Para dormir en paz

No temo el arraigo de la soledad
en el derrumbadero de las tardes,
ni el desvalimiento de la cólera
que destruye a traición nuestra esperanza,
ni el agudo entrechocar de la erosión
en la conciencia alerta de mis huesos,
sino tu eterna ausencia repentina,
más grave y más amarga que la muerte.

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Sábado

A Florentino González

Me he sentado frente al silencio
del atardecer -donde no llega
el graznido de la modernidad-
a indagar en el sentido de la vida,
a contemplar la belleza
de las piernas que pasan, distraídas,
por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan.

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FILOLOGÍA

He amado las palabras con mi hambre más honda,
sentí su piel de musgo muy cerca de mis labios,
su ceniza y su luz coronando mis dientes,
diluirse en mi lengua, caer hacia el profundo
abismo de mi carne. Muy lenta, y torpemente,
como a aves fugaces, perseguí las palabras.

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MADRE

Abrí los párpados en medio de la noche
y tú estabas allí, insomne, aguardando
la lenta aparición, la inminente presencia
de la luz, del alba que no llega (del fuego
que regresa de una estación desierta)
y tú estabas allí, profunda y blanca,
tendida sobre la multitud de los instantes,
apartando la turbiedad confusa de mi sueño,
labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte
(la edad remota de insectos transparentes
y arroyos escondidos) con su amargura
de mano inalcanzable, de boca detenida
sobre la frente nueva, de beso que separa
el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra,
al estallido ciego de otra edad.

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AZAHAR

Frontera de lo puro, flor y fría.
Tu blancor de seis filos, complemento,
en el principal mundo, de tu aliento,
en un mundo resume un mediodía.
Astrólogo el ramaje en demasía,
de verde resultó jamás exento.
Ártica flor al sur: es necesario
tu desliz al buen curso del canario.

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El hilo de Ariadna

La historia ha sido mal contada
No soy Teseo
el héroe
mi nombre es otro

Después de la guerra de los centauros
bajé a los infiernos
pero conseguí huir a los turbiones salobres
ultramarinos

Yo traía un casco reluciente
como el de un motociclista
Sin medallas ni condecoraciones
Sólo una madeja de hilo
Y mi espada rota

Como mi suerte

La dilatada sombra azul que crece

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Albañil

Al que madruga
no lo ayuda nadie. Solo,
con su pan bajo el brazo
con su manzana brillante en el bolsillo
con las rodillas que le suenan
llena la calle vacía,
a las seis de la mañana
ladrillo sobre ladrillo asegura
con las manos partidas cementosas
la manzana madura de mañana.

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Impresiones

El frío cala los pies
y esta premura de la rosa
nos conmueve, al nacer.
Estamos en una presa de trentaidós kilómetros
y los papeles del universo giran
ante esas hojas de flamboyán
que dan sombra en verano.
Los enamorados se tumban en el sol
sobre el suelo de un yate,
mientras respiran con válvulas mojadas
por el soplo del mar
que viene del Sur.

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Una rosa

Los ojos de Abel Santamaría
están en el jardín.
Mi hermano duerme bajo las semillas.
Santiago alumbra
las frescura del tiempo
que nos tocó vivir.
Un niño baila
el dulce aire de julio
en la montaña.
Alguien escucha su canción
bajo el estruedo puro
de una rosa.

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