Aire de siglos inundaba las avenidas populosas,
los altos campanarios, los árboles
inmortales de la infancia. Con el fresco de la hora
perfumaban los comercios, los puestos de fruta
y el pregón de los feriantes matutinos.
Bienaventurado
quien podía gozar de aquella mañana
con ojos transparentes.
Te siento en mí: cuando tu voz potente
saludó retronando en lontananza,
se renovó mi ser; alce la frente
nunca abatida por el hado impío,
y vibrante brotó del pecho mío
un cántico de amor y alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
cuando, Satán del mundo,
temerario plagiando el infinito,
le quisiste anegar, y en lo profundo
gimes ¡oh mar!
Yo soy quien sin amparo cruzó la vida
En su nublada aurora, niño doliente,
Con mi alma herida,
El luto y la miseria sobre la frente;
Y en mi hogar solitario y, agonizante,
Mi madre amante.
Yo soy quien vagabundo cuentos fingía,
Y los ecos del pueblo que recogía
Torné en cantares;
Porque era el pueblo humilde toda mi ciencia
Y era escudo, en mis luchas con la indigencia,
De mis pesares.
Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.
Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.
Pajarito corpulento,
Préstame tu medecina
Para curarme una espina
Que tengo en el pensamiento,
Que es traidora y me lastima.
Es de muerte la aparencia
Al dicir del hado esquivo;
Pero está enterrado vivo
Quien sufre males de ausencia.
Eco sin voz que conduce
El huracán que se aleja,
Ola que vaga refleja
A la estrella que reluce;
Recuerdo que me seduce
Con engaños de alegría;
Amorosa melodía
Vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?
(A Manuel Payno)
La flor encantadora y delicada
que sobre esbelto tallo se mecía,
la vio ufana la luz de un solo día,
luego desapareció.
De ese arbusto marchito y derribado,
ayer tal vez hermoso y floreciente,
hoy arranca sus hojas el ambiente
que ufano le halagó.
«¡Détente! Que está rendida,
¡eh, contente, no la mates!»
Y aunque la gente gritaba
Corraía como el aire,
Cuando quiso ya no pudo,
Aunque quiso llegó tarde,
Que estaba la Migajita
Revolcándose en su sangre. . .
Sus largas trenzas en tierra,
Con la muerte al abrazarse,
Las miramos de rodillas
Ante el hombre, suplicante;
Pero él le dio tres metidas
Y una al sesgo de remache.
Yo te amo, sí, te adoro, aunque mi labio
mil y mil veces te llamó perjura,
aunque la copa horrenda del agravio
me brindó los placeres tu hermosura,
te ama mi corazón; Cuando mi mano
destrozar quiso la feroz coyunda
que a vil humillación me ató algún día,
el débil corazón se resistía,
Y aunque luché tenaz, luchaba en vano.
Canto que a nadie ha de interesar es éste.
Ahí reside su júbilo.
Ni al predicador inútil y solitario, ni a mí.
Ni a esa joven morena, toda sollozos, por un sueño venido,
seguramente, desde los ojos de un santo, tan santo,
Que nunca hizo un milagro.
La arquitectura salta toda al fondo de los ojos.
Así, la muerte, su caballo y su espada.
O un avión ubicado al irse el sol.
Ayuntando piedra con piedra acontece
en un juego de exacta llama sin tinieblas.
Alianza y pacto de ciudades distantes,
de hombres que adoran dioses obscenos y crueles
u obedecen a reyes o emperadores idiotas.
(a Esteban Santa Coloma)
Hombre que has cruzado todas las civilizaciones
como cualquier astro o insecto alrededor de la noria de la tierra.
Serviste al emperador de la China, entre dragones
de piel de alucinado verde, de un verde de minas de esmeraldas,
en las que hubiéranse derrumbado todas las estrellas.
(a Carlos Hermosilla Alvárez)
Yo habitaba las moradas silenciosas de tus ojos.
Cuando cerrabas los párpados, escribía tu nombre
o cerraba tus besos.
Tenías la frente alta y limpia de las primeras albas,
donde nacen las plumas con trinos y se recuerdan los sueños.
El pavor de la nada engendró esta latitud de espanto,
y el existir de tanta soledad sin párpados para el duelo.
Aquí se sucedió el parto antiguo de la muerte.
Aquí, el silencio me mira frente a frente.
Ahí está el polvo, con su hocico voraz y su estatura de tormenta.
¡Oh tu Satanás! Taumaturgo nocturno,
sembrador de luceros, de silenciosos y tintas maléficas.
Escenógrafo mágico de los países feéricos, alucinados.
Ahí los buhos. Ahí, las luciérnagas. Ahí, los murciélagos,
los felinos y las lechuzas.
En qué noches. Bajo los cielos de que Gomorra
se gestaron vuestras complejas almas,
sumergidas en antecedentes milenarios.
Del guano de los establos moscos de verde peto.
Fiesta de doncellas tristes para las moscas de negras patas;
ámense las carcomas en las maderas tibias fragantes a mosto viejo.
Agriétense las murallas. Rómpense las corolas. Estallan las pulpas ácidas.
Los insectos, niños traviesos, sacrifican alas nocturnas.
¡Oh funeral! ¡Sin responso! Sin toque de bronce de campana
trizada.
Sin embargo naufragastéis como los viejos marineros o los imberbes
grumetes,
a millas de los Puertos, en alta mar y tempestad
¡solitarios!
Tomados a los más lejanos horizontes
y los dedos quemados de tabaco.
Escribo con las palabras que tienen sombra pero no dan sombra
apenas empiezo esta página la va quemando el insomnio
no las palabras sino lo que consuman es lo que va ocupando la realidad-
el lugar sin lugar
la agonía el juego la ilusión de estar en el mundo
la ilusión no es lo que hace la realidad sino la ráfaga escindida-
simulacros donde ocurren las ceremonias intercambios de fulgores
del vacío del deseo
ya no hay sitio para la escritura porque ella es el sitio mismo-
de lo que se borra
no descubrimos el mundo lo describimos en su terca elusión
ya no volveré al mar pero el mar vive en esa ausencia que es el
mar cuando la palabra lo dice
y se derrama sobre la página como una mano
ya no estaré en el bosque sino en la hoja que escribo y entreveo
su ramaje pasa el viento
ya no habrá más verano sino ese sol que devora a la memoria
y viene la gran noche de la arena que cubre los ojos y sólo
podemos leer lo que no estaba escrito
Los que piensan que les ha llegado la hora
y se aprestan para asumir su destino
los que saben que siempre llegan a deshora
contra todo destino
los que escriben para sobresalir
no para encontrar la salida -¿hay salida?
Y vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo
vuelvo a verme respirando su piel su pelo que apenas toco
otra vez las lluvias la noche como un árbol centelleante
ha cubierto la casa
el ojo torrencial del cielo me juzga me condena
oigo los rápidos chorreones caer en el patio siento la sumisión de las piedras
el ángel que se debate en las sombras afila su perfil de fuego
y lo vivo todo como si fuera memoria del exilio
pero pasarán los años
el adolescente se baña
en el río que ya no refleja
expone su desnudez bajo la luz brava del mediodía que hiere sus ojos
con la mano con que endiosa el sexo escribe sobre la arena
el latido de ese espacio salvaje
pasarán los años
pero sólo allí estará reposando
la cabeza
cerca de ese cuerpo
respirando la última tersura de su piel la trama cenicienta de su pelo
en la claridad que ha ido escindiendo el tiempo
I
De lo que fue un amor, una dulzura
sin par, hecha de ensueño y de alegría,
sólo ha quedado la ceniza fría
que retiene esta pálida envoltura.
La orquídea de fantástica hermosura,
la mariposa en su policromía
rindieron su fragancia y gallardía
al hado que fijó mi desventura.
Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.
Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.
Vestía traje suelto de recamado biso
en voluptuosos pliegues de un color indeciso,
y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
sostenían un libro de corte fino y largo,
un libro de poemas delicioso y amargo.
Lo triste es así…
Peter Altenberg
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Alzaron la cabeza para orientarse, y luego
el soñoliento avance de sus vellosas piernas
bajo el rojizo dombo de aquel cénit de fuego
pararon silenciosos, al pie de las cisternas…
Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,
y ya sus ojos quema la fiebre del tormento;
tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico
perdido entre las ruinas de infausto monumento.
Un solo corazón ama por dos,
por tres, por cuatro,
y por todos aquellos
que han dejado de amar.
Y cuánto amor no derrotado
le corre al solitario por las venas.
Más allá de la aurora
no muere, ni muriéndose,
su último zafiro.
Las cosas que ignoro suenan como una sal en mis sentidos.
Y mi muerte ronda con nombre supuesto
Escuchando los rumores terrenales.
Veo cómo a mi alrededor se sostienen
Sin dedos, sin habla, las visiones,
Y los prodigios que mi alma desconoce
Por una obscura escalera ruedan entrechocándose.
A semejanza de la espina
Lejos sobre el ser turbado
Como la espina exactamente
Fija sobre el ojo ausente
En atmósfera de ir
He aquí mi iluminado lirio
Muerte completa
Por la lengua pasa a veces
El nombre o su sonido
Solamente él casi creciendo
Para alcanzar a doler
Qué gran voz entonces
Adentro y alrededor del corazón
Y cómo una espada de ceniza
Rompe y abate mi encendida sed
Esperanza y materia
Se podría quizás oír todavía
Su calor tan diverso y tan lejano
Pero es mejor pasar
O crecer o salir lleno de negra memoria
De puertas para viajar
O una estrella casi terror
De un día cargado de vidrios ardientes
Para esperar la pluma o el espejo cerrado
Pasar con un último ser sobre la frente
Visible y ya siempre lejos
A celebrar el tranquilo vapor
Que sube consigo mismo del cabello
O entra en el pecho mientras vacilamos
He aquí pues
El arma libre
El espacio puro para resplandece
Que vengan esos primeros sueños,
Que vengan con su quemante copa de voces,
No los recordaré
Porque mi cara es otra, y ya no hablo.
Entre tantos afanes,
He deseado que lleguen;
Que llegue, porque sólo es uno.
Mientras camino, con mis manos desgarradas por sus muchos furores,
Voy viendo los muertos que se ocultaban en mi pelo.
Voy viendo sus sombras lineales que se descuelgan sobre mis huesos,
Sus entreabiertos costados
Por los que se escapa una luz húmeda.
El día,
Arco cerrado, lleno de palpitaciones, de paredes, de armas
diversas, de respiración.
El día de hoy
Como una inexplicable estatua en medio del desierto,
Un día.
Y separadamente, la potencia libre y arbitraria de SER,
gran río de aceite entre la lámpara inicial y cualquier
dolor transparente,
Se está metido en el enigma,
La descolorida espina hinca su revelación o el amor
en la infinita soledad de la memoria fiel.