Yo
miro a través
de estos lentes
culitos de botella
y cuando están sucios
es como si subjetivamente
sobre el mundo hubiera
una defecación de mosca
Tú, de pie, desnuda en la penumbra.
Tu espalda es el arco del conocimiento.
Desde la cama, observo y espero.
Cuando te vuelvas me dirás quién soy.
Sin otra luz que mi deseo.
No te engañes.
El de la foto
tan sonriente
ya era infeliz
(tú lo sabes,
bien que lo sabes).
Contémplalo ahí detrás,
público o comparsa,
borroso
incluso en primer plano.
Sonríe
aunque esté muerto.
¡Oh hijo de los dos Hisam!
el más generoso de los hombres,
el mejor pasto para quien lo anda buscando.
¡cuando entra en el combate,
blandiendo su lanza,
tiñe su extremo de pusísimo rojo!
Decidle: ¡Oh el e más preclaro linaje
de todos los humanos
de noble estirpe por sus padres y abuelos!
A ti vengo ¡oh al-Hakam!
doliente por Abu-l-Majsi.
¡Dios riegue su tumba
de lluvia perenne!
Yo vivía en la abundancia,
amparada en su bondad,
hoy me refugio en la tuya
¡oh al-Hakam!
Tú eres el guía
al que toda la gente sigue
y al que todas las naciones
dieron las llaves del poder.
El mar, pintado,
y la isla
que desaparece,
no del recuerdo
sino del instante.
Hacia el de la generosidad y la gloria
fueron mis cabalgaduras, desde lejos,
abrasadas por el fuego del mediodía,
para que repare mis quebrantos,
pues es el mejor reparador,
y para que me proteja
del señor de la injusticia, Yabir.
Todas las mujeres que he imaginado tenían tu rostro.
Todas eran tú a su manera.
También yo era tú a mi manera.
Libérame del deseo.
Libérame del deseo
incumplido,
de su inútil carcoma,
de su vana miseria.
Pero al fin regresas.
O no te has ido.
O no me he ido.
El hecho es que estás.
Y yo no sé si estoy.
No entiendo
tu manera
de amarme,
amor
que amas
si huyes.
una pasarela, tres figuras y dos barcos
la primera figura adelantada
sus ojos y su boca
son órbitas sin contenido
que pueden ver y sorprenderse
pero qué ve
¿es un grito de horror?
¿es un grito de sorpresa?
Ni aun
sabrás
que eras
la gracia
breve
y eterna.
La palabra es miedo,
metal, adiós,
cuerpo sin cuerpo,
y derrota.
El viento golpea
Mi cara desnuda/ Una y otra vez
Encojo mis hombros/ Frunzo mi boca
El viento golpea/ Una y otra vez
A la distancia/ Una brisa
Cálida y sonora/ que se detiene
En el viento frío
Que golpea mi cara/ Una y otra vez.
allí estaban
con la brisa de diciembre
entre manos y pañuelos
allí estaban
allí estaban los míos
un corto silencio
pedí disculpas por la demora
y retomamos la conversación
Todo es abismo.
Charles Baudelaire
Alcemos la copa de nuestros pecados
dijo
la pasión es secreta.
Las ciudades encienden venerables canciones
para sus cuerpos obscenos de diosas funerarias.
Ocúltate en la luz
que estremece tu sombra.
había magnificado hasta las pequeñas cosas
que a mi regreso
casi no pude entrar por la puerta
Non c′è di dolcezza che possa
uguagliare la Morte.
Dino Campana
1
Alguien lloraba
en el Camposanto de Pisa.
Sin embargo, las tumbas vacías de los muertos
guardaban la escoria de los vivos.
terrazas
enclavadas al borde de nuestras vidas
nos tientan
pero no tenemos tiempo
somos los destinados al silencio
utilizamos zapatos de goma
y rozamos la mediocridad que nos rodea
ciertas ventanas
son ojos indiferentes
al curso de la vida exterior
algunas cosas
tienen sólo contorno
y es difícil
llamarlas por su nombre
cobijar los pasos que doblan
una esquina
es conservar tibio
la esperanza de un pasado
En la sombra de mi espejo
se oyen palabras lejanas
que suelo acallar
ellas se retiran avergonzadas
y corren
es entonces
que me arrepiento
y las persigo
pero nunca les doy alcance
y no me queda más
que el uso del silencio
como medio de expresión
que entonces guarda para sí
una explosión de palabras ininteligibles.
La cópula no es para mí
más vergonzosa que la muerte.
Walt Whitman
La silueta vuelve su contorno
al que emboscado atisba
las delicias de un cuerpo
de moral desnudo.
Animal saludable
en estado de gracia
¿dónde vive el pecado
sino en la distancia?
¿Son estremecimientos, náuseas,
efusiones,
más bien esas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?
No lo sé. Vuelvo a escena.
Camino hacia los reflectores
como ayer,
más veloz que una ardilla,
con mi baba de niño
y una banda tricolor en el pecho,
protestón e irascible
entre los colegiales.
I
No te fue ddo el tiempo del amor
ni el tiempo de la calma. No pudiste leer
el claro libro de que te hablaron tus abuelos.
Un viento de furia te meció desde niño,
un aire de primavera destrozada.
¡Mira la vida al aire libre!
Los hombres remontan los caminos
recuperados
y canta el que sangraba.
Tú, soñador de dura pupila,
rompe ya esa guarida de astucias
y terrores.
Por el amor de tu pueblo, ¡despierta!
He comprado estas fresas para ti.
Pensé traerte flores,
pero vi a una muchacha que mordía
fresas en plena calle,
y el jugo espeso y dulce
corría por sus labios de tal modo
que sentí que su ardor y avidez
eran como los tuyos,
imagen misma del amor.
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que no contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Madre, todo ha cambiado.
Hasta el otoño es un soplo ruinoso
que abate el bosquecillo.
Ya nada nos protege contra el agua
y la noche.
Todo ha cambiado ya.
La quemadura del aire entra
en mis ojos y en los tuyos,
y aquel niño que oías
correr desde la oscura sala,
ya no ríe.
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.
¡Al poeta despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Aquí los barcos entran lentos,
cuidando no escorar; son contemplados
por el ávido puerto.
La niebla inunda el apacible canal.
Y otros barcos de Holanda, de Suecia,
de Noruega, también entraron
lentos al puerto de Hamburgo
hace cuarenta días.
Me contaba mi madre
que aquel pueblo corría como un niño
hasta perderse;
que era como un incienso
aquel aire de huir
y estremecer los huesos hasta el llanto;
que ella lo fue dejando,
perdido entre los trenes y los álamos,
clavado siempre
entre la luz y el viento.
Buscador de muy agudos ojos
hundes tus nasas en la noche. Vasta es la noche,
pero el viento y la lámpara,
las luces de la orilla,
las olas que te levantan con un golpe de vidrio
te abrevian, te resumen
sobre la piedra en que estás suspenso,
donde escuchas, discurres,
das fe de amor, en lo suspenso.
Pueden fotografiarlas
junto a un rosal
en un jardín etrusco
frente a la columnata del Partenón
con sombreros enormes
entre cactus en México
llevando los colores de moda
el pelo corto o largo
y boinas de través como conspiradores:
no cambiarán
no dejarán de ser las mismas
la barbilla en acecho
el rostro de óvalo
y los ojos cargados de un persistente desamparo
¿pero qué pensamientos
se agitan debajo de las melenas crespas
o lacias
de estas muchachas que ilustran
las revistas de moda?
Caminas todavía entre sílice y cal,
entre martillos
con lacerado pulmón que te acompaña
en la tos terminal de tu apellido.
¿Subes acaso, desgastando sueños
que en cachorro de ruido y polvareda
encoraginan puños y adjetivos?
Atento ante la muerte,
drásticamente amortajado un hueso
reseco en sus raíces
enumeras tu pan y las heridas
de tu famoso grito,
de tu rabia inconclusa
y la prédica inmemorial de tu andadura.
Ha de bajar por un secreto canal
de rutas capilares
cerrando las heridas,
amansando la dolorosa gestación de los sueños.
Por las orillas del hambre y del cansancio
ha de ir tejiendo su ramazón
de obnubilaciones y lamentos.
Lloró en la noche grande la serpiente
y lloraron los pájaros de arena
el agua temblorosa en su corriente
y la sombra vibrando en la falena.
Lloró en la noche grande la serpiente
como insuflando su dolor de quena,
quemando como fuego en el sufriente
corazón de la piedra y de la pena,
Lloró en la noche con dolor ajeno,
con voz de polvareda y de veneno,
con voz de soledad y de regreso.
Sobre la vasta ausencia del mar
el vaivén de una larga retórica de barcas sin velas,
y el incesante viento que traza su círculo negro
alrededor de la bahía obediente.
Mientras, en ese instante
desde una ventana de hotel igual a tantas,
el animal doméstico de un hombre igual a tantos
recordará que navegar es necesario
y que desde la ventana todo es aburrido.
La hoja de papel donde escribo este poema
es una blanca mujer que me lee el pensamiento.
En su espalda desnuda el cuerpo que grabo
se convierte en pensamiento insensible.
Tan sólo un pequeño gesto
intentando ser.
Y, con todo, ese cuerpo es un lugar
donde nada muere:
tanto silencio resucitado
tanto tambor interior de palabras.
¡Madre!, despierta,
hay ratas sobre la pileta de la cocina
que se disputan el cuerpo ensangrentado del canario
que ayer se escapó de entre tus manos.
Madre, tu hijo quedó espantado
al encender la luz.
Ahora, su muerte es esta fascinación de acuario
que aún hoy no me deja dormir
y llena mi cuarto cada noche
de amarillo.
Si mañana la mano
izquierda
me amanece muda
no confiaré en las palabras.
Las frases serán
un río de astilla
y dedos heridos
Si mañana
un relámpago invalida
mis noches, las mañanas
¿cómo les comunico
el dolor o la alegría?
Al borde de la tarde
cuando el silencio crece
y limita la libertad
que habita en la garganta
te encontré
-alternativa de la angustia-
pálida como la bandera
de todas las aspiraciones humanas.
Aquí, contigo, en ti
sobre tu cuerpo escribo,
trazo increíbles garabatos
con la vara del recuerdo.
Con las sílabas de mi carne
describo descabellados actos
aprendidos de memoria
a flor de calle
y apenas alcanzo a descubrir
el infierno que arde en tu boca.
Límite impreso larva del símbolo ilimitado
En ti el sonido del alma queda blindado
Trinchera en el papel de la emoción escrita
Recluta en tus hilos de tinta esta breve cita
Antes que la olvide y antes que sea olvidado
me quedé recostado en
el sur
con el ceño arqueando
distancias y precipicios
abracadabra
repetí
por decenas
en los cristales empañados
la lengua de la burla
escribía desafío
y un duende
metía la magia
bajo los colchones
los pasteles del infierno
estaban fríos
y no sé quién preguntaba
por un plomero
abracadabra
repetí
y me quedé recostado
en los cristales
arqueando con el ceño
la lengua
de un duende
hasta
estrangularlo
en el su
Aturdidos por tantos barrotes, tantos
suplicios en áridos climas, viajamos
sobre las letras fusiladas
de los cuestionarios. En los ojos
se han entreverado frágiles cortometrajes
donde somos una esquina lluviosa,
un almacén sin puertas
ante el alba, quebrados bastones
en las plazas del invierno.
Y te doy el hechizo de las eras
en las doradas fechas de placidez fecunda.
Y también el sello donde un ciervo
salta entre dos cartas
enviadas a regiones contrarias, equívocas.
Los documentos están aquí;
puedes incluir cualquier crepúsculo
en estas fotos rancias y en la firma
que tiembla al son
de algún astro descarriado.
En el mostrador anudó su actualidad,
y el mar del tenebroso recipiente
lo llevó, remo a vaso,
vaso a remo, hasta la isla
de marca similar.
Las aves traían restos de navios,
leves escudos de rutas diluidas.
Para el infierno sobraban pasaportes,
sobraban días, cuando aquel mi temor
joven contemplaba la advertencia
de la isla.
La llovizna partió.
En el cuarto, viejo
baúl de la noche, nicho,
mi vida se amontonaba.
(Allí, recuerdos
de sol nunca
llegaron).
Nadé hasta la última sombra
donde el nombre no soporta
su ventura: esperar
lo imposible
despacio.
Debe ser el trigo. La parálisis
de los caballos en la pradera
inaccesible. Suena, resuena
una voz fusilada en la carrera.
(Nos llaman). No sé quién
está escribiendo:
‘cuidado con el arroyo,
puede matar cual espejo.’
Debe ser el trigo.
Del ciprés enhiesto en la llanura
los días afilan las sombras.
La soledad, agachada, lo ve.
Y huye sin querer que se lo nombren.