Esa mujer

Soy esa mujer, la que no amas. El seno desnudo de tu
agónica luz, el enjambre prendido de tus ramas, el cristal
que sueña tu mirada.

Soy esa mujer, la que no amas. Breña, mata, punzante
jarra, calle muda por donde no se escuchan tus pasos y
cuerpo desnudo para el eclipse de tus ojos.

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Hundido a mi silencio

Me vestiré sin prisa,
mientras tu luz anida
en el gemido de mi pecho,
encadenada a tus surcos,
tus barrancos y tus selvas.
Me vestiré sin prisa con la piel solitaria,
hecha colina virgen y volcán en llamas.
Tendré la sangre en celo
encadenada a tu batalla,
y tú serás vertiente y filo
en el temblor de la mañana.

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Llamas húmedas (I-IIX)

I

Bésame hondo y agudo, con un amor de viva llama; con sed, intensa, fuerte.

Bésame en la rasgada noche, mientras tiemblan las aves del cielo. Cíñeme a la rosa más leve, al silencio total, a la última estrella.

II

Quiero la trémula sombra de un ave, para oírte en el vuelo del silencio, y dormir en ti, con el beso de tu honda, en tu montaña pálida, con un poco de alas.

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Madre

Te encuentro lejanamente ausente, húmeda en silencios. Abriendo la memoria al viejo sillón desocupado de mi padre, con el alma perdida, amando lo que no está, lo que se ha ido.

Yo que te busco para hacer frente a mis problemas, para estar cerca de ti, en las noches de viento, en los ríos que desatan mis sueños.

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María

La muerte llega con un gesto de burla, a quebrar su nombre entre las fábulas.
María, más pequeña que un dedal, detiene el paso.
Al verla, los árboles se empinan sobre sus raíces, con una curiosidad que los agiganta. Y ella, traslúcida, descalza, débil, recién desgajada en la noche, cae contra el suelo.

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Moza

¡Qué osadía el querer abrir los velos de la muerte!…
En las hojas pálidas, y en las aves de los nidos. Idolatrando dioses de hojalata y placeres prometidos.
En un jardín envenenado por flores amargas, donde el sol se apaga y los grillos repiten sus notas tristemente.

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Niña durmiente

A esa pequeña que murió en el vientre de María…

¿Para qué despertar, Niña Durmiente?
Entre un charco de sangre y periódicos rotos, con una madre huelepega y un letargo de cosas amargas.
Ve a la blancura del sol, a las divinas horas en que se eternizan los instantes, a un cielo de sorpresas donde juegues con el mundo inocente entre tus manos.

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Niño de viento

Volví a estremecer mis entrañas. Era la hora de la
estrella, la hora en que llegarías a mi vida, desde un
barco peregrino cargado de deseos.
Era la hora y así llegaste, acariciándome el corazón con
el milagro de un latido, que se llenó de asombro con mis
sueños.

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Niño lanza fuego

A ese pequeño dragón que habita las calles del boulevard Los Próceres…

¿Quién deshizo tu vida con el fuego?
El secreto de la piedra o el hambre…
Niño moribundo en las ciudades, cuerpo desnudo que toca a nuestras puertas.
Es la hora de morir entre las llamas.

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Niños de escarcha

Carta a Pulguita

PULGUITA:
¿Que haces sentado dejando escapar tu vida entre pedazos de vidrio?
Descubre tu rostro en el agua oscura y mira tu sonrisa por primera vez.
Deja escapar tu alma de niño, entre los sueños y colorea el canto de las ranas.

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Otra vez

La luz cae como una hoja seca para iluminarte todo…estás
largamente desnudo.
Otra vez tus dedos ansiosos traspasan mi pecho y el amor sube
en sílabas de humedad hasta mis senos.
Tus labios erizan el manto de mi piel hecha de lunas, mientras el
timbre de tu voz pone sonido al viento.

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Para llegar a amarme

Este día en el ascensor, la inquietud ha vedado nuestro beso. A pesar de vernos llegar sin el usual cargamento de miedos y quimeras, con los ojos de ópalo y la sed que arde en nuestros cuerpos.

Estás frente a mí , como un jardín de tallos en mis venas, donde estallan flores encendidas.

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Rincón de sueños

Prefiere verse rubia de polen que llenarse de perfume.
Lleva en la mirada la luz de las luciérnagas
y bajo sus alas blancas, una canción de niña que arrulla a sus muñecas.
Hace sonar sus piedrecillas de colores y lee mis libros con sus vocales sueltas.

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Sin ti

Te vas y vuelan resignadas las gaviotas. Ya no llenaré tus oídos con mis rosas ni mojaré mi ayer con desventuras. Caminaré sin ti bajo este cielo; será como vestirme de una voz nueva, y aprender a vivir como las aves.

Caminaré sin ti, y será por siempre de esa forma; mojarán la tierra los inviernos y vendrá de nuevo el sol, y tú no estarás conmigo.

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Tu recuerdo

El viento es monótono y seco. Pasan los días como los sueños y las voces, el ayer lánguido y triste.

¿Cómo escuchar tu voz en los labios del silencio?

Mírame – en la inmóvil yedra- imaginándote en la calma del ocaso, bajo la luz de un cielo estrellado.

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Verdad

Por ti he sembrado la esperanza en los rincones, temblorosa de miedo y
cubierta de tu inmensidad.
He vuelto a escribir con las pupilas húmedas tu luz sobre la hierba.
Hoy hablo con la tibieza cóncava de mis manos, he recuperado la dulzura de
esperar, sin jinetes que invadan mis recuerdos ni alfileres que entren por
mis poros.

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Primera parte

Nadie contó la inmensa muchedumbre
de espíritus que, en torno de su lumbre,
cantan sus alabanzas inmortales.
Sus infinitos rostros reproducen
la faz tremenda y la visible espalda.
Yehuda Halevy
(Los ángeles del Cielo del Altísimo)

1.

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Segunda parte

Preguntáronle al amigo qué cosa era
bienaventuranza, y respondió: malandanza
sostenida por amor».
Raimundo Lulio.
(Del amigo y del amado)

1. Se abre la suelta flor de mi alegría,
se abre con su aventura;
es la más fina posesión del día,
su encendida locura;
se abre… porque de nieblas del invierno
y sellado letargo
llega el amor -el jubiloso eterno-
con este deslumbrante beso largo…

Maduro está el rosal en sus ardores,
madura la corona de la espiga,
beben un aire azul los labradores
y descansa la hormiga;
escogidas distancias
celebran golondrinas forasteras,
y cálidas fragancias
dan a mi pecho todas las praderas.

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Canción redonda

A don Joaquín García Monge

Voy a cantar la inmensa belleza de la vida
en un verso sencillo:
el color de la nube, la fragancia del gajo,
y el milagro del trigo.

Quiero robar al Sol su clave luminosa
y su escala de brillos;
y con el alba nueva despertar en el mundo
los ojos y los trinos.

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Canción de medianoche

Esta noche de octubre es de luna redonda.
Estoy sola, llorosa, pegada a tu recuerdo.
Han escrito tu nombre las estrellas errantes
y he cogido tu voz con la red de los vientos.

Flota un olor agreste con resabios marinos,
las sombras se amontonan en rincones de miedo,
algo secreto emerge de las cosas dormidas
y las horas se alargan en la curva del tiempo.

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Canción del recuerdo intacto

Sólo tú, verdadero, ningún dolor me diste.
Tu regalo perfecto no cabía en mis manos:
era el ramo fragante, el vino de alegría
y la espiga madura para el pan cotidiano.

Sólo tú adivinaste el motivo secreto
que doblaba mi vida en curva de fracaso;
sólo tú me dijiste la palabra de aliento
que me mantiene recta a través de los años.

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