La sombra

La calle estaba oscura, había llovido
y brillaba la luna en el asfalto.
Una sombra sin sombra me detuvo
impidiéndome el paso. Oí su voz,
de un helado metal que no era humano,
preguntarme ¿qué buscas, di, qué buscas?
Permanecí ante ella silencioso.

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La visita del arcángel

Verte, como tras niebla, vuelto el rostro,
oculta la cabeza entre las sombras,
y vislumbrar el suelo ajedrezado,
los hondos muros blancos, la ventana
y tras ella el paisaje, una alta torre
guardando la ciudad que ciñe un muro,
los azules, los verdes, los dorados,
tan exactos que niegan la distancia.

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Los rostros de la noche

No fue verdad la noche ni tus besos.
En la sombra mentía aquel jardín,
la anaranjada luna entre los árboles,
fríos bancos de mármol, hondos pájaros
desvelados cantando en altas ramas.
No fue verdad tu mano entre las mías,
el olor de tu pelo a hierba fresca,
su abrasado perfume, su perfume.

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Magia de la noche

Era la noche cálida como lo son tus ojos,
gruta de magia blanca era la noche.
Era la noche cómplice, bajo qué estrellas rotas
cobijamos el sueño de una noche,
de un verano sin noche, de un instante tan hondo
que era nada la vida aquella noche.

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Mágico vivir

Arde aún y es espléndida la llama
de aquel fuego. ¿Recuerdas esas tardes,
el canto de los pájaros; la tenue
veladura de un mar casi tan negro
como tus ojos? Súbita, la vida
nos quemaba por vez primera entonces.
Nosotros, qué podíamos hacer
sino aceptar ese secreto incendio,
su agonía y su éxtasis, fundidos
en un mismo sentir inexpresable.

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Noche del sentido

Como cuchillos fueron nuestros besos
en tanta sombra hiriéndonos callados.
Vida o muerte nos dimos muchas veces,
tan ebrios de aquel vino con ceniza
que la luna vertía en nuestro pecho.
¿De qué nos escondía nuestra carne?
La luz llegó desnuda, devolviéndonos
lo robado a la noche, su mentira.

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Pájaro de fuego

¿Desde qué paraíso o raro sueño
desciendes hasta mí para mirarme?
Un pájaro que canta hay en tus ojos,
de brillante plumaje y negro pico
y poderosas garras que desgarran
mi pecho con fiereza. Y canta el pájaro
al ritmo de mi sangre que se escapa
con esa misma vida que me das
cuando me hieres tú que eres mi vida.

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Trasmundo

Más allá del deseo y su luz torpe,
más allá de la risa, al otro lado
de ese instante sin tiempo o la nostalgia,
lejos de la razón, de la locura,
más allá de mí mismo, de la vida,
tan inútil, tan vieja conocida,
más allá de estos sueños, de esta muerte:
tras de la sombra en llamas de tus ojos.

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Coplas a la muerte de su padre

I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.

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Auto de fe

Esta noche de agosto
he quemado tus cartas…
¡Ocho años de vida apasionada!

Mi corazón ardía
en medio de las llamas,
rodeado de fechas,
¡cenizas de mi alma!

Los abrazos crujían,
los besos se quejaban,
y los dulces «¡te quiero!»
de tinta y de esperanza,
en una pirueta
de fuego, se rizaban.

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Centinela de amor

Te puse tras la tapia de mi frente
para tenerte así mejor guardado,
y te velé, ay, amor diariamente
con bayoneta y casco de soldado.

Te quise tanto, tanto, que la gente
me señalaba igual que a un apestado;
pero qué feliz era sobre el puente
de tu amor, oh mi río desbordado.

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Cuatro sonetos de amor

I

Decir «te quiero» con la voz velada
y besar otros labios dulcemente,
no es tener ser, es encontrar la fuente
que nos brinda la boca enamorada.

Un beso así no quiere decir nada,
es ceniza de amor, no lava hirviente,
que en amor hay que estar siempre presente,
mañana, tarde, noche y madrugada.

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Despedida

Se iba el tren, y quedaba,
en el aire una mancha
no sé si negra o blanca
de tu brazo…

¡Ay distancia
floridamente amarga!
que tajaba y borraba
aquella línea larga
Y corta y hielo y ascua
que era tu brazo…

Estaba
yo en el andén, sin alma,
y una saliva áspera,
fiera, me apretujaba
la tímida garganta
¡y la brisa borraba
tu brazo!

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Duda

¿Por qué tienes ojeras esta tarde?
¿Dónde estabas, amor, de madrugada,
cuando busqué tu palidez cobarde
en la nieve sin sol de la almohada?

Tienes la línea de los labios fría,
fría por algún beso mal pagado;
beso que yo no sé quién te daría,
pero que estoy seguro que te han dado.

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En el estanque del día

En el estanque del día
se han mojado tus palabras.

El «no» sin eco posible
de tu voz embalsamada,
se está muriendo de frío
en los cristales del agua.

Mis «te quiero», salvavidas
inútiles de mis ansias,
son ceros siempre a la izquierda
de este amor sin esperanza,
de este amor, río dormido,
entre sombras y entre ramas;
de este amor, lirio sin nombre
deshojado en la mañana…

En la rosa de los vientos
clavé, mi amor, tus palabras.

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Las muertes de Sevilla

A mis padres

De laurel, no de acero,
con falda de campanas y cristales,
la torre es un arquero
cuyos leves puñales
aun mojados de rosas son mortales.

El primero fue el río,
lo mató una magnolia en primavera
y se quedó vacío
color de nieve y cera
bendiciendo la mano que lo hiriera.

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Lluvia

¡Te quiero!, -me dijiste,
y la flor de tu mano
puso un arpegio triste
sobre el viejo piano.

( En al ventana oscura
la lluvia sonreía…
Tamboril de dulzura.
Gong de melancolía.)

-¿Me querrías tú lo mismo?-
Y en tu voz apagada
hubo un dulce lirismo
de magnolia tronchada.

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María Manuela, me escuchas

Yo de vestíos no entiendo,
pero… ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñío,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.

Te sienta que eres un cromo,
pero cámbiate de ropa,
si es un instante, lo justo
mientras me tomo esta copa.

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Muerto de amor

No lo sabe mi brazo, ni mi pierna,
ni el hilo de mi voz, ni mi cintura,
ni lo sabe la luna que está interna
en mi jardín de amor y calentura.

Y yo estoy muerto, sí, como una tierna
rosa, o una gacela en la llanura,
como una agua redonda en la cisterna
o un perro de amarilla dentadura.

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No

¿Cómo quieres que deje mi vida entre tus manos
y mi jardín de sueños y mi luna y mi rosa?
¿Cómo quieres ponerle orillas a este río
que corre libre y ancho desde que yo naciera?

Me brindas una dulce esclavitud antigua,
dentro de tu palacio con su escudo y su torre,
y lo que necesito es un campo de trigo
por sonde se revuelque mi verso desbocado.

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Pulso de amor

Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado…

Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera…

Buscaba un hombro amigo
en dónde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.

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Romance de aquel hijo

Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

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