El poeta está prestado a todo,
incluso a sí mismo.
Prestado en comisión de servicio
A cualquier ramo
del Mi(ni)sterio
de la existencia.
Poemas cortos
El camino se recorre a sí mismo.
No eres tú el que lo recorre.
Tú te recorres a ti mismo,
así transites de arriba abajo
dejando atrás linderos, cuerpos, orígenes.
No te hagas ilusiones pensando
que partes por regresas
que abres camino.
Cuando la naturaleza respeta tu vida
Y te salva por un tris en el momento
En que estás a punto de perecer
Es porque ya se la habrá arrebatado a otro.
La naturaleza no suelta prendas.
Pero cuando es a ti a quien, en una segunda vuelta,
La arrebata, es porque sabe que
No tienes derecho a réplica.
Si todo está permitido, nada es imprevisible.
Por tanto, no hay secreto, no hay misterio,
No hay enigma, no hay originalidad.
Apenas un catálogo a la mano.
Según los griegos, un atleta vale más por lo que pudo hacer después de recibir el premio que por lo que se le reconoce con el premio. De modo que lo mismo da que lo haya recibido o no si siempre tendrá que merecérselo.
Comparen esto con la rebatiña actual.
Yo estoy bastante satisfecho de que
pueda hablarme a mí mismo
y de que, además, pueda ser oído por alguien
que como yo es de mi entera confianza.
Y que me presta tanta tanta atención
como la que yo a mí mismo me presto.
Si esta noche la sombra
cayó sobre la sombra,
y el silencio su sello puso
sobre labios ya mudos,
qué puede sorprenderte.
Si aquel calor es una historia antigua
y sus cenizas las esparce el viento.
Qué puede sorprenderte,
si ya tanto llovió sobre mojado.
Y si tú fueras un hombre de bien
(que no lo eres)
vendrías a mezclarte conmigo en las afueras
de Argel o de Venecia
para besar «insieme il sacro piede
e admirare le spaventose meraviglie
superbe della antichitá…»
como cantar solían los poetas.
En vano te he buscado.
Atrás quedan las horas
que tanto fueron tuyas.
Murieron.
Se fueron para siempre
con tu beso,
tu beso perdido en la cuenca
de mi mano,
roto de frío,
mientras que aquel portal sigue en su sitio,
y la casa se cae,
me dicen.
Hay tardes más tristes
que las señoras que aman a Dios
tienen la intensidad
de la llovizna y su capa de agua en el patio
Son horas en las que se cabila
por pasillos sin pasos
y la tarde es una orquesta con sus instrumentos rotos
Igual que me sostiene
la tibia sensación de estar cayendo
por la ladera dulce del otoño
de mi vida, y acaricio
despacio –como vuelan las hojas-
mi cuerpo que ya lleva
el olor de la tarde,
así cae este poema
en el papel dorado de tu carne
y así –voluptuosa-
su letra breve te acompaña.
desnudo
cruzada la pierna
contemplo cómo las tristes violetas
que brotan heladas del techo
son ese vivo reflejo
de lo que mañana
será mi cuerpo podrido
lila
uva seca
de donde mis gusanos
sacarán buen vino
Escrito está en mi alma vuestro gesto
Garcilaso
Ya no tengo virtudes públicas.
No me quedan vicios privados.
Sólo en mi corazón se agravan
las lesiones…
me dijiste riendo,
yo no sé si llorando.
Yo sé que estoy aquí
para escribir mi vida.
Que vine poco a poco
hasta esta silla.
Y no quiero engañarme.
Sé que voy a contártela
y que será mentira:
Sobre la mesa sucia
una gota de tinta.
Los minutos buscan su propia hora
Atan sus cabos y arman
A duras penas
Un día
Cada ladrillo es la estructura de un siglo
Y yo, todo huesos
No acabo de armar de una vez por todas
Mi gran escultura triste
Rondo a mi alrededor
La palpitación me sobra y me presiento
Reo de la habitación
Me quedo
Sobrevivo
En esta habitación
Con mis metros de tristeza
Enquistados en los huesos
Sé que llegan tiempos peores
Para un preso cuando queda libre
Fuera de ti la tierra no es distinta,
ni es distinta la copa,
pero bajo esta carpa nadie contrata al huésped, y ningún
hombre llega hasta su muerto
antes de estar vivido.
Y allí rendiré cuentas
a la que está diciendo en lo lejano
de mí, a la adelantada
de mí, lejos del duelo
y lejos de la altura
de las aves que no pasan errantes.)
Ven, algo de mí se triza
mi sustancia se amplía
mi jugo sea la pócima
que humedezca tus labios
y mi sabor tu fiesta.
Hasta el sólido banco de la paciencia los días
pasarán sus arrojos, y sus acatos las noches.
Sobre el último ay caerá el escombro del tiempo
y aún bailarás descalza entre mis huesos pelados.
La que cuenta mi dote no me anda buscando, pero
junta las cáscaras de mi alma; y ello a pesar de muertos
de fortuna, de mujeres de celda.
Cuando junte sus voces en la mía,
cuando ponga en mis labios la palabra que espero,
yo ofreceré a su sed copas iguales.
No me arrepiento del gajo de naranja.
Estas manos levantaron la cáscara
del fondo de las cosas.
Escurrió de mis labios
lo sobrante.
Suma sin resta soy
del rosticero
del pan y del cuchillo.
No me arrepiento
abono.
Fue de un susto:
verme fugar aquella madrugada
del vientre de mi madre
ascender por el tronco de los años
sangrar
introducir los dedos en la herida.
silbar en medio de la luz
(trunca la boca)
y arrancarme las vendas.
Le pido al ángel que te traiga aquí a rastras.
Quemo esa vela virgen.
La noche flota fuera
floja como un enfermo.
Las chicharras alisan el reposo, parece
como si hubiera esperanza.
Salgo aunque no sé adonde.
De pronto tengo sed
no basta el agua dentro.
Tanta resequedad al paso
entre azúcar y hormona.
En cualquier río claudico
del grano saco lodo.
Es una sed sobrante
la que me retrocede
hasta el mar de mi madre.
Cuánto me harta
desaguarme de noche.
No resisto
el calambre en la espalda
no recordar de pronto
el día, la hora, el rumbo
la sed atroz.
Al olvidar tus dones
te maldigo.
Repites y repites tus estragos
de melaza en mis piernas.
Uno se queda solo
sin entrar en detalles.
Uno se queda a medias en su vaso de vino,
a medias en su pan. Y cómo puede
no volverse su embozo tan pesado,
tan gastado en el hombre, que alguien sepa
poner allí más verbo
que este que da comienzo a la altura del pomo,
este que se interroga
entre la voluntad y la añoranza.
¿Y ahora me preguntas si he hecho cosa alguna del tamaño
de la felicidad o del tamaño de la tristeza?
¿Ahora vuelves hermosa y saludable, decidida a la barra de
mi insatisfacción, para lucir la insignia de un licor deseado?
¿Te he conocido en tantas
para ir a perderte precisamente en ti?
Cada mitad de mi fundó a la otra:
Salud a Enfermedad
Augusta a Nomeolvides.
Y en el último día descansaron
otorgándome aliento.
Qué laberintos sus descomposiciones
de agudo, viso y tono
acorraladas
entre jolgorio y duelo.
Y quien se rinde al sueño
de luchar contra un ángel
¿cómo verá a los otros?,
¿con qué desenvoltura irá pagado
y andará descubierto entre los hombres
sin verdugo posible
ni horizonte bastante? ¿Y cómo luego
dormirá entre su amante y su tarea,
para volver mañana
a la soberbia de su acabamiento,
si en nadie se conoce,
si desconfía de su vaso claro
y se avergüenza de su sed oscura?
Acabo de mirar tu nombre sobre el cuadro
y oí la levedad:
eso que se hace a espaldas
de lo que dicen vida
te llamabas dos siglos
solicitud del mar
seis veces la gaviota
que nos hizo caer
la consagrada
la viuda por más de medio siglo
la eterna por efímera
mi madre.
¡Eres un cohete, mujer!
Le dijo á Pepa Fray Diego-
¿Si? dijo esta…Señor lego,
Si soy cohete, ¿cómo ayer
A pesar de vuestro fuego
No me pudiste encender?
Blas en un corro decía:
‘No hay mujer tan apegada,
Tan fiel, tan enamorada,
Tan tierna como la mía.’
Un amigo que le oyó,
me dijo: ‘Más la alabara,
Si entre él y ella pasara
Lo que pasa entra ella y yo.’
Será la fascinación de lo fememnino
-me digo-
Una y otra vez colmar
esa profundidad
húmeda y receptiva
sentir
que rumores líquidos la inundan
la cadencia
rítmica
constante
la enérgica sacudida final
el contoneo desbocado
meter la mano
sacar la ropa limpia
húmeda
perfumada
Ella parece una hogaza recién horneada
de tan sabrosa que se ve
de tanta vida que la inunda
Una mujer que espera un hijo es eso
¿qué si no?
Una hogaza de pan recién horneada
Debería cantar y reír
cerrar sus oídos a las tinieblas
las falsas profecías
y buscar a dios en donde está
en el milagro redondo de su vientre.
Tu cara de yo no fuí no me convence
cuando te acercaste me puse en guardia
Te paseabas por mí como por un supermercado
mirando y apropiándote
abarrotándote de fragmentos míos como quien no quiere
grité: ¡seguridad! ¡seguridad!
pero ni yo mismo hice algo para impedirte el saqueo
Quedé despojado de mí
vacío
y lo peor de todo es que vos seguís adentro
Deshojo caricias
de mi cuerpo ardiente
para cubrir tus desnudeces.
Broto dedos de mis manos
para encender tus gélidos
pezones.
Saco el caracol de su casita
para limpiarte el cuerpo
como gato.
Tu boca me recorre
y me devora,
me abraza y me enloquece.
CVI
«Amores me dieron corona de amores
por que mi nombre por más bocas ande.
Entonces non era mi mal menos grande
quando me davan plazer sus dolores.
Vencen el seso los dulces errores,
mas no duran siempre segund luego plazen;
pues me fizieron de mal que vos fazen,
sabed al amor desamar, amadores.
CVIII
»E bien como quando algund malfechor,
al tempo que fazen de otro justicia,
temor de la pena le pone cobdicia
de allí adelante bivir ya mejor,
mas desque passado por él el temor,
vuelve a sus vicios como de primero,
así me bolvieron a do desespero
desseos que quieren que muera amador.»
IX
¿Pues, cómo, Fortuna, regir todas cosas
con ley absoluta sin orden te plaze?
¡Tú non farías lo qu’el cielo faze,
e fazen los tiempos, las plantas e rosas?
O muestra tus hobras ser siempre dañosas,
o prósperas, buenas, durables, eternas;
non nos fatigues con vezes alternas,
alegres agora e agora enojosas.
VII
Pues dame liçençia, mudable Fortuna,
por tal que blasme de ti como devo.
Lo que a los sabios non deve ser nuevo
inoto a persona podrá ser alguna;
e pues que tu fecho así contrapuna,
fas a tus casos como se concorden,
ca todas las cosas regidas por orden
son amigables de forma más una.
IV
Como no creo que fuessen menores
que los d’Afrricano los fechos del Çid,
nin que feroçes menos en la lid
entrasen los nuestros que los agenores,
las grandes façañas de nuestros señores,
la mucha constançia de quien los más ama,
yaze en teniebras, dormida su fama,
dañada d’olvido por falta de auctores.
VIII
La orden del cielo exemplo te sea:
guarda la mucha costancia del Norte;
mira el Trión, que ha por deporte
ser inconstante, que siempre rodea;
e las siete Pleyas que Atlas otea,
que juntas parescen en muy chica suma,
siempre s’esconden venida la bruma;
cada qual guarde qualquier ley que sea.
III
Tú, Calïope, me sey favorable,
dándome alas de don virtuoso,
y por que discurra por donde non oso,
conbida mi lengua con algo que fable.
Levante la Fama su boz inefable,
por que los fechos que son al presente
vayan de gente sabidos en gente;
olvido non prive lo que es memorable.
VI
E ya, pues, desrama de tus nuevas fuentes
en mí tu subçidio, inmortal Apolo;
aspira en mi boca por que pueda sólo
virtudes e viçios narrar de potentes.
A estos mis dichos mostradvos presentes,
o fijas de Tespis, con vuestro thesoro,
y con armonía de aquel dulçe choro
suplid cobijando mis inconvenientes.
Cenizas que aguardáis aquella trompa
para unir las especies desatadas
con que al Juicio Final serán llevadas
las almas puras con gloriosa pompa,
cuando la voz de Dios, abriendo, rompa
los mármoles y losas más pesadas,
porque salgáis unidas y apuradas
en forma a quien el tiempo no corrompoa;
no puede estar ya lejos, pues es cierta
aquella confusión cuya agonía
los dormidos espíritus despierta;
antes en este caso juzgaría
que ver cosa inmortal, sin tiempo, muerta,
es ya de los prodigios de aquel día.
Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado ya, en la arena escrito.
Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.
Romerico, tú que vienes
De donde mi vida está,
Las nuevas de ella me da,
Dame nuevas de mi vida
Así Dios te dé placer,
Si tú me quieres hacer
Alegre con tu venida.
Que después de mi partida
De mal en peor me va.
Para mi hijo
Está bien, te lo diré:
no pensaba en la muerte,
pues si he bajado a los infiernos
era por ver la maravilla
que hasta hace poco era la vida.
Entre el azufre y el espanto
probé otra vez de aquella culpa
para poder seguir viviendo.
Para Rosy
Tiene el cabello negro
y los ojos que, desde ahora, son mis ojos.
Despierto y la contemplo,
o tal vez duermo y sueño
al filo de su cuerpo.
Aquí están los rencores.
Los escribí pensando en ti.
Creí por un momento que eran flores
que amanecían en abril.
Pero al poner la mano me han herido,
¡puta, si me han herido!,
me han lastimado hasta sangrar,
hasta aullar de dolor,
hasta quejarme inmensamente
en la noche del lobo inconsolable
que abre sus fauces relucientes
como queriendo devorar
su propio corazón
lleno de amor.