En casa esperaron las noticias del viaje.
Mis cartas eran un falso testimonio
cuando dejé escaparse el aguacero,
sin retener sus gotas en los párpados.
Entre duda y acción: toda la agonía,
y en ella he tejido los fragmentos
que una vez alegraron nuestro estar en el mundo.
Poemas cubanos
A José Martí
1
Viendo caer el tiempo,
la alameda devuelve tus pasos como fin de la imagen,
ahora que la ceniza se dispersa en el río
y sólo tus palabras lo trascienden.
Palabras que se marcan en la niebla.
Yo vivía en el centro de un lago.
En un extremo lloraban los vencidos,
en la otra margen se iba fundando el alba.
Mentían los presagios.
La vida, de secreto a secreto,
nunca exhibe la misma máscara.
Vivía en el centro de un lago
y me ahogaba antes de que amaneciera,
por eso hablo siempre en espejismos
y ya no pertenezco a ningún puerto.
(nobody knows revariation)
A veces, en el tren que fuga
hacia Venusberg o las
constelaciones,
en pleno día
tú yo
tan desconocidos
como siempre,
giramos al uní
sono las bruñidas
cabezas de agónicos
y arcaicos
maniquíes
como en un bien ensayado
paso de baile sobre
el desvencijado
maderamen.
Como en un bodegón flamenco, dispuestos
sobre una mesa (una mesa
imaginaria, que es
y que no es: un plano
de consistencia): papas
fermentadas por el calor,
diminutos quelonios de color de ciénaga,
el acre olor insituable del verano.
(Berlín) infuturos
Las grandes ruedas se detuvieron
pero el odio continúa.
En el poema más perfecto
es falsa una línea.
Berlín: ciudad abierta.
En la oscura madeja avanzan
lentos-rápidos trenes.
No somos (nunca seremos)
como ellos.
Me escapé
del interminable
cañaveral,
y ahora estoy
mirando la
oigopa
de antiguos parapetos,
los
pastos verdes sin fin
bajo los cuales
sin duda
fluyen también
el silencio
el olvido
y la sangre.
La historia de una mujer
está en sus labios.
Mira la cabeza
de Jannine
contra
el muro ciego
del patio.
Su cara ennegrecida
por la luz.
Sus ojos cercados
por la sombra: a
sombrados, sin
conciencia
de ser
bellos o
cualquiera de esas
magníficas e
inexistentes
cosas
idio
sincrásicas.
Vivir la vida,
¿no es cruzar un campo?
Perplejo ante
la abrumadora
sabiduría de los muros,
trató
de volver la vista
atrás, hacia
su vida
oscura o clara como un
túnel. Deslumbrado
por el sol de invierno.
La hija acompañando
a la madre
cuya primavera
ha pasado,
es como el verano
acompañando al invierno.
El calor y el frío
dialogando.
Policromos vasos de vidrio
con vuelos de holanda y tersuras de pollock.
El hosco Cernunnos en la corteza del árbol.
El mundo se va a acabar.
Dice el niño ante el coro de niños.
¿De dónde le viene esta extraña sabiduría?
Esta palabra ajena e inconmensurable
Este peso oscuro y aterciopelado con el que él juega
ligeramente, como un saltimbanqui
con un gran globo transparente, suspendido (en el aire) (?) (?)
Él mismo suspendido (?)
Es una broma dicen los niños.
Isotropía: «Como es arriba es abajo».
Esto no sucedió en lo antiguo,
ni en el hoy esferoidal.
El inconsciente afirma R. no existe. Es sólo agrego yo, R., su doble la conciencia desdoblada.
¿De dónde partir? ¿A dónde llegar?
El vano intento de asegurar la puerta con una espina de pescado.
Los oblicuos, pardos obreros agrupados en el claro de luna.
Un niño. (¿Aviso? ¿Advertencia?)
Finalmente, todo ha de llegar.
El todo como Advenimiento.
El todo como Aparición.
La última vez que estuve en Sils Maria
había estos mismos tres (o cinco) escalones rotos.
He ahí toda la filosofía.
Sólo la música es distinta (para mal).
La locura es siempre esto de la página y
más aún: de la lengua.
Ahora debía
yo también
comerme una manzana,
si hubiera estado
a solas conmigo mismo,
visto ya
lo que no debía verse,
esto y aquello
oculto durante años,
y nada fue
tan sobrio,
pero seguía siendo oscuro.
I. M. St. Mallarmé
Habría, a la salida del bosque, algún pensamiento virgen. Cierta
sonoridad de plata, o blancura, conseguida, a duras penas, con el
esfuerzo del cuerpo (de M. y los demás). Cierta pena, sobrevivencia
del alma, por el esfuerzo.
El tren va a partir.
Breve filosofía del tren: ad infinitum.
Mis manuscritos en las piernas.
El recital en Matanzas va a ser insulso.
Mi hijo (como aquella vez) recogerá jazmines para el té en
el patio donde el viejo poeta parecía un mujik elegante.
La enfermera se pasea como un pájaro devastado. Es pequeña, voraz
y su labio superior, en un esfuerzo esquizoconvexo y final, se ha
constituido en pico sucio. Por otra parte (muestra el médico con
paciencia): ‘esos ojitos de rata’. Tampoco el Director (de formación
brechtiana) deja de asombrarse: ‘Perturba la disciplina con sus si-
mulacros.
Yo tengo una extraña que nació salvaje,
de su lejanía se hizo el polvo,
de su soledad mi tiempo…
Ebria, en la majestad de sus costumbres,
se niega a sostener mi próxima mordida,
mi discurso en favor de otras nostalgias,
maníaca y mortal,
herida entre sus mitos
como la musa fuerte de un loco sin historia.
Qué locura me inventas
carne en giros
en plena luna llena
y tú desafiando la violencia
de los lobos,
con las piernas por ego,
con tus ojos eslavos
y esa densidad de reina
que ataca mi silueta
retorcida y esquiva.
Sobre la tierra negra quedó
la estela roja.
José. M. Poveda
En el surco
el labrador acude a su existencia,
es sólo un rostro tenue
una felicidad imprecisa.
Todo el destino
habita en sus semillas,
el reino,
la armonía.
a Marielena Hernández
Naceré de mí,
sacudiendo el polvo de rodillas
ya vivo entre los dedos de mi madre y mi yo
multiplicado en vicios y grandezas,
y mi primer poema,
dos versos tristes,
y mi primer regalo un árbol seco.
La ciudad continúa disfrazando sus perros,
cruzan como fantasmas
que una vez tomaron el silencio de las calles.
Erarios que el asfalto condenó
al desperdicio vagabundo de la acera.
Criaturas enfermas,
libertadores del asfalto.
sus ladridos se afanan contra el polvo,
ascienden sobre el viento
que más allá del eco se corrompe
que más allá del mar muere en silencio
La ciudad, perro a perro
dejo sus almas en el callejón
donde la gente suele alzar un pie para orinar,
donde la gente perro a perro se aniquila
Oye, qué acordeones falsos.
La lucidez, el muro blanco,
(la voz gangosa del disco)
rayado, un leopardo arisco
preso entre los hilos rojos.
(las agujas de sus ojos
me miran). La hoja en blanco,
la mano que escribe temblando.
Escritos en el suelo han quedado los signos
de la muerte.
Y en los mosaicos de piedra roja
el estampido de los rostros de oro.
La humedad ha cubierto los frescos.
En la escalera
las manchas de los pies rajados.
La pared cruje.
Grieta en lo blanco.
Allá va, desunido,
el cuarto.
Detrás del tragaluz
un rostro, otro,
mirándose,
mirándonos.
Un cubo despegado.
Pegada la oreja a la pared.
Oye.
Algo va a romperse. Algo
crece.
Lo que en el muro
hierve.
Abierta, no,
entrejunta.
Esa ranura mira.
Detrás de lo blanco,
blanco.
Ahora el silencio.
Las paredes se cuartean.
El cuarto desmoronado,
navega. Y ese brillo.
La puerta transparente.
La raya negra y el battello,
el monte siamo tutti,
el barco blanco sobre el agua blanca
y la fijeza
de los pájaros sobre la Salute.
Pase,
il fait beau del otro lado
del otro lado, digo,
del río.
No hay silencio
sino
cuando el Otro
habla
(Blanco no:
colores que se escapan
por los bordes).
Ahora
que el poema está escrito.
La página está vacía.
El sueño no:
la pérdida.
El blanco roedor,
que ciega.
Pierdo pie. Todo es compuerta.
Mira:
el muro sangra.
¿Qué se hicieron los cantantes?
¿Qué se hicieron los cantantes,
los reyes, los Matamoros
de dril nevado y los oros
de las barajas de antes?
¿Quién las tardes del Cervantes
recuerda, y aquel grabado
del Diario, desdibujado,
y los bailables de Sagua?
Que se quede el infinito sin estrellas,
Que la curva del tiempo se enderece.
Y pierda su fulgor, cuando se mece
Un planeta en su abismo y en las huellas
Del estallido primordial. Aquellas
noticias recibidas del comienzo
de las galaxias, del vacío inmenso,
hoy son luz fósil.
¿Qué se hicieron los cantantes,
los reyes, los Matamoros
de dril nevado y los oros
de las barajas de antes?
¿Quién las tardes del Cervantes
recuerda, y aquel grabado
del Diario, desdibujado,
y los bailables dSagua?
(Las guitarras llenas de agua
están, y el tambor rajado.)
¿Los dioses
se fueron, se quedaron,
murieron con Beny Moré
ellos que con él alucinaban,
o habitan aún las orquestas habaneras,
las trompetas como dos lluvias de flechas,
los cascabeles roncos,
y las tardes de músicos y monos?
Una rosa es una mano es una rosa
es una linfa es una isla es una
luna es una nube que viene en la tormenta.
Una tormenta es el otoño es el verano
es la infancia es el desaste es el viento
que arrastra consigo las nubes y las islas.
A Juana Rosa Pita
Mañanica de diciembre
luminosa y perfumada,
ha llegado Juana Rosa
nacida en esta mañana.
Pastorcillos la anunciaron,
negras cantaron sus nanas,
y chiquillos sobre el Prado
líneas de luz dibujaban.
El sol sali?calentito
sobre toda nuestra Habana
y un Carnaval parecían
el Gran Faro y La Cabaña.
Creo en la grata mansedumbre de una manzana.
Y si de creer se trata, yo creo
en el día de Dios repartido en el cosmos
como un abanico que se abre
y cuyos rayos son caminos, tumultuosos caminos
por los cuales se despeña el hombre.
Hundirme en tu belleza
tan hondo, tan en ti
que yo perezca en tu caricia,
que ni el agua de mis ojos
o el silencio mismo
sean más que tu piel.
Soledad, milagro de tu frente,
en ti se advierte el ciervo
que dormita en el claro del bosque
y de pronto se pierde entre la yerba.
Escucha: qué silencio, qué silencio.
Me abraza el silencio como un padre
y como un padre de muerte me circunda.
Ni siquiera el sonido de las aguas.
Si cantara tres veces algún gallo.
Qué silencio, Dios mío, cuánta espuma
de tiempo se agolpa en la tristeza.
Hacia dónde me pides que marche,
hacia qué Vellocino, hacia cuál Ítaca,
si toda marcha será la de Ícaro
mirado por Narciso en una tarde de lluvia?
¿He de irme hacia dónde, cuál fue el sitio
que me vio partir huyendo de la nada?
Con esos mismos ojos miras a través
de la ventana, y ves el movimiento
efímero y eterno.
Con esos mismos ojos desnudaste
el cuerpo y sus prodigios,
el paisaje estelar.
Te sirvieron como peces,
te abrieron los caminos.
Tigre, tigre:
El poeta está sobre las ramas.
Allí lo veo como un ángel cotidiano.
El poeta vive sobre esas ramas verdes
o está tratando de vivir como quien pone
el pie en la tierra y el otro en lo infinito.
Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.
A Lezama, en su muerte
Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.
Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.
Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
I
Nadie medita la murena.
Un tema de la romanidad:
yo no sugiero los esclavos,
no digo la voracidad.
Entre la cabeza y la cola,
en ese espacio sin salida
la murena se desola.
No es un problema de comida.
Como un pájaro ciego
que vuela en la luminosidad de la imagen
mecido por la noche del poeta,
una cualquiera entre tantas insondables,
vi a Casal
arañar un cuerpo liso, bruñido.
Arañándolo con tal vehemencia
que sus uñas se romían,
y a mi pregunta ansiosa respondió
que adentro estaba el poema.
Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan estatua:
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser mármol.
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles…
En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.