantasías;
saltan, ríen, titilan momentáneos reflejos
de azulejos, de bronces y de cristalerías.

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Espejeo de estío

Sol único hecho agua, todo el mar
rumia y dormita como un solo monstruo de todos.
En un lejos total, entre el vapor ajeno
las costas son de ópalo.

Trae el viento completo olor a la otra
isla, visión mayor del trópico
con la mujer universal
bajo el caobal secreto del dios loro.

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Esperanza

¡Esperar! ¡Esperar! Mientras, el cielo
cuelga nubes de oro a las lluviosas;
las espigas suceden a las rosas;
las hojas secas a la espiga; el yelo

sepulta la hoja seca; en largo duelo,
despide el ruiseñor las amorosas
noches; y las volubles mariposas
doblan en el caliente sol su vuelo.

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Hoy eres tú, mar de retorno

Hoy eres tú, mar de retorno;
hoy, que te dejo,
eres tú, mar!
¡Qué grande eres,
de espaldas a mis ojos,
jigante negro hacia el ocaso grana
con tu carga chorreosa de tesoros!

-Te quedas murmurando
en un extraño idioma informe,
de mí; no quieres nada
conmigo; entre tu ida
y mi vuelta
resta el despego inmenso
de una eterna nostaljia.-

… De repente, te vuelves
parado, vacilante,
borracho colosal y, grana,
me miras con encono
y desconocimiento
y me asustas gritándome en mi cara
hasta dejarme sordo, mudo y ciego…
Luego te ríes, y cantando
que me perdonas,
te vas, diciendo disparates,
imitando gruñidos de fieras
y saltos de delfines
y piadas de pájaros;
y te hundes hasta el pecho
o sales, hasta el sol, del oleaje
-San Cristóbal-,
con mi miedo en el hombro acostumbrado
a levantar navíos a los cielos.

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Iba, blanca y tierna

Iba, blanca y tierna, entre
los brotes rubios y verdes…

A donde daba su frente,
oriente era. Lo fuerte,
a su mudo pasar leve,
se caía, vano y débil.
Estaba encima y ausente
de todo, y todo, envolviéndole
el corazón transparente,
la hacía una y perenne,
como la vida a la muerte.

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Le he puesto una rosa fresca

Le he puesto una rosa fresca
a la flauta melancólica;
cuando cante, cantará
con música y con aroma.

Tendrá una voz de mujer,
vacilante, arrolladora,
plata con llanto y sonrisa,
miel de mirada y de boca.

-Y será cual si unos finos
dedos jugasen con sombra
por los leves agujeros
de la caña melodiosa-.

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