Entre nosotros crece la ropa en las mañanas
se atraviesan mil veces los oficios
nos mueven los deberes
el futuro
las cosas.
Por si no fuera mucho alguien propone la medida
para que no te vayas
dicen
es necesario el regateo.
Entre nosotros crece la ropa en las mañanas
se atraviesan mil veces los oficios
nos mueven los deberes
el futuro
las cosas.
Por si no fuera mucho alguien propone la medida
para que no te vayas
dicen
es necesario el regateo.
Ven, algo de mí se triza
mi sustancia se amplía
mi jugo sea la pócima
que humedezca tus labios
y mi sabor tu fiesta.
Salir.
Un paso al frente
convencidos mis pies iban en busca
de los cuatro costados:
risa y gesto, alegoría y espada.
Abierto a lo imposible
de par en par mi traje exhibiendo la piedra
(mil tallas por la torso de aluminio)
en la ciudad que me vestía de esfinge.
Resucitar es fácil:
se palpa el aire
se inventa ser de la forma gozosa
que proponen los cuentos
se llenan los pulmones de abstinencia
se expele la memoria
se codician los giros de las aves.
Pónganlo en práctica
junto al régimen de verdura y amor
mis dulces muertos.
Porque caemos
era cierto el vacío
certero el arlequín
las espirales
porque el rodar aísla, acobarda
era verdad:
abajo
sólo caminanmueren las hormigas
porque al hacer rehiletes en la hora
de acomodar el cielo en los horarios
se claudica.
Para el final, siempre para el final
las despedidas
las cuentas del rosario
lo que sobra y el postre:
la dulzura.
Envejezco
con un enorme flan en la cabeza.
Hablo de eternidades de alfajor.
Preferible el almíbar
al vinagre.
No me arrepiento del gajo de naranja.
Estas manos levantaron la cáscara
del fondo de las cosas.
Escurrió de mis labios
lo sobrante.
Suma sin resta soy
del rosticero
del pan y del cuchillo.
No me arrepiento
abono.
No elegí la colmena.
Abrí la puerta.
Entré.
Felicidades, ha ganado el premio:
libar en cada flor para que crezcan
sus dúctiles reservas
cortar la caña furtivamente
sangrar contra los cactus.
(aprenda a contener las hemorragias.)
Mi padre, mis abuelos
mi hermano peregrino.
Llega un día
en que el cuerpo, si duele, es evidencia.
Se pone a Dios en la mitad del aire.
A cada rato un gracias
cada mañana como inaugural.
Todo es lámpara y agua
árbol, manzana y flor
y mil rostros sonríen por debajo del rostro.
La menor de mis hijas tiene esqueleto de ángel
y una mirada de atestiguarlo todo
(me creé como una vasta cicatriz.)
Le sigue una que tiene mi respuesta
con su séptimo día para los escondites.
La mayor es misterio de esa trinidad.
Fue de un susto:
verme fugar aquella madrugada
del vientre de mi madre
ascender por el tronco de los años
sangrar
introducir los dedos en la herida.
silbar en medio de la luz
(trunca la boca)
y arrancarme las vendas.
Es impune.
Por las calles la llevo y nadie nota
su aplicación tenaz de corroerme.
Azúcar vivo
respóndeme: ¿y aquellos?
los de ir contigo a cuestas al ingenio
con la sentencia que por ti propagaron
¿volverán?
Mira cómo tu furia cavó sus cabelleras.
El agua que me lava
no se queda en el cuerpo.
Dejarlo todo no ha sido fácil
las cosas y los seres son espinas:
nos clavan.
Sin embargo hay gangrenas
que no se curan nunca.
Y sé que estoy viviendo
pero sólo a pedazos.
De pronto tengo sed
no basta el agua dentro.
Tanta resequedad al paso
entre azúcar y hormona.
En cualquier río claudico
del grano saco lodo.
Es una sed sobrante
la que me retrocede
hasta el mar de mi madre.
Cuánto me harta
desaguarme de noche.
No resisto
el calambre en la espalda
no recordar de pronto
el día, la hora, el rumbo
la sed atroz.
Al olvidar tus dones
te maldigo.
Repites y repites tus estragos
de melaza en mis piernas.
Convalezco de mi
de mi cabeza
que se calle ése ruido de gárgolas
rumiando mi carroña.
No respiro
ni compongo la tabla que me amarra.
Sube marea de azúcar a la boca
no hay saliva
solamente un termómetro.
Cada mitad de mi fundó a la otra:
Salud a Enfermedad
Augusta a Nomeolvides.
Y en el último día descansaron
otorgándome aliento.
Qué laberintos sus descomposiciones
de agudo, viso y tono
acorraladas
entre jolgorio y duelo.
Acabo de mirar tu nombre sobre el cuadro
y oí la levedad:
eso que se hace a espaldas
de lo que dicen vida
te llamabas dos siglos
solicitud del mar
seis veces la gaviota
que nos hizo caer
la consagrada
la viuda por más de medio siglo
la eterna por efímera
mi madre.
EN LAS ÚLTIMAS DESGRACIAS DE ESPAÑA
Allá del revuelto mar
Tras los secos arenales,
Donde sus limpios cristales
Las ondas van a estrellar,
Donde en lucha singular
Disputando a la Fortuna
Las ciudades una a una,
De sus guerreros el brío,
Mostraron su poderío
La cruz y la media luna;
En esa tierra encantada,
Que esconde, en perpetuo Abril,
Las lágrimas de Boabdil
En las vegas de Granada;
Donde el ave enamorada
Repite entre los vergeles
El canto de los gomeles,
Y cuelga su frágil nido
Del minarete prendido
Entre ojivas y caireles;
Donde soñados ultrajes
Vengaron fieros zegríes,
Regando los alelíes,
Con sangre de abencerrajes;
donde entre muros de encajes
Y torres de filigrana,
Lloró la hermosa sultana
Amorosos sentimientos
A los rítmicos acentos
De una trova castellana;
Allá donde nueva luz
Alumbró, limpia y serena,
Sobre la morisca almena
El símbolo de la cruz;
En ese suelo andaluz,
Cuyos cármenes hollando,
Y en otro mundo soñando,
Cruzaron en su corcel
La magnánima Isabel
Y el católico Fernando.
Mi tristeza es un mar; tiene su bruma
que envuelve densa mis amargos días;
sus olas son de lágrimas; mi pluma
está empapada en ellas, hijas mías.
Vosotras sois las inocentes flores
nacidas de ese mar en la ribera;
la sorda tempestad de mis dolores
sirve de arrullo a vuestra edad primera.
Yo tengo en el hogar un soberano
único a quien venera el alma mía;
es su corona de cabello cano,
la honra es su ley y la virtud su guía.
En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fe con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.
Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.
La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡no!, ¡no quiero!
Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
“Eres el más gracioso de la tierra,
y más feliz…” y el cómico reía.
Víctimas del spleen, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Quédate, ¡oh luna!, plácida, argentada,
queda con tus encantos, tu luz pura,
yo ocultaré mi vida abandonada
entre las sombras de la noche oscura.
Y si alumbra tu luz, pálida y triste,
a la hermosa que amé sin esperanza,
dila que el llanto que en mis ojos viste,
nadie en el mundo a disipar alcanza.
Ayes, suspiros, lágrimas, pasiones,
que al pasar por el mundo sollozando,
mi existencia fugaz fuisteis llenando
de sentidas y amargas decepciones.
Dichas, sonrisas, dulces ilusiones,
horas de amor en que viví soñando,
¡cuan triste realidad estáis mirando
de mi tumba en las lóbregas regiones!…
Adiós tristes memorias de otros días
desvanecidas ya de mi memoria,
alegres, cuanto locas fantasías…
Adiós llanto y tristeza de la gloria,
mis cenizas ajadas y sombrías
espejo son de mi infeliz historia.
Para mi hijo
Está bien, te lo diré:
no pensaba en la muerte,
pues si he bajado a los infiernos
era por ver la maravilla
que hasta hace poco era la vida.
Entre el azufre y el espanto
probé otra vez de aquella culpa
para poder seguir viviendo.
Para Rosy
Tiene el cabello negro
y los ojos que, desde ahora, son mis ojos.
Despierto y la contemplo,
o tal vez duermo y sueño
al filo de su cuerpo.
Aquí están los rencores.
Los escribí pensando en ti.
Creí por un momento que eran flores
que amanecían en abril.
Pero al poner la mano me han herido,
¡puta, si me han herido!,
me han lastimado hasta sangrar,
hasta aullar de dolor,
hasta quejarme inmensamente
en la noche del lobo inconsolable
que abre sus fauces relucientes
como queriendo devorar
su propio corazón
lleno de amor.
A Pilla y Efraín Bartolomé,
en compañía de Celina y Balam
La ola de Dios del mar de Dios azota.
En la playa de Dios, clavado, hundido,
hijo y padre de Dios, migaja suya,
azotado y cansado y malherido.
I
El mar siempre regresa;
sus montañas saladas se alejan,
pero vuelven;
abren las cicatrices de la arena;
rebosan de infinito los ojos que lo miran.
El mar regresa siempre
porque siempre está solo;
vuelve a buscar las playas.
…tener un lugar en la vida,
un destino entre los hombres.
ALVARO DE CAMPOS
Mi padre ha abierto el libro de su corazón
y me habla de la furia y el resplandor del mar.
Yo lo escucho y el cuarto en la noche del sueño
se llena de las olas más inmensas;
las gaviotas no duermen, lo sé yo
que, a punto de dormirme,
oigo sus gritos en los riscos.
Mientras los buitres trazan círculos
alrededor del sol, como planetas,
los poetitas con sus versos
tiernas romanzas acompasan;
buscan el más elaborado de los silencios
y ordenan a sus tripas que no gruñan;
los buitres no quisieran
comer carne tan flaca,
tan desabrida como yeso,
tan poca cosa como un hueso
con una piel seca y sin brillo,
pero no hay nada bajo el cielo
para pegar el picotazo
sino estos pobres infelices
que gimen, muerden, se desgarran
pero no aflojan sus corbatas.
Con piedras y maderas hago mi casa bajo el sol,
la visto de ventanas para que el sol entre a habitarla.
Cierro sus puertas luego de que ha partido el ocaso.
Mi casa cruje bajo la lluvia que ha venido a mirarla.
Tiembla el hielo del sol y la calle se llena
con su rojez. El aire se congela y es piedra.
En la mitad del día el corazón se agolpa
y la sangre levanta su torrente de espuma.
Caen, lentas, las nubes calcinadas
y comienzan a rodar en la vereda.
Solamente la música,
la melodía que viene y va
como mi boca,
ávida,
de pezón en pezón,
de un monte a la otra cima;
solamente la música,
tu música,
me hace dormir,
feliz,
mece mi corazón
y lo estremece
y después lo serena
y lo detiene,
y lo quema
y lo apaga,
lo hace ceniza,
¡oh, Diosa!,
y luego le devuelve sangre joven
en la ola más alta
de la noche más alta.
Al mar dije que no.
Dije también ya no más cielo,
ya no más canto al manantial
ni al eco grácil y purísimo
de sus aguas que bajan
de la más alta inmensidad.
Ahora solamente nombraré la desgracia,
dije y le puse nombre.
Dejo en su tumba unas cuantas palabras húmedas
y silenciosas como un gato.
Para la tumba de Anaïs Nin.
Para su pelo que nunca conocí
y sus muslos que un día fueron hermosos,
lo aseguro.
Para sus sueños donde solía hablar despacio
en lo redondo de una oreja,
cuando subía a la corola del amor para cortarle un pétalo.
La torcaza volaba
y tú la contemplabas.
Era luz en la luz del mediodía,
calor en el calor de la mañana,
aire en el aire y tú
la contemplabas.
Tú la veías y eras libre,
porque la libertad de ver se aprende,
porque ser libre de mirar se aprehende
como el río a cantar aprende de los pájaros.
Otra vez para ella, la que sabe por qué
I
Ella, la más salaz,
sangra en la luna,
y sabe del honor de merecer
la gracia de los dioses
y el castigo
de ser mujer.
II
Ella, la más salaz,
bebe esta gracia
y goza el paraíso del infierno:
entre las llamas arde,
se consume,
y es esta condición,
desesperada,
la que nos une.
Lo mejor del amor es la distancia
y el encuentro otra vez,
cuando ya nada tengo que decirte
y los dos recordamos
aquellos años que se han ido,
aquel tiempo feroz que temblaba en tus manos
y esa imagen de ayer
(recordarla es vivirla)
marcada para siempre en la memoria,
impresa a fuego vivo en el pasado.
Tú me pedías poesía
como quien frutos desespera
del olmo viejo del camino.
Cada mañana amanecía
y el árbol peras no arrojaba.
Cuando vivir no es necesario
escribe el cerdo, lee el puerco
y se emocionan los marranos.
Sobre esta piedra,
junto a este árbol retorcido
ya harto de la vida
ellos fundaron la ciudad.
Tal vez vinieron, ellos, tras las cosas;
tras las casas vendrían otros, los postreros.
Luego vendrían los amores
y los primeros nombres de la vida,
tenues apenas, inseguros,
pero certeros ya para el dolor.
Yo sé que no podrás
ayudar a tu hijo,
como ayer,
a tratar las palabras
como si fuera hoy el primer día
que las descubre y las pronuncia:
no podrás evitarme
la ingrata piedra del lugar común
con que tropiezo y caigo
como todos tropiezan y todos caen
ante la risa infame de la solemnidad.
Toco la piel del tigre
y el tigre vibra,
ronronea,
se hace el dormido
bajo la palma de mi mano,
como un trompo que zumba:
mitad madera,
mitad punta acerada.
Hablo de un libro:
en su espesura encuentro
la fauna de mis días,
los árboles que a diario me cobijan
y los saurios y helechos
extinguidos.
I
Renueva, oh musa, el victorioso aliento,
con que fiel de la patria al amor santo,
el fin glorioso de su acerbo llanto
audaz predije en inspirado acento:
cuando más orgulloso
y con mentidos triunfos más ufano,
el ibero sañoso
tanto ¡ay!
Vanamente mis ojos inquietos
Por do quiera se tienden y giran,
Vanamente mis labios suspiran
Abrasados de fúnebre ardor.
Soledad espantosa me cerca,
Noche eterna mi pecho ha cubierto:
Para mí todo el mundo es desierto
Pues que nadie responde a mi amor.
Breve fue y robado instante
A la amarga inquieta vida,
En que el ánima rendida
Rindió los miembros también.
Eran horas de alta noche,
Y en mi solitario lecho
Posaba tranquilo el pecho,
Lenta pulsando la sien.
Borraba ya del pensamiento mío
De la tristeza el importuno ceño:
Dulce era mí vivir, dulce mi sueño,
Dulce mi despertar.
Ya en mi pecho era lóbrego vacío
El que un tiempo rugió volcán ardiente;
Ya no pasaban negras por mi frente
Nubes que hacen llorar.
Cuando hice resonar mi voz primera
Fue en una noche tormentosa y fría:
Un peñón de la cántabra ribera
De asiento me servía:
El aquilón silbaba,
La playa y la campiña estaban solas,
Y el Océano rugidor sus olas
A mis pies estrellaba.
Es bello, sí, en la aurora risueña de la vida
El palpitar primero de amante corazón;
Bello sentir brotando del alma sorprendida
La perfumada lágrima de la primer pasión.
Bello, como en mañana se ve de primavera,
Blanco espino en los bosques florido aparecer; amoroso.