Canto XXXVI Pasatiempo

Cuando muchacho vine
a entrar en disciplina con las Musas.
Una de ellas cogióme de la mano
y durante aquel día
en torno me condujo
para ver su oficina.
Me mostró uno por uno
los útiles del arte,
y el distinto servicio
a que cada uno de ellos
se emplea en el trabajo
de la prosa y el verso.

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Canto XXXVII Fragmento

ALCETA

Oye, Meliso: he de contarte un sueño
de esta noche, que vuelve a mi memoria
al contemplar la luna. Yo me hallaba
en la ventana que da al prado, a lo alto
mirando, y he aquí que de improviso
la luna se desprende, y me parece
que cuanto en su caer va aproximándose
tanto crece a la vista; en fin, que vino
a dar de golpe en medio el prado; y era
tan grande como un cántaro, y de chispas
vomitaba una niebla, que chirriaba
cual carbón encendido que en el agua
se sumerge y se extingue.

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Coplas a la muerte de su padre

I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.

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Auto de fe

Esta noche de agosto
he quemado tus cartas…
¡Ocho años de vida apasionada!

Mi corazón ardía
en medio de las llamas,
rodeado de fechas,
¡cenizas de mi alma!

Los abrazos crujían,
los besos se quejaban,
y los dulces «¡te quiero!»
de tinta y de esperanza,
en una pirueta
de fuego, se rizaban.

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Centinela de amor

Te puse tras la tapia de mi frente
para tenerte así mejor guardado,
y te velé, ay, amor diariamente
con bayoneta y casco de soldado.

Te quise tanto, tanto, que la gente
me señalaba igual que a un apestado;
pero qué feliz era sobre el puente
de tu amor, oh mi río desbordado.

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Cuatro sonetos de amor

I

Decir «te quiero» con la voz velada
y besar otros labios dulcemente,
no es tener ser, es encontrar la fuente
que nos brinda la boca enamorada.

Un beso así no quiere decir nada,
es ceniza de amor, no lava hirviente,
que en amor hay que estar siempre presente,
mañana, tarde, noche y madrugada.

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Despedida

Se iba el tren, y quedaba,
en el aire una mancha
no sé si negra o blanca
de tu brazo…

¡Ay distancia
floridamente amarga!
que tajaba y borraba
aquella línea larga
Y corta y hielo y ascua
que era tu brazo…

Estaba
yo en el andén, sin alma,
y una saliva áspera,
fiera, me apretujaba
la tímida garganta
¡y la brisa borraba
tu brazo!

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Duda

¿Por qué tienes ojeras esta tarde?
¿Dónde estabas, amor, de madrugada,
cuando busqué tu palidez cobarde
en la nieve sin sol de la almohada?

Tienes la línea de los labios fría,
fría por algún beso mal pagado;
beso que yo no sé quién te daría,
pero que estoy seguro que te han dado.

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En el estanque del día

En el estanque del día
se han mojado tus palabras.

El «no» sin eco posible
de tu voz embalsamada,
se está muriendo de frío
en los cristales del agua.

Mis «te quiero», salvavidas
inútiles de mis ansias,
son ceros siempre a la izquierda
de este amor sin esperanza,
de este amor, río dormido,
entre sombras y entre ramas;
de este amor, lirio sin nombre
deshojado en la mañana…

En la rosa de los vientos
clavé, mi amor, tus palabras.

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Las muertes de Sevilla

A mis padres

De laurel, no de acero,
con falda de campanas y cristales,
la torre es un arquero
cuyos leves puñales
aun mojados de rosas son mortales.

El primero fue el río,
lo mató una magnolia en primavera
y se quedó vacío
color de nieve y cera
bendiciendo la mano que lo hiriera.

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Lluvia

¡Te quiero!, -me dijiste,
y la flor de tu mano
puso un arpegio triste
sobre el viejo piano.

( En al ventana oscura
la lluvia sonreía…
Tamboril de dulzura.
Gong de melancolía.)

-¿Me querrías tú lo mismo?-
Y en tu voz apagada
hubo un dulce lirismo
de magnolia tronchada.

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María Manuela, me escuchas

Yo de vestíos no entiendo,
pero… ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñío,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.

Te sienta que eres un cromo,
pero cámbiate de ropa,
si es un instante, lo justo
mientras me tomo esta copa.

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Muerto de amor

No lo sabe mi brazo, ni mi pierna,
ni el hilo de mi voz, ni mi cintura,
ni lo sabe la luna que está interna
en mi jardín de amor y calentura.

Y yo estoy muerto, sí, como una tierna
rosa, o una gacela en la llanura,
como una agua redonda en la cisterna
o un perro de amarilla dentadura.

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No

¿Cómo quieres que deje mi vida entre tus manos
y mi jardín de sueños y mi luna y mi rosa?
¿Cómo quieres ponerle orillas a este río
que corre libre y ancho desde que yo naciera?

Me brindas una dulce esclavitud antigua,
dentro de tu palacio con su escudo y su torre,
y lo que necesito es un campo de trigo
por sonde se revuelque mi verso desbocado.

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Pulso de amor

Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado…

Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera…

Buscaba un hombro amigo
en dónde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.

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Romance de aquel hijo

Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

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Romance de la voz en la sangre

Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de cara al cielo
-viendo la tarde morirse
sobre sus ojos abiertos-
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio…

Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros…
Un ¡ay!

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Oda a Don Felipe Ruiz

¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo
contemplar la verdad pura sin duelo?

Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido
y su principio propio y escondido.

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Oda a la vida retirada

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

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Ahora que la noche me susurra

Ahora que la noche me susurra que la noche me susurra que ella y el agua son una misma
presencia, ahora que la voz del agua vuelve y nos invade, ahora que en esa religión del agua
he olvidado hablarte y hablarme y por tanto nombrar al mundo y sus gestos, tú deberías
insistir, para que recuerde decir «tus manos» por ejemplo, o «mi lengua», para que no olvide
que es con los labios, la lengua y los dientes del origen con los que velamos sobre nuestros nombres, más allá de esa boca asustada, dormida y por todos olvidada, acaso por el recuerdo
de esa saliva y de esos dientes en tu boca, que lamen con ansiedad tu lengua, para que ella me diga, para que ella descanse conmigo en el agua sin fluido, y no recuerde que el agua y la
noche son dos ausencias que crecen sobre un mismo nombre.

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Cuenta el bosque

Corteza de árbol el vestido de novia,
fantasma blanco de resina.
Los días nacen de las noches,
no entre pliegues de luz,
una colina es sólo fango endurecido,
el nacimiento una lejana estrella,
y el poema únicamente voz.
Caza nocturna de sueños,
fisura en la mirada ajena.

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Desnudos, asomados

Desnudos, asomados
a un pasaje colmado de pinturas,
donde, vueltos de espaldas,
las figuras parecen mirar
hacia el interior de cada cuadro
las nubes, un tronco, unas piedras.
Olvidadas de sí, sus miradas
habitan el cuerpo del retrato:
una piedra, esa desvencijada puerta,
aquel sendero que llega,
pasos en la página que elude guarecerlas,
donde la palabra quizás escucha
un viento brusco en las horas
y de golpe el silencio:
solos sus ojos
al mirar de soslayo
un pájaro aleteando,
deseo de percepción;
el frío, su figura en lo azul,
nuestra sola cosecha.

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El daño

Del cordón umbilical de las preguntas
sólo tira hacia afuera lo que quema,
una apuesta sostenida,
un color remoto y dócil que se fue.
Perdimos incluso el rastro de la rabia
en mundos insomnes.
La noche y la humedad
llenaron de polvo tu canto,
y ahora acoges el pálido silencio
que acerca el eco a lo sagrado.

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En horas insomnes como rocas

En horas insomnes como rocas
veo tu frente herida por el aire,
tu espalda que el aire descubre y explora,
tu boca entreabriéndose y tus manos huecas
oreadas en la densidad de la noche.
Te escucho arder en gestos desvelados, largos,
veo tus muslos tensos que guardan para sí
su piel más fina y secreta;
me quedan solos tus ojos cerrados al misterio del aire.

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Leyendo a Alejandra Pizarnik

I
Sólo un nombre se murmuraba Alejandra a sí misma en 1956, el año en que yo fui concebida. Cuarenta años más tarde leo el nombre en minúscula «alejandra», en boca de quien poseyó la muerte como la niña que en vientos grises espera la otra orilla, y escribe:

«debajo estoy yo
alejandra»

A su lado otra, enamorada de la niebla, dice no creer en el cuerpo que nunca existió.

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Los dos sueños

Un haz frente a la costa
y un fuego que arde en el espejo,
ambos guardan los recuerdos:
el primero enturbia el viento que encrespa
al mar contra las calles nocturnas,
región de plegarias susurradas
por nuestros ahogados,
sueño de vastedades y caídas
con anhelos de escapar o dolerse,
callado como un buril puliendo la arena.

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Si yo fuera Alejandra la fugaz

Si yo fuera Alejandra la fugaz,
de bellos ojos enquistados en la fiebre,
ojos que dibujan su forma,
cansados de leer palabras
que nombran y hacen
sombras sin carne,
sabiendo que se trata de eso,
de hacer la ausencia;
si yo fuera su fiebre,
su fruto mordido, su único
pájaro en el viento
o sus brazos, follaje mortecino,
transparencias a la luz del cielo,
amorosos restos de una biografía.

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Todo se dio en el pulso

Todo se dio en el pulso,
en un forcejeo celoso,
medianoche de agujeros de odio
que ahogan tus dedos de alga,
niños compitiendo como faros;
sin embargo hubiera sido fácil
en esta insaciabilidad
el verano de la risa,
la red tendida ante la ruina,
ceñida tela para exorcizar
la locura, el dopaje,
Todo se dio a medianoche.

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Voces

Primero te vi al final del túnel, a ti, a quien el polvo rebasa. Con lenguas de fuego
lames nuestros deseos, eres el alimento que palpita sobre un tronco hueco y sin nidos,
la llamada que en amplios pasillos de nuestra voz persigue palabras largamente acunadas.-
En manos que anuncian la lluvia nace el final del polvo.

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Bella

Para descubrir la existencia de los extasiados filones
en las móviles profundidades de tu cuerpo
mis dedos son varitas mágicas

Insólitas serpientes de la cólera

mis muebles se odian en mi dormitorio
y sus grandes batallas inmóviles recuerdan
las de nuestras manos las de nuestros labios
las de febriles vapores que brotan a medianoche en los puertos
las de mansiones que invisiblemente se rajan de alto en bajo
cuando los pasos de una mujer demasiado bella resuenan

Ella era hermosa como el día

Belleza es la corona ardiente
es el rumor que recorre el árbol
del corazón a la corteza por la albura
Belleza es el esplendor de una boca que se pliega
herida por los remolinos de un lenguaje en excesivo amargo
como son todas las lenguas que pretenden decir alguna cosa

Ella era bella como un espejo
un deformante espejo donde se miran igualados por la común irrealidad
los que son feos y aquellos que poseen una insensata elegancia

Los espejos se empañarán cuando sus labios hayan concluido
de dar en el espejito del bolso ese precario signo de vida
los espejos madurarán
porque madura cuanto se empaña

Y en efecto

es la muerte eterna quien -royendo cuerpos y rostros­
otorga a algunos ese encanto inolvidable
de las viejas cosas que han perdido el dorado Extremos de cordón roto
Troceados corazones Ojos perdidos Cortadas uñas
Amo cuanto se deshace
maduros frutos que caen a tierra a tiempo de enmascarar su fracaso en la noche
Oh inalterable blancura de las tenues aureolas
Cuerpos destruidos Marchitos rostros
Inseguras estatuas roídas por la lluvia y los hongos
No amo sino vuestra forma devastada
pareja a cuanto el amor amengua y decolora

Versión de Antonio Martínez Sarrión

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Demasiado tarde

Demasiado tarde
es la muerte de los tarots
la muerte de las piedras preciosas y las escalas salvajes
muerte de los relojes de la luz
hundimiento de los engreídos escaparates
muerte de las antiguas arrugas en las humanas frentes
cuyos relieves agrietan la tierra
muerte de los muertos agitados por la acritud de los sobresaltos
muerte de los rostros tejidos con hilos de humo
muerte de las cartas cerradas en el vientre de los buzones
muerte de la maquinaria que mueve los barcos
muerte de los burdeles de clavados postigos en cada clavo una gota de sangre menstrual
muerte de los monstruos marinos
apestosas playas
arenales que remueve el dedo de un fantasma
muerte de las algas voladoras que trazan algebraicos signos sobre el frontón de las olas
cuando las escamas se extienden en columnas
muerte de las cadenas amarradas al suelo con argollas
grieta de hielo entre cielo y tierra
ruptura de contrato fin de la clausura
muerte de los sordo-mudas-ciegos
incendio de muletas
muerte de sangrantes mordiscos
muerte de los peñascos
de los labios
de los enamorados
muerte del amor de los astros
muerte de la mirada
muerte de la muerte
demasiado tarde

Versión de Antonio Martínez Sarrión

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Hermano y hermana

Hermano y hermana
como la aguja y el hilo
como el ojo y la lágrima
como el viento y el ala

Hermano y hermana
como la flecha y el arco
como la nube y el rayo
como la sangre y las venas

azotará un duro viento
que secará la hábil lengua de las fuentes
rajará las vasijas de negra arcilla

¿Jamás retornaremos
a nuestras sagradas humedades
nefastas sólo para lo que teme la herrumbre
nosotros que procedemos del fondo del mar?

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A Jacques Baron

Cuando nació
algunos dijeron que tenía
filamentos de angustia en el lugar del corcho
de su cabellos
un tapón de corazón en el lugar del corcho
un tapón de corcho en el lugar del corazón

Padeció toda la familia
crujió el artesonado
más las hadas de bocas grandes como esos ríos que arrastran las fiebres
cantaron al unísono
He ‘s a jolly fellow ¡Por Cristo!

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Juventud

Bello zaguán del alba
reposo de los árboles que peinan la crin de las nubes
¿beberé tu gran cubo de agua fresca
bajo el sol grávido de gavillas de mies?

En un teatro de la ciudad
ante vestidos negros envueltos en doradas pieles
se representa ese espectáculo detestable
la infancia del cuarto oscuro del pan seco y del agua
mas ni una lágrima borda las pestañas
ni un brillo resplandece

De un lado a otro me paseo
la sierra de mi mirada corta circularmente los horizontes
y permanezco erguido
punto negro del cetro
en medio de una corona circular
mi vida que se deshace tal un círculo en el agua

Me golpea la espuma El viento me arrastra
De niño no amaba el mar
a causa de sus manos frías
de su boca salada
lacio sabor anticipado de la muerte y las faunas polares
mas se iluminaban belenes
en la cripta de muchas pestañas
y esperaba muchos lechos de paja
nacarados por muchos reyes magos
con brazos repletos de regalos

Versión de Antonio Martínez Sarrión

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