Qué presentido sol
o luna aparecida
dio con el océano de tus lágrimas.
No sé si eras una mariposa
o el límite de una estrella.
Eras tú misma…
Ave que truncó su melodía en este cielo
esculpido de sueños.
Qué presentido sol
o luna aparecida
dio con el océano de tus lágrimas.
No sé si eras una mariposa
o el límite de una estrella.
Eras tú misma…
Ave que truncó su melodía en este cielo
esculpido de sueños.
Vosotros
estáis callados
arcángeles del viento.
No sentís el temblor de unos muslos
ni el clamor de las venas;
no os importa
el latido de una estrella
ni el fin de la espuma.
¿Para qué
iluminar las horas
si no cantáis a la luna efímera
que resbala en el cielo?
Una lágrima o un beso.
Un silencio entrecortado en rumores.
Una mano de nieve.
Atardecer.
Cabellera en sombra.
Lento paralelismo de unos labios.
Una hoja que resbala en las pupilas.
Nada más.
Sucede a tu silencio la tristeza;
el ciego lamentar de unos labios
en el rostro pertinaz y retenido
de tu cuerpo eclipsado por el tiempo.
Lejano está el resonar de dos alas
que infinitas nos dieron el amor;
el frágil suspiro adolescente
que súbito llega hasta el sollozo.
Tú…
en las estrellas.
Yo…
en el agua.
Y así para nosotros
la noche entró a los caminos
como un buey de sombra.
Se aquietaron las voces azules
de los astros lejanos,
y en un temblor de labios
presentí el silencio.
Como una lejanía sin respuesta
estás presente en todo:
en los muslos renegridos de unos árboles,
en la tibia ausencia de unas hojas detenidas
en el cansancio sin forma del ser perdido
habitante mojado de los atardeceres del sur.
Todo está en tu aire tembloroso
con fragancia a lluvia o luna de diciembre.
Hoy no estoy
escapé de la hora mundial
y no tengo piel
me desalojé
y soy lo que voy nombrando
y voy en lo que va volando
y creo en lo que sigo mintiendo
Muro del aire y de las edades
no me detengas!
Hoy un hombre se subió a un árbol
y el árbol bajó por el hombre.
El ascendió por los frutos,
las hojas bajaron por sus ojos.
El hombre levantó las ramas.
La sombra quedó colgando
en un atado de pájaros
esperando más cargamento,
otras identificaciones,
nuevos espejos,
más coloquio.
En realidad habíamos nacido
el uno para el otro.
Jamás tuvimos un «sí» o un «no».
Comíamos los dos de un mismo plato.
Ella leía, yo dormía.
La transfusión de ideas era magnífica.
La parentela se daba la mano los domingos.
Esta es la triste historia de
una de las mujeres más
hermosas de todos los tiempos
y que los negociantes bautizaron
con el nombre de
Marilyn Monroe.
Parcelaron su cuerpo
y su alma,
trataron de cerrarle
la boca
y su inteligencia
y abrir su escote…
hasta lo imposible.
No es que me dé vergüenza recordarlo.
Ahí viene mi padre poniendo en orden
las herramientas antes de fabricarme.
Siempre tan exagerado para sus cosas:
asegurando a sus amigos que mascaría
el mar o desclavaría las estrellas
para hacer mellizos
en menos que canta un gallo.
Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.
¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!
Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.
Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.
Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.
Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.
Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.
Tanto tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los rosales,
ser envío de amores
secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han nacido y viven desahuciadas.
Así no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las probables víctimas de engaños:
las rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo, ¡por tantos años!
Un bosque de eucaliptos me recuerda,
un olor de eucaliptos me hace aire;
me recuerdo y me olvido hacia mi infancia.
Soy un niño y también soy el estero
que corre por el fondo.
Yo también me hago estero cuando niño.
Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de perseguir las albas, los ocasos.
¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos sanguíneos y solares vasos?
Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.
Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.
La mesa en la mañana me espera con su silla,
mas se sienta la ausencia familiar a la mesa.
La mesa en la mañana hasta mis ojos brilla,
cuando estoy frente a ella con mi sola cabeza.
Es una gota parda que brilla su rocío,
entre sillas que esperan todo el día pacientes.
Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.
¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;
riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,
constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,
algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto
de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.
A Armando
Ni el tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.
Por un hondo camino me aproximo a la historia
que en la honda sandía me sangra frescamente.
Es como hacer alegre calado en la memoria
recordar a mi madre sandía hundidamente.
Y me hundo profuso en la roja sandía,
y a mi madre me encuentro, filial en el regazo,
sentada en el profundo y maduro mediodía:
¡todos en senos sandiales el verano le abrazo!
¡Alto departamento que brilla allá en los cielos!
Los balcones se asoman, silenciosos y solos,
y más adentro de ellos las señoras conversan,
sentadas mutuamente, señoriales y altas.
Un silencio de alfombras se cierne en los balcones.
Las señoras conversan, delgadas y peinadas,
en el alto salón del departamento alto.
Admito hace tiempo
que una ausencia viene anunciándose a sí misma,
gestos de mínimo romanticismo
en la unanimidad de las pupilas.
Me abandono a la emoción de sentirme solo,
ávido de distancias y nuevas ciudades.
Si pudiera sorprenderme
con la mirada de otros ojos
declararme neutral o simplemente un ciudadano ocasional,
no indagaría su nombre en los libros de Joaquín De Montezuma
en las flores que no han perdido sus pétalos después del otoño.
Hay una abeja extraña en este colmenar
Alguien ha denunciado su presencia.
Habrá que buscar en todos los panales,
en cada jardín de la ciudad.
Todo indica que se recompensará a quien la encuentre.
Ahora sólo falta que atrapen al hombre repetido,
al que llevo en cada uno de mis gestos.
Un extraño aliento se derrumba en medio de la respiración,
allí me distingo de un canto,
pisadas que me recorren de temores
huesos que se rompen en mis huellas.
Convalezco una ajena enfermedad.
¿Qué difícil es morirse frente a uno mismo?
He creído demasiado en la existencia de Dios,
ensimismado en una tristeza que me habita,
agonizo a horas de su nombre.
Tengo pensamientos afines con la soledad,
nadie conoce mi nombre
vivo al otro lado de la parafernalia permanente
cerca del sereno movimiento que habita en el silencio.
A Fidel no le agrada la actual situación de Cuba,
ser el adalid de una masa proletaria.
Es decir, mirar el destino directamente a los ojos.
Él sabe que el tiempo juega en su contra
que la revolución lo estafó con sus ofertas demagógicas.
Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si NO cantase, moriría si NO cantase; el acontecimiento floreal del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias, labores, zafias, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar…he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha!…
* * *
Los sofismas universales, las cosmicas, subterráneas leyes dinámicas, dinámicas me rigen, mi canción natural, polifónica se abre, se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la oscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionysiaco, flota en la augusta perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias,mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz; todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.
Aquí Yace «Juan, el carpintero»; vivió setenta y tres años sobre la tierra, pobremente, vió grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la honorabilidad del hombre decente, odió a la capitalista imbécil y al peón canalla, vil o utilitario; juzgaba a los demás según el espíritu.
Ya por añejos vinos,
corre sangre, corren caballos negros, corren sollozos, corre muerte,
y el sol relumbra en materias extrañas.
Sobre el fluir fluyente, abandonado, entre banderas fuertes,
sujeto tu ilusión, como un pájaro rojo,
a la orilla de los dramáticos océanos de números;
y, cuando las viejas águilas,
atardecen tus pupilas de otoño, llenas de pasado guerrero,
y el escorpión del suceder nos troncha la espada,
mi furiosa pasión,
mi soberbia,
mi quemada pasión,
contra «la muerte inmortal», levantándose, frente a frente,
enarbola sus ámbitos,
la marcha contra la nada, a la vanguardia de aquellos ejércitos tremendos,
en donde relucen las calaveras de los héroes.
Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche «Dios» llevaba entre mundos que van
así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»
cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás.
Arriba, un atrevimiento de águilas, abajo, el pecho del pueblo y en la línea definitiva, entre los altos y anchos candelabros de la Humanidad, y las trompetas que braman como vacas, entre naranjos y duraznos y manzanos que, como caballos, relinchan, entre barcos y espadas, rifles y banderas en flor, al paso de parada negro y fundamental de los héroes, tú y tu ataúd de acero.
Empuña el sol tocando y desparramando su cuerno de fuego, y en los surcos maduros el pan estalla entre gaviotas y vasijas…
Todo está hecho así, Luisita: vihuelas y cadenas, y somos materia que habla, materia que llora, materia que canta y enormes categorías de espanto; cae el hombre y se levanta la sociedad huracanada, rompiendo esclavitud adentro y congojas grandes como espigas o como estruendos de eternidades que batallan arrojándose montañas a la cara; amor, aquí estoy cuidando tu sueño como un tigre rojo o un soldado de basalto de centinela en las avanzadas del mundo.
El mundo está llorando RECIÉN nacido, oh! divinidad del sueño, y tú arrullas maternalmente, maternalmente al pequeño idiota RUBIO, con el problema azul de las últimas canciones…
* * *
A compas del minuto evolucionas, y eres eterna e INMUTABLE; tu actitud asciende al PULPITO ideal de las estrellas y SANTIFICA los excrementos del asno, nivela los fenómenos, el bien y el mal; y tus pies, llenos de claridad, caminan sobre el dolor mineral de los pueblos colmando de verdades la milenaria y vil, errante voz «del animal HUMANO»
* * *
Conmoción religiosa, trágica, dyonisiaca de la substancia INNUMERABLE, espíritu del universo y pan del TRISTE, pan del TRISTE, belleza, raíz de Dios, el temblor de su dedo enorme, la nocturna luz MUERTA de sus pupilas inexistentes, mujer que enloqueciste con tus caricias al mas GRANDE de los poetas: Satanás.
Soy el hombre casado, soy el hombre casado que inventó el matrimonio;
varón antiguo y egregio, ceñido de catástrofes, lúgubre;
hace mil, mil años hace que no duermo cuidando los chiquillos y las estrellas desveladas;
por eso arrastro mis carnes peludas de sueño
encima del país gutural de las chimeneas de ópalo.
Indiscutiblemente, en casas de arriendo,
a la ribera del pan y su situación aldeana de sombrero de sol,
contra empleados grandes o desesperados
y viudas terribles, que desprenden cabellos de estructura amarilla,
así moriremos, tal vez, al bramar contra la montaña.
(Dedicado a Pablo Neruda)
Gallipavo senil y cogotero
de una poesía sucia, de macacos,
tienes la panza hinchada de dinero.
Defeca en el portal de los maracos,
tu egolatría de imbécil famoso
tal como en el chiquero los verracos.
Bienvenida sea la poesía del futuro.
Esa poesía que reventará como una flor
en plena calle,
o como un cadáver después de varios días.
Bienvenida sea la poesía colgada de las nubes
y de los edificios.
La que soltará en este mundo su alma
de bestia carroñera.
Antes de la república
y del himno nacional.
Antes de los decretos
y la constitución política.
Antes de los colonizadores del sur de Chile
y de los primeros gringos
que llegaron aquí como a la tierra prometida.
Antes de la iglesia
y la imágenes del cuerpo torturado de Cristo
y del gesto de dolor póstumo en su rostro.
A mi madre, Inés Díaz Sotomayor
Arrojados de la infancia
lugar de ninguna muerte verídica
pierdo los ojos en el intento,
con la cabeza vuelta.
Volver la vista es un gesto de naufragio.
Nadie vuelve hasta allá realmente.
Ellos no tienen buenas costumbres.
Ellos no tienen buenos instintos.
Ellos no aman a la patria,
ni respetan el himno nacional.
Ellos no creen realmente en la virgen María,
ni en su hijo Jesucristo.
Ellos no creen en la familia
ni en la propiedad privada.
Días inquietantes le esperan a esta
poesía mía
Días del instinto abierto hacia el vacío
y las ferocidades.
Días de la estampida enceguecida,
y del desbande del pánico.
Días de cataclismos y desbarajustes totales
entre el humus y la bruma.
En memoria de Rolando Cárdenas
Regresar al bar como a un vientre,
y a la primera tibieza que nos recibió
y que alguna vez, seguramente, nos pareció eterna.
Regresar al bar porque todos los caminos
conducen a él,
y porque entre esas cuatro paredes
hay más redención y misericordia
que en trescientas iglesias juntas.
Y heredaron la ciudad de noche.
Las calles del centro.
La salida de los cines.
Los estacionamientos,
y los paraderos de micros.
Los jardines de la plaza.
La esquina de la catedral.
Todas las noches de la República
se abren para ellas.
Yo rivalizo conmigo:
No estoy a la altura de mi condición.
Me topo con sorpresa contra mi propio yo.
Me sucede que no canto como quisiera.
Balbuceo y escucho una lejanía.
Tímidamente me alzo en lluvia.
Escojo, por no dejar, un nombre para darme.
Así volvió rabiando nuestra gente
y ardiéndose en coraje de corrida
por verse de los bárbaros corrida
a vista de su ejército potente,
el cual, como el contrario ve de frente,
entrársele con furia esmedida,
movió su fuerza toda a recibillo
habiéndolo mandado su caudillo.
La hora del presentimiento
Una fragancia a carne gloriosa se disuelve
sobre la luminosa fiebre de mis tejidos,
como un embrujamiento celeste que me envuelve
como la metempsicosis de un séptimo sentido.
Caen las telarañas de la vida enfermiza
y se alientan los nervios en un ansia de sol…
todo se hace más leve, todo se sutiliza
como si me encontrara a doscientos mil volt.
No serás como todos, llegarás blancamente
con las manos sangrantes de divina piedad;
llegarás una noche, que haga luz, suavemente.
Con los brazos abiertos a ayudarme a soñar…
Tocarás con los ojos un ensueño de cuna
y sobre las orejas un rubio de panal;
llegarás por las sendas, escanciadas de luna,
con los brazos abiertos a ayudarme a soñar….
Capitán,
padre mío,
capitán de navío,
¿dónde están
las ciudades azules
y los puertos sombríos,
y las lindas mujeres
que murieron de hastío,
esperando tu vuelta?
Capitán,
padre mío,
¿dónde están los ocasos violentos,
las velas que cantaban
en las manos del viento,
y el negro de Manila,
que te iba a matar:
las leyendas de Cuba,
las leyendas del mar,
Capitán
padre mío,
dónde están… dónde están?