¿Te acuerdas de aquella copla
que escuchamos aquel día
sin saber quién la cantaba
ni de qué rincón salía?
Pero qué estilo, qué duende,
qué sentimiento y qué voz;
creo que se nos saltaron
las lágrimas a los dos.
Poemas españoles
Me tropecé contigo en primavera,
una tarde de sol, delgada y fina,
y fuiste en mi espalda enredadera,
y en mi cintura, lazo y serpentina.
Me diste la blandura de tu cera,
y yo te di la sal de mi salina.
A mis padres
De laurel, no de acero,
con falda de campanas y cristales,
la torre es un arquero
cuyos leves puñales
aun mojados de rosas son mortales.
El primero fue el río,
lo mató una magnolia en primavera
y se quedó vacío
color de nieve y cera
bendiciendo la mano que lo hiriera.
¡Te quiero!, -me dijiste,
y la flor de tu mano
puso un arpegio triste
sobre el viejo piano.
( En al ventana oscura
la lluvia sonreía…
Tamboril de dulzura.
Gong de melancolía.)
-¿Me querrías tú lo mismo?-
Y en tu voz apagada
hubo un dulce lirismo
de magnolia tronchada.
Yo de vestíos no entiendo,
pero… ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñío,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.
Te sienta que eres un cromo,
pero cámbiate de ropa,
si es un instante, lo justo
mientras me tomo esta copa.
No lo sabe mi brazo, ni mi pierna,
ni el hilo de mi voz, ni mi cintura,
ni lo sabe la luna que está interna
en mi jardín de amor y calentura.
Y yo estoy muerto, sí, como una tierna
rosa, o una gacela en la llanura,
como una agua redonda en la cisterna
o un perro de amarilla dentadura.
Necesito de ti, de tu presencia,
de tu alegre locura enamorada.
No soporto que agobie mi morada
la penumbra sin labios de tu ausencia.
Necesito de ti, de tu clemencia,
de la furia de luz de tu mirada;
esa roja y tremenda llamarada
que me impones, amor, de penitencia.
¿Cómo quieres que deje mi vida entre tus manos
y mi jardín de sueños y mi luna y mi rosa?
¿Cómo quieres ponerle orillas a este río
que corre libre y ancho desde que yo naciera?
Me brindas una dulce esclavitud antigua,
dentro de tu palacio con su escudo y su torre,
y lo que necesito es un campo de trigo
por sonde se revuelque mi verso desbocado.
Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado…
Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera…
Buscaba un hombro amigo
en dónde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.
Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Por la arena de la playa
va con un hombre «la Lirio».
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.
Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.
Por qué te querré tanto?
Por qué viniste a mi senda?
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de cara al cielo
-viendo la tarde morirse
sobre sus ojos abiertos-
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio…
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros…
Un ¡ay!
-¿De dónde vienes tan tarde?
¡Dime, di! ¿De dónde vienes?
-Vengo de ver unos ojos
verdes como el trigo verde.
El sueño juega y se esconde
en la plaza de mi frente;
cabalgo por las ojeras
de unos ojos en relieve.
Bebiéndome la dulce primavera
me sorprendió la tarde junto al río
y pude contemplar a mi albedrío
el idilio del agua y la palmera.
Me zambullí desnudo en la pecera
buscando un corazón igual que el mío,
y no encontré ni un faro ni un navío
que me hiciera señales de bandera.
Agora con la aurora se levanta
mi Luz; agora coge en rico nudo
el hermoso cabello; agora el crudo
pecho ciñe con oro y la garganta;
agora, vuelta al cielo, pura y santa,
las manos y ojos bellos alza, y pudo
dolerse agora de mi mal agudo;
agora incomparable tañe y canta.
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo
contemplar la verdad pura sin duelo?
Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido
y su principio propio y escondido.
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
¡Oh, cortesía, oh, dulce acogimiento,
oh, celestial saber, oh, gracia pura,
oh, de valor dotado y de dulzura,
pecho real, honesto pensamiento!
¡Oh, luces, del amor querido asiento,
oh, boca donde vive la hermosura,
oh, habla suavísima, oh, figura
angelical, oh, mano, oh, sabio acento!
Vuestra tirana exención,
y ese vuestro cuello erguido
estoy cierto que Cupido
pondrá en dura sujeción.
Vivid esquiva y exenta,
que a mi cuenta
vos serviréis al amor,
cuando de vuestro dolor
ninguno quiere hacer cuenta.
Ahora que la noche me susurra que la noche me susurra que ella y el agua son una misma
presencia, ahora que la voz del agua vuelve y nos invade, ahora que en esa religión del agua
he olvidado hablarte y hablarme y por tanto nombrar al mundo y sus gestos, tú deberías
insistir, para que recuerde decir «tus manos» por ejemplo, o «mi lengua», para que no olvide
que es con los labios, la lengua y los dientes del origen con los que velamos sobre nuestros nombres, más allá de esa boca asustada, dormida y por todos olvidada, acaso por el recuerdo
de esa saliva y de esos dientes en tu boca, que lamen con ansiedad tu lengua, para que ella me diga, para que ella descanse conmigo en el agua sin fluido, y no recuerde que el agua y la
noche son dos ausencias que crecen sobre un mismo nombre.
Corteza de árbol el vestido de novia,
fantasma blanco de resina.
Los días nacen de las noches,
no entre pliegues de luz,
una colina es sólo fango endurecido,
el nacimiento una lejana estrella,
y el poema únicamente voz.
Caza nocturna de sueños,
fisura en la mirada ajena.
Desnudos, asomados
a un pasaje colmado de pinturas,
donde, vueltos de espaldas,
las figuras parecen mirar
hacia el interior de cada cuadro
las nubes, un tronco, unas piedras.
Olvidadas de sí, sus miradas
habitan el cuerpo del retrato:
una piedra, esa desvencijada puerta,
aquel sendero que llega,
pasos en la página que elude guarecerlas,
donde la palabra quizás escucha
un viento brusco en las horas
y de golpe el silencio:
solos sus ojos
al mirar de soslayo
un pájaro aleteando,
deseo de percepción;
el frío, su figura en lo azul,
nuestra sola cosecha.
Del cordón umbilical de las preguntas
sólo tira hacia afuera lo que quema,
una apuesta sostenida,
un color remoto y dócil que se fue.
Perdimos incluso el rastro de la rabia
en mundos insomnes.
La noche y la humedad
llenaron de polvo tu canto,
y ahora acoges el pálido silencio
que acerca el eco a lo sagrado.
En horas insomnes como rocas
veo tu frente herida por el aire,
tu espalda que el aire descubre y explora,
tu boca entreabriéndose y tus manos huecas
oreadas en la densidad de la noche.
Te escucho arder en gestos desvelados, largos,
veo tus muslos tensos que guardan para sí
su piel más fina y secreta;
me quedan solos tus ojos cerrados al misterio del aire.
La rosa esculpe
sus violentos colores en el frío,
y no es sino quimera de la rosa
en la nieve, rosa de invierno,
agua helada, blanco en lo blanco,
ofreciéndose .
La rosa crepita en la llama,
y en la desolación de la nieve
no hay deshielo demasiado lento.
I
Sólo un nombre se murmuraba Alejandra a sí misma en 1956, el año en que yo fui concebida. Cuarenta años más tarde leo el nombre en minúscula «alejandra», en boca de quien poseyó la muerte como la niña que en vientos grises espera la otra orilla, y escribe:
«debajo estoy yo
alejandra»
A su lado otra, enamorada de la niebla, dice no creer en el cuerpo que nunca existió.
Miradas al trasluz tus manos hojas,
sombra enlazada a sombras,
puro hechizo de voces deslizadas.
Lanzaderas, lanzaderas,
edades que van y vienen en sus conchas.
Tu cuerpo fue rama o voz,
resina flexible que unía
la tela del agua a un fondo
leve de desmemoria.
Un haz frente a la costa
y un fuego que arde en el espejo,
ambos guardan los recuerdos:
el primero enturbia el viento que encrespa
al mar contra las calles nocturnas,
región de plegarias susurradas
por nuestros ahogados,
sueño de vastedades y caídas
con anhelos de escapar o dolerse,
callado como un buril puliendo la arena.
Si yo fuera Alejandra la fugaz,
de bellos ojos enquistados en la fiebre,
ojos que dibujan su forma,
cansados de leer palabras
que nombran y hacen
sombras sin carne,
sabiendo que se trata de eso,
de hacer la ausencia;
si yo fuera su fiebre,
su fruto mordido, su único
pájaro en el viento
o sus brazos, follaje mortecino,
transparencias a la luz del cielo,
amorosos restos de una biografía.
Todo se dio en el pulso,
en un forcejeo celoso,
medianoche de agujeros de odio
que ahogan tus dedos de alga,
niños compitiendo como faros;
sin embargo hubiera sido fácil
en esta insaciabilidad
el verano de la risa,
la red tendida ante la ruina,
ceñida tela para exorcizar
la locura, el dopaje,
Todo se dio a medianoche.
Primero te vi al final del túnel, a ti, a quien el polvo rebasa. Con lenguas de fuego
lames nuestros deseos, eres el alimento que palpita sobre un tronco hueco y sin nidos,
la llamada que en amplios pasillos de nuestra voz persigue palabras largamente acunadas.-
En manos que anuncian la lluvia nace el final del polvo.
El horizonte salta a los ojos de su amor
arrastrando consigo la esperanza de sobrevivirse
en este olvido sonrosado de carne y de sí mismo
se está lejos de ser puro
en mi vida te veo
desleída inasible
los brazos se buscan los brazos se alargan
imaginarios
desde una a otra orilla de la llama
Quisieran matarme
pensando volver a verte
no hallarían de ti más que la esperanza de estar desnudo
En el fondo estas mujeres necesarias del frío
estas mujeres sin recuerdos más allá de los abedules
palidecen sin saber por qué
El cielo en cambio está enfermo de pizarras
y sus cabellos caen como pozos de mina
El cielo el cielo ingeniero amigo mío
construirás un velero con el soplo que me anima
puesto que el reloj hace el dragado de nuestros fastidios
y su círculo viene a ser nuestra corona a menudo de espinas
Sobre el horizonte de ciego que la hora mojada tentalea
los pichones se conducen como segundas intenciones
empleando hasta el final la mano de obra del otoño
Auque la tarde haga sus víctimas
si tú no temes el deterioro de los mares
ven con tus párpados hinchados por un aire familiar
ven a expandirte como los autores de cartas anónimas
Sol de las cumbres sol
Un esplendor sin velos en el hueco del aire
¿quién no ama a las gaviotas que desprenden tus buenos modales?
quemando impaciencias en el corazón del mar
deja ondear el ritmo de una veleta altanera
por otra parte nada es más digno de ti que
el pudor de un párpado humedecido
(pero tú te equivocas de
tristeza y de lámpara
soñadora
pequeña casa gris
tristeza de la lámpara
de las abnegaciones en el fondo marítimas
por una extraña coincidencia
camisa gris apenas
con toda el alba esencial de una botadura de barco
me deslizo camisa
hacia el infinito
me deslizo
camisa
con placer)
Entre lirios de falsa alarma
la insistencia de una avispa deja adivinar tu cuerpo
el ardor ahoga una presa demasiado mía para ser fingida
nodriza de dos filos sobre su lecho de convidado
el ardor deshace el nudo de la marisma viviente
donde el amor te esparce y se retira
El ancla de tu palidez se sumerge
hasta la detención de las formas es aquí
donde la lluvia se pinta de azul el corazón
y furtiva una corriente de aire
desmiente ese gesto que significa ignoro
el bello blanco que ofrezco
El ojo lava su párpado al borde confuso de la duda
y descompone tu cabeza en siete ruiseñores mórbidos
lo hay ya necesidad de apagar nuestras heridas
espacio por sí mismo se olvida para plegarse a tus alas
Traducción de Gerardo Diego
La transparencia viaja a lo largo de sus brazos
la transparencia prolonga una vida sin amargura
es en el lecho de su lago
un pedazo de ella misma de ella misma rodeada
centellear de las sombras alud inimitable
el ámbar desnudo de la vida ya no ofrece resistencia
(Una mirada nos separa
un día hermoso nos enluta
porque edificas tu casa
con todo lo que de mí mismo ignoro)
Traducción de Carlos Barral
He aquí el mar alzado en un abrir y cerrar de ojos de pastor
He aquí el mar sin sueño como un gran miedo de tréboles en flor
y en postura de tierra sumisa al parecer
Ya se van con sus lanas de evidencia su nube y su labor
A la sombra de un olmo nunca hay tiempo que perder
Crédula exquisita la oscuridad sale a mi encuentro
Mi frente abriga la corteza del pan que llevo adentro
cortado a pico sobre un pájaro inseguro
Y así me alejo bajo la acción del piano
que me cose a las plantas precursoras del mar
Un ciervo de otoño baja a lamer la luna de tu mano
Y ahora a mi orilla el mundo se empieza a desnudar
para morirse de árboles al fondo de mis ojos.
Deshechos como lechos profundos de gestos pero descarnados
dejando caer nuestras paredes a lo largo de nuestro Mcuerpo
en este otoño que no osa llenar la distancia entre tus manos
en este otoño desfigurado por el color de mis desvelos
Paseando las sombrillas de un viento de carne mis cicatrices
han olvidado sus llaves en los furtivos reflejos de las aguas
pero la canastilla que flota allí llena de pestañeos efímeros
me indemniza de tantas y tantas puertas cerradas detrás de ti
Comparte tú mi angustia y mis banderas llovedoras
vela por el canario que persigue su flauta entre mis huesos
que come y bebe las tardes en los huecos de una lengua ausente
exponiéndose a ser sorprendido demasiado lejos de mi sueño
Traducción de Gerardo Diego
El surtidor de alma donde tu esperanza se abate es sólo una hipótesis falsa aunque bonita
Todos los jardines empiezan por sanarte
Te mueves
y la luz se enturbia
crees que evitas las zarzas y entonces es cuando tus cabellos se tornan transparentes
Comprendido por la distancia hermano de tu hermano tierra de tu tierra
el jardín te relame con motivo del jardín de tus poros
Tu frente desmigaja las tardes desde la cúspide de tus alabanzas
Hay ya algunos barquitos en tu saliva
Tus cabellos están fuera de ti misma sufriendo pero perdonando
gracias al lago que se deshace en círculos
alrededor de los ahogados cuya gotera de pasos muertos
ahonda en tu corazón el vacío que nada vendrá a llenar
aún si sientes la necesidad de zurcir
aún si tu nuca se pliega a los menores caprichos del viento
que exploras tu actitud y ahuyenta la ventana allí dormida
y abre tus párpados y tus brazos y se lleva
si tienes necesidad de zurcir
todo tu follaje hacia tus extremidades
Su olor se alía a la obediencia de mi memoria
si en el mundo existen hojas ella no tiene la culpa
En los muros de alas sus olvidos vienen a ser muebles de época
su voz agrupa en la sombra las ráfagas de ojos negros
Sus manos de habitación que comunica con el establo
respiran el orden que reina en el corazón de los rompientes de luz
sus ojos se agrietan en la superficie de un agua de mesa
sobre la mesa una flor sostiene su presencia de espíritu
Ella come las víctimas de un durmiente solitario
Al andar desprende una estatua a cada paso
Pero cuando su piel no es más que una nueva forma de obediencia
la pelusa que mi alma despide hacia su ombligo
sale en tribus de nieve o de huesos sacudidos por la danza
sale de los pequeños túneles de mis piernas visibles
Traducción de Gerardo Diego
Islotes de soledad puños de paraíso cerrado
el azul del cielo alumbra mejor que ningún otro síntoma
las relaciones que existen entre mis ojos y los brotes de mujer
cuando la sombra desella el ave que cifra la esperanza del mundo
Pero tú controversia en el verdor
provisto de brazos para vencer la repugnancia de los soñadores
reloj que dosifica el viento de las aventuras
separada de mi cuerpo por una antigua victoria
coronada de rosas iniciativas
por qué piensas que nunca es demasiado tarde
cuando las playas vacilan entre el cielo y sus menudos quehaceres
No mientas más enfermedad
sólo ha quedado un olvido
llévatelo lejos de aquí
las acuarelas de la sangre tamborilean
la tarde de sus brazos la he tomado
llévate todo
sostenida por sus dos tinieblas
sombra y sol te lo juro
allí donde el perdón se derrumba
en traje de novia la ignorancia trapea
donde el sol recibe las confidencias para hacer qué
imposible recuerdo me llama dulzor
escúchame sin niños de agua adormilada
tú me amas corazón de arena noche y día
tú me amas
cumbres delicia ya no soy aquél
que el cielo oscurecía fuera
El precio de tu silencio
y la aureola de las losas
el día reducido a tu mano
la mano reducida a su invierno apremiante
la salida deja que mueran sus mirlos
soltando una carne azulada
como los ojos que siguen lentamente
fuera del dominio del oro tus piernas irradiantes
todo lo imprevisto en el relámpago de un cuchillo
todo el horizonte en la espera de un sobresalto
todos los secretos todos los pesares en una estrella
Entre tú y yo el cielo ahogaba a su presa
entre el orden y tú la fuga encamaba a sus peldaños
entre el ala y yo el alba amaba su sangre fría
Entre tú y yo los verdores innatos soltaron
el pecho de vidrio y de trueno
arrastrando carriles de espuma gracia inútil
en los parajes dolorosos para una sola persona
Escombros de llanura por todas partes donde la boca serpea
cuando mi cadáver aún está en su casa
Deja fluir mis huesos entre las hojas
entre las hojas nacidas de haberte conocido
un día de lluvia
cuando los barquichuelos de tus orejas
cortaban las flores ocultas bajo los nombres de mis calles
No a la arena ya su soltura
no a los pies dispuestos a la persecución
no a un techo más cálido que otro
no a la noche perforada detrás de la oreja
no a los guijarros heroicos a las capas de polvo
no a la llamada del oro adulterado de las dudas
no a los adioses a las mentiras a las reconciliaciones
a todo lo que no sea asegurarme
que ni tú ni yo hemos existido nunca
Traducción de Carlos Barral