Por las floridas barrancas
Pasó anoche el aguacero
Y amaneció el limonero
Llorando estrellitas blancas.
Andan perdidos cencerros
Entre frescos yerbazales,
Y pasan las invernales
Neblinas, borrando cerros.
Por las floridas barrancas
Pasó anoche el aguacero
Y amaneció el limonero
Llorando estrellitas blancas.
Andan perdidos cencerros
Entre frescos yerbazales,
Y pasan las invernales
Neblinas, borrando cerros.
Una lágrima cae
sobre la cal del suelo, arde
bajo mis pies, abrasa en soledad
mi soledad.
Toma el cuerpo que se entrega a tu cuerpo
como si eterna fuera la pasión que esgrime.
Holla su carne hasta el abismo del clamor
porque nunca sabrás en qué grieta del bosque
culminará su tránsito, se hundirá tu pisada.
No temo el arraigo de la soledad
en el derrumbadero de las tardes,
ni el desvalimiento de la cólera
que destruye a traición nuestra esperanza,
ni el agudo entrechocar de la erosión
en la conciencia alerta de mis huesos,
sino tu eterna ausencia repentina,
más grave y más amarga que la muerte.
Alguien supo desde el primer momento
que sólo soy un muerto que ha venido
a aprender ese estupor,
un pobre muerto que no puede dormir,
un muerto
que ausculta con paciencia
la rumia de vivir.
Vana ambición,
sin duda, cuando la ejerce un muerto.
A Florentino González
Me he sentado frente al silencio
del atardecer -donde no llega
el graznido de la modernidad-
a indagar en el sentido de la vida,
a contemplar la belleza
de las piernas que pasan, distraídas,
por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan.
A Paco Solano
Un tercio de siglo, si somos razonables,
apenas es un soplo. Sentado en una piedra,
pienso que soy un viejo y no siento
temor: miro a las nubes, solas, en lo alto
y el alma, según gime, se serena.
A la guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros
no fuera en verdad.
Aquel que tiene de escribir la llave,
con gracia y agudeza en tanto estremo,
que su ygual en el orbe no se sabe
es don Luis de Góngora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanças,
aunque las suba al grado más supremo.
¡Bien haya quien hizo
cadenitas, cadenas;
bien haya quien hizo
cadenas de amor!
¡Bien haya el acero
de que se formaron,
y los que inventaron
amor verdadero!
¡Bien haya el dinero
de metal mejor!
¡Bien haya quien hizo
cadenas de amor!
He amado las palabras con mi hambre más honda,
sentí su piel de musgo muy cerca de mis labios,
su ceniza y su luz coronando mis dientes,
diluirse en mi lengua, caer hacia el profundo
abismo de mi carne. Muy lenta, y torpemente,
como a aves fugaces, perseguí las palabras.
a Diego Granados
Los días se parecen a los pájaros
vienen y luego van y siempre dejan
una herida de luz. Huele a musgo
su vuelo, a países de escarcha,
a savia de madroños escondidos…
(Hay una fuente oculta que derrama
blancos ríos de sed, y un campanario
azul, mecido por el viento).
Abrí los párpados en medio de la noche
y tú estabas allí, insomne, aguardando
la lenta aparición, la inminente presencia
de la luz, del alba que no llega (del fuego
que regresa de una estación desierta)
y tú estabas allí, profunda y blanca,
tendida sobre la multitud de los instantes,
apartando la turbiedad confusa de mi sueño,
labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte
(la edad remota de insectos transparentes
y arroyos escondidos) con su amargura
de mano inalcanzable, de boca detenida
sobre la frente nueva, de beso que separa
el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra,
al estallido ciego de otra edad.
Frontera de lo puro, flor y fría.
Tu blancor de seis filos, complemento,
en el principal mundo, de tu aliento,
en un mundo resume un mediodía.
Astrólogo el ramaje en demasía,
de verde resultó jamás exento.
Ártica flor al sur: es necesario
tu desliz al buen curso del canario.
La vejez en los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.
El árbol, solo y seco.
La mujer, como un leño
de viudez sobre el lecho.
La historia ha sido mal contada
No soy Teseo
el héroe
mi nombre es otro
Después de la guerra de los centauros
bajé a los infiernos
pero conseguí huir a los turbiones salobres
ultramarinos
Yo traía un casco reluciente
como el de un motociclista
Sin medallas ni condecoraciones
Sólo una madeja de hilo
Y mi espada rota
Como mi suerte
La dilatada sombra azul que crece
Quemad viejos leños,
bebed viejos vinos,
leed viejos libros,
tened viejos amigos.
No creades, mi senhora,
el mal dizer de las gentes,
ca la muerte m’ es llegada
sy en ello parades mentes
Este inmenso árbol
no servirá jamás
para madera.
La sierra se romperá
los dientes
en la armadura de este roble
que ha guardado sin sangrar
dentro del pecho
los restos de la metralla.
do que diz a maa gente
porque sono de seu bando
e que ando
a loando
e por ela vou trobar.
porque me tan mal gradecen
meus cantares e meus sones
e razones
e tençones
que por ela vou filar,
ca felones
coraçones
me van porende mostrar.
Ariadna dos puntos
necesito saber qué descargaron ayer
los buques americanos
en la rada del Pireo
Si volvió a cruzarse
en tu camino
el niño
su mirada
si perdiste alguna vez
tu sombra en las callejas
Ante renunciaría a toda la mi prebenda,
desi la dignidad e toda la mi renta,
que la mí Norabuena tal escatima prenda:
creo que otros muchos seguirán esta senda.
La vecindad del mar queda abolida:
Basta saber que nos guardan las espaldas,
Que hay una ventana inmensa y verde
Por donde echarse a nado.
Salgo a esperarla y no llega
La busco y no la encuentro
Regreso con la mente vacía
Duermo Despierto
Salgo de nuevo a esperar
En vano
Llega otro día
Cuando ya no la espero
La veo venir
Abro la puerta
Y la veo lanzarse como una nadadora
En la página blanca.
No estuve para siempre en la ciudad
la amé con una queja con un grito de espanto
pero la amé sin fin
sin desconcierto
recorrí las costumbres de tus manos
el trazo de tu cuello el resplandor insomne de tu boca.
Iluminaste mi existencia
llenando el arca vacía de mi corazón.
Me abrieron tus ojos las puertas de lo eterno
y el secreto de la vida me lo dijo tu boca.
No vayas a dejarme abandonado
en medio de la dicha.
De pronto, al mirarla a la cara
era ojos, solojos.
Sus dos ojos eran globos cristalinos
que al fundirse en uno
se hacían una sola esfera de cristal.
Que sol ni que luna,
ni que estrellas.
Ella era solojos.
Al que madruga
no lo ayuda nadie. Solo,
con su pan bajo el brazo
con su manzana brillante en el bolsillo
con las rodillas que le suenan
llena la calle vacía,
a las seis de la mañana
ladrillo sobre ladrillo asegura
con las manos partidas cementosas
la manzana madura de mañana.
El hombre es una creación de Dios,
un animal que sufre
que recuerda en un parque,
alimenta palomas huecas,
lleva la mano al bolsillo pelusa
confirma con las yemas
una mancha de cera
una carta amarga y el frío oscuro
del metal con el que desafiará a Dios
creación del hombre.
Voy a echarle leña negra a este papel
que tan blanco se cree.
Voy a marcarle la cara
con fierro y con carbón
para que el gesto se imprima rabioso
y la palabra no se caiga,
exhiba su pose extravagante,
atrapada entre resortes vencidos
crea que vive todavía
cadáver rígido de tinta seca.
No puedo hablar; aunque quisiera
no puedo hablar con alegría.
¿Qué he de decir? Ni tan siquiera
presentar puedo una página limpia.
No puedo hablar, sólo tinieblas crecieran
sobre la hierba maldita.
He de callar, pero yo diera
mi vida.
Y si algún día el aire viene bueno
y todo se ilumina,
nada cabe esperar.
El propio corazón rehusa el vuelo.
el dolor pesa más que la alegría.
dedos
desgajando
las penas de la infancia
allí
la carne viva
la carne fresca
y el cuchillo
escarbando
por fin
el recuerdo
Hay algo de dinosauria en mí
de ojo limpio y torpe pisada
de piel resistente llamada al exterminio
en el cuello alto
en los roncos gemidos
en el espasmo
algo de fósil cavernaria
de saliva inmóvil
de ternura y asco
qué luego llegaste al panteón
del arrepentimiento
qué afán de penitencia ahora
levanta el telón don tenorio
la escena anterior fue tu engaño
deja ya el ridículo
te lo exigen
estos tiempos
Inés
sobre la tumba
te lo ordena
este
es mi búnker
mi refugio subterráneo
el de estructuras firmes
el incognoscible
lo he bautizado
mi palabra es de pronto el vacío
la inhóspita biblioteca por las tardes
los corredores hondos del metro
las esperas con asepsia de martirio
y la pantalla negra
spéculum inconfundible
de un tiempo para siempre perdido
Mi corazón se me va de mí.
¡Oh, Dios! ¿Acaso se me tornará?
¡Tan fuerte mi dolor por el amado!
Enfermo está, ¿Cuando sanará?
¡Cómo me entristece la paloma del valle
que se balancea sobre una rama trémula y tierna!
Juega porque nunca sufrió la altanería de Zaynad,
ni la aparición constante de su imagen en sueños.
No esperes vivir, si Zaynad te ha roto el corazón,
porque no se puede vivir sin corazón.
Ella era tan bella que si a la luna
le hubiesen preguntado: -¿Qué quieres luna?
La luna hubiese contestado: -‘Un destello de ella’
¿Qué haré o que será de mí?
¡Amigo mío
no te apartes de mí!
Antes de ser nombrados,
antes aún que el animal
perdiera su extensión sobre nosotros,
caías sobre mí.
soledad = tranquilidad
tranquilidad = momentos de inspiración
momentos de inspiración = cartas con forma de mujer
mujer = inspiración tranquila con forma de cartas de soledad
sobre la mesa un cenicero
con siete colillas
sobre las colillas siete
marcas rojas de lápiz de labios
sobre las siete marcas rojas
el recuerdo de
algún beso
no sé que me da más
pena
la muerte
o
la pena de muerte
¿que te has enamorado de mí?
bueno
eso me hace sentir bien
pero yo no estoy enamorado de ti
vaya
eso me hace sentir mal
lo siento
por ti
Estás cansado, viejo tigre.
La casta te sirvió no del todo.
Tardaste mucho en comprender la vida,
el tiempo se te quiebra en las garras
pero sigues sin darte por vencido.
Lamen las tardes tus heridas.
Más leve ya el dolor de la floresta,
a tu último trecho te recoges.
Aquí estoy, ya dispuesta al sacrificio.
Al preludio se abrieron los salones,
bandos de aves volaron y pasaron,
Los reflejos verdosos de la laguna en los tapices
y el ruido de la seda color antiguo,
los retratos helados, las paredes salobres,
la luz azul de un diamante.
El frío cala los pies
y esta premura de la rosa
nos conmueve, al nacer.
Estamos en una presa de trentaidós kilómetros
y los papeles del universo giran
ante esas hojas de flamboyán
que dan sombra en verano.
Los enamorados se tumban en el sol
sobre el suelo de un yate,
mientras respiran con válvulas mojadas
por el soplo del mar
que viene del Sur.
Los ojos de Abel Santamaría
están en el jardín.
Mi hermano duerme bajo las semillas.
Santiago alumbra
las frescura del tiempo
que nos tocó vivir.
Un niño baila
el dulce aire de julio
en la montaña.
Alguien escucha su canción
bajo el estruedo puro
de una rosa.